Lunes, 09 Marzo 2015 12:31

Francis Scott Fitzgerald: Hermoso y maldito. Una nueva Polaroid de CEC Escritura: perfiles de escritores en cadena

Escrito por  Publicado en Polaroids
A study of F. Scott Fitzgerald by Gordon Bryan...

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En una carta de 1950, Raymond Chandler comenta, a propósito de una por entonces reciente biografía de Francis Scott Fitzgerald, que este escribía con una cualidad que los anuncios de cosméticos habían devaluado, encanto, y que era asombroso, teniendo en cuenta su problema, que Fitzgerald hubiera logrado escribir tantos y tan buenos cuentos y novelas.

 

El problema al que se refería Chandler, él mismo lo conocía bien, pues también era alcohólico. Además, ambos habían trabajado para Hollywood y se habían sentido maltratados por la industria del cine. La diferencia entre los dos estribaba en que, mientras Chandler tuvo que esperar a pasar de los cincuenta para conocer el éxito, Fitzgerald lo conoció desde muy joven, con apenas veintiún años recién cumplidos. De hecho, nunca llegaría a cumplir los cincuenta: murió antes, alcoholizado, en el apartamento de Sheila Graham, en Hollywood, dejando una novela a medias.

 

Pero el problema de Fitzgerald no fue el alcohol, ni siquiera su famosa esposa loca, Zelda. Su problema fue la decisión de acabar convirtiendo su vida en otra más de sus novelas y a sí mísmo en uno más de sus protagonistas arquetípicos.

The Short Stories of F. Scott Fitzgerald

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"No hay segundos actos en las vidas americanas", nos dice, olvidándose de que no hay segundos actos en la vida de nadie, americano o chino: salimos a escena sin guión, sin haber hablado con el director, coincidimos sobre las tablas con otros personajes de los que apenas sabemos nada y el apuntador nos susurra indicaciones tan confusas como contradictorias y, cuando cae el telón, no podemos quedarnos a ver si nos aplauden o no.

 

 

 

Las chicas se aplican polvos de arroz y se pintan los labios en el lavabo, mientras que en el salón de una casa sureña toca una orquesta de jazz; un joven camina calle arriba y calle abajo con una guitarra al hombro, sin saber si se atreverá a darle una serenata a su enamorada o no; una jovencita sube de un salto a un coche lleno de chicos de una hermandad universitaria, tiene las mejillas llenas de pecas y de su escote sale un ligero olor a vainilla; un joven escritor de éxito entra en una joyería de la Quinta Avenida para comprar un diamante tan grande como el Ritz; Jay Gatsby observa la luz en la ventana de Daisy; el doctor Dick Divers viaja tendido en la caja de un camión por la madrugada de París...

Hay un agudo sentido de la belleza del instante en la obra de Fitzgerald, de su brutal e irrepetible poder, del anhelo y la alegría de ser joven, guapo, sano y feliz; contiene, al mismo tiempo, la hiriente consciencia de su frágil triunfo y su fugacidad, En eso consiste el encanto de Fitzgerald: la sombra en la sonrisa mientras los amantes se besan, la penetrante percepción de que la felicidad, la juventud y la belleza tal vez ya no pasen mañana por aquí.

F. Scott Fitzgerald, 1937, June 4

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El éxito de su primera novela, A este lado del Paraíso, le abrió las puertas de las mejores revistas, que se peleaban por publicar sus relatos y los pagaban a muy buen precio. Con veinticinco años publica El gran Gatsby y sus relatos son aun más codiciados y mejor pagados. Fitzgerald lo necesitaba, pues su vida con Zelda era cara: son los años del jazz, de las fiestas en Nueva York, de los cafés de París, de las vacaciones en la Riviera; la juventud ha escogido divertirse, olvidar la espantosa guerra de las trincheras y el gas venenoso.

Cover of the first volume in the series

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En 1929 todo eso se acaba: se hunde la Bolsa de Nueva York y con ella los felices años veinte. Zelda se vuelve loca. E, inopinadamente, los relatos de Fitzgerald caen en desgracia y dejan de venderse; van cayendo de las revistas más importantes a otras de segunda categoría. Con rara unanimidad, crítica y público le dan la espalda a su nueva novela, Suave es la noche. Sorprende que sea este fracaso de público y cotización de sus relatos el que convence a Fitzgerald de su condición de escritor fracasado. Si se piensa en un escritot antitético, Louis-Ferdinand Céline se aprecian aun más sus diferencias si se piensa en cómo afronta cada uno de ellos su particular ostracismo: si Fitzgerald asume que el público tiene razón y que por tanto él ha fracasado, el proscrito Céline, castigado al sótano aún en el quincuagésimo aniversario de su muerte, no piensa ni por un momento que los demás puedan tener razón; sabe perfectamente que todos ellos se equivocan y que él es un gran escritor. A ése íntimo fracaso se unen la enfermedad de Zelda, las estrecheces económicas y el alcohol, fieles compañeros en los seis años siguientes a Suave es la noche. No le abandonarán hasta su último lecho, el de Sheila Graham, allá en Hollywood.

 

English: Black-and-white photographic portrait...

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Pero hubo otro Fitzgerald posible: en 1962 se recopilaron en libro unos relatos que había escrito para revistas de segunda fila en los años de su asumido fracaso. Los protagonizaba Patt Hobby, un guionista de Hollywood caído en desgracia, patético resto del esplendor del cine muddo, alcohólico, marrullero, desesperado, capaz de cualquier cosa por colar una frase en un guión. Planea en ellos un humor lúcido y ácido, carente de conmiseración por uno mismo o por los demás. Patt Hobby está más cerca de Hank Chinaski que de Jay Gatsby y podría haber sido la llave para seguir escribiendo después de la muerte de Scott Fitzgerald, pero Fitzgerald no lo escogió. Su elección consciente - como la de Don Quijote, cosa que advertimos con asombro en la segunda parte de la novela- fue la de convertirse él mísmo en un personaje de Scott Fitzgerald y hacer de su vida tal vez la mejor y más perfecta de sus novelas.

English: Black-and-white photographic portrait...

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Tal vez porque había leído las páginas de Wilde en las que este dice que también la vida de un artista puede ser una de sus obras y, con suerte, tal vez la mejor y más perdurable. Y tal vez eso fue a la vez su solución y su problema. Hoy no podemos pensar a Scott Fitzgerald de una manera distinta a como se nos presentó o escogió presentarse. Como uno de los suyos, hermoso y maldito.

 

 


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