Tenía las ganas y las expectativas de siempre, habían pasado cuatro años desde la última vez que estuve en un concierto de Divididos y me preguntaba como iría a afectarme, muchas cosas pasaron desde aquel recital en una mínima cancha de básquet de la ciudad de Necochea, yo me cambié de continente, ellos dejaron de pertenecer a un sello multinacional y cambiaron baterista.
Divididos quizás sea la única banda de rock popular argentino que mantiene una independencia e identidad propia, tanto musical como ideológica, que la despega del resto, (con permiso de los extintos Redondos) si bien podría considerarse el primer grupo en incorporar los típicos motivos que hoy abundan en tantos grupos consagrados como Bersuit, Los Piojos, la Renga, Callejeros, etc, es decir, el barrio, la calle, la pertenencia a una parte de la sociedad siempre relegada a los prejuicios (“negritos cabeza”, “lo pibe”) y elementos del Folklore. Sin autopronunciarse como la banda cabecera de una sociedad marginada, Ricardo Mollo (voz y guitarra) y Diego Arnedo (bajo y coros) optaron por tocar, tocar, y tocar, se fueron a Humahuaca, a Ushuaia, recorrieron esa cosa casi abstracta llamada Argentina.
29 de Septiembre de 2009, estamos con mi compañero de trabajo, esperando el backline de Divididos en la puerta de la sala 1 de Razzmatazz, llegan los técnicos y los equipos, mientras montamos el set advierto que mis expectativas van por buen camino, Diego Arnedo elije para amplificar su viejo y amado Fender Jazz Bass equipos Ampeg SVT, fue la primera vez que ví, luego de trabajar en muchísimos conciertos, que un bajista elija no una, sino tres de estas cajas ampeg para su amplificación, me reí, semejante salvajada de artillería era la confirmación de que Divididos sigue siendo la aplanadora del rock.
Luego de la prueba de sonido, salgo a la calle para ver a unos amigos, el ambiente era muy especial, se percibía el entusiasmo de la gente por ver al trio en su primera visita a Catalunya, llega el momento, el público cantando como si todo siguiera igual, como si hubiera un lugar para olvidarse de los quilombos y el único tiempo posible fueran los compases marcados por la batería de Catriel. Mollo y Arnedo optaron por una lista de temas que iba en perfecta armonía con el clima y las experiencias previas vividas por ellos (la retención de Catriel por parte de la policía en Madrid) y por el público, con lija de rocanrrolargento, arrancaron con Salir a Asustar, y con los primeros y brutales acordes la homogenización del público en una maza de cuerpos transpirados, alegría y salto ininterrumpido, como en la cancha.
Simpleza, volumen, el justo equilibrio que permite disfrutar de la exelente calidad de unos músicos que no se creen ni virtuosos ni abanderados de una generación, el perfecto desmarque para comprometerse únicamente con la música, y claro está, con los “Santos en Remera”, con la “Catedral del Sudor”, la aplanadora arrancó mas de una cabeza, Mollo tocó con púa, con dedos, con el clásico número de la zapatilla, con los dientes, Arnedo le dio una paliza al bajo, como siempre, tuvo algún que otro problema con la ecualización, pero no importó, hubo homenaje a Pappo, a Hendrix, a Atahualpa y a Sumo. La incorporación de Catriel merece un aparte, un baterista capaz de transmitir un poderío que sólo se compara a la precisión con la que ejecuta su instrumento, sin perder nunca la vitalidad ni el corazón que representa estar en un grupo como Divididos.
Acá también hay agite, ellos lo saben, y todos esperamos que vuelvan.
