Anteayer nos dejábamos caer por el cinema a la fresca de L’Illa Diagonal, un cine al que llevaba varios años intentando ir pero al que siempre ganaba la batalla la sala Montjuïc. No es para menos si comparamos ambos marcos.
Aún así, por fin ayer me decidí a descubrirlo. Naturalmente no tiene nada que ver… Un parque rodeado de edificios en el cual una parte con césped es cercada para tener acceso a tumbonas que pagas, un sitio supuestamente privilegiado, etc..
Pero vamos, que si te quedas fuera de la valla ves igual de bien que desde dentro. No voy a criticar la propuesta, pues cierto es que la entrada cuesta 2€ y que no le puedes pedir mucho más… o quizá sí: que sea gratis.
Si contamos con el pésimo sistema de sonido que no deja oír bien si no estás pegado a la pantalla, los animales que gritando esperan a unos metros que acabe la película para poder entrar a la sala Bikini… en fin… un show.
Este año el ciclo llevaba el nombre de ‘Love Is In The Air?’ y durante cinco semanas se han podido ver películas como ‘Her’, ‘Begin Again’, ‘Ocho Apellidos Vascos’, ‘Sobran las Palabras’ o la que hoy nos ocupa, ‘10.000 Km’.
He visto la película de Carlos Marqués-Marcet dos veces con la de la última noche. No tenía muy claro qué pensar después de la primera vez. Lo cierto es que al film le avalan grandes críticas y premios internacionales, habiendo sido proyectada en nuestra ciudad en salas tan importantes como el Phenomena, la Filmoteca de Catalunya, la sala Montjuïc, etc…
Cuando una película recibe ese aura casi de obra maestra o película de culto, parece que estamos obligados a llevarnos una buena impresión sobre ella, así que como quien calla otorga, durante meses si me preguntaban decía:
-¡Ah! 10.000 km es interesante, sí. Es brutal como una pareja perfecta se puede deteriorar debido a la distancia.
Pero realmente era una pose. Ahora puedo decirlo tranquilamente y sin que se me mueva un solo pelo de la cabeza.
10.000 Km puede partir de una idea interesante, incluso su plano secuencia inicial puede hacerte entrar en la casa de la pareja protagonista y formar parte de su cotidianidad, tal y como ya hizo en su momento Gaspar Noe con Irreversible.
No me importa que la era en la que vivimos esté dominada por la tecnología, no me lo creo con estos personajes. Ambos son demasiado planos y todas sus emociones parecen cogidas con pinzas, pues exageran tanto para parecer naturales que hay momentos de cierta vergüenza ajena en la que el espectador tiene que mirar hacia otro lado.
Por otro lado, su falta de medios, algo que el director cree que juega a su favor, no hace más que empeorar la situación en una historia que avanza a trompicones mientras vemos pasar con desidia los días que la pareja está separada.
Esto provoca, al menos en quien escribe, la más absoluta indiferencia hacia una pareja en la que la distancia parece destruir un lazo tan fuerte como inexistente si no consigues entrar en la historia.
Lo he intentado, pero no puedo. No soy capaz de entrar en esa brillantez de la que parece hacer gala una película que triunfa allá por donde pasa. Que me perdone el cine español, el catalán y sus realizadores, pero no ha habido film a día de hoy que haya conseguido removerme las entrañas ni una sola vez.
Aún así no pierdo la esperanza.