Hipócrates sigue a dos médicos residentes en un hospital de París en el que predominan los estudiantes. Cada uno hace lo que puede teniendo siempre en cuenta el juramento hipocrático, aquel que hacen los que va a empezar sus prácticas con pacientes o se gradúan en medicina y en el que se comprometen con su oficio para no perder jamás la ética y la responsabilidad que esta profesión requiere.
Un juramento que ya de por sí, los recortes de un país han pisoteado impunemente.
Así la película nos muestra como estos dos médicos deben lidiar con el hecho de querer hacer lo mejor para los pacientes en contrapunto con los escasos medios con los que cuenta un hospital de París.
Es ahí cuando la ética choca contra unas normas que parecen ser impuestas por idiotas que nunca tendrán que hacer uso de la medicina pública y que parecen apartados de la realidad que se vive en estos hospitales en los cuales son de vital importancia más equipo humano y más material médico.
Sin un electro no podemos saber el estado del corazón de un paciente que podría no acabar la noche.
Si un enfermo terminal necesita la cama y una bomba de morfina para pasar sus últimos días, es mejor hacerle levantar y cederle la cama a otro enfermo.
Esta es la sociedad que nos está tocando vivir. Un sistema médico cada vez más tercermundista y un país que no se despeina a la hora de recortar en la salud de los demás si por ello puede ahorrarse algo de calderilla.
¿Para que recortar en armamento? Mejor en salud y que se pudran los ciudadanos.
Aún así, no podemos comparar al país vecino con nosotros, pues si a ellos les tocas mucho los cojones al final se revolucionan, por ello han hecho historia.
Aquí pueden recortar en salud y educación que lo único que haremos será ponernos a cuatro patas para que nos sigan dando por el culo.
Hipócrates es un conmovedor alegato a favor de la salud pública. Un film que sin arriesgar demasiado, resulta estar a años luz del cine que somos capaces de realizar en nuestro país.