Wu Minxia (Photo credit: Wikipedia)
Seguro que todos vosotros, igual que yo, os quedasteis este verano boquiabiertos viendo en las Olimpiadas a esos grupos de ninfas del agua llamados equipos femeninos de natación sincronizado. Fue, una vez más, el equipo ruso el gran triunfador, seguido por el extraordinario equipo español, cuya actuación fue espectacular, y por último, el magnifico equipo chino...
Nunca había visto yo una cosa igual, qué cabriolas y qué saltos, boca arriba, boca abajo, de lado, sincronizando sus constantes aleteos de manos y piernas como si se trataran de auténticos bancos de peces remontando el cauce de un caudaloso río. Y qué me dicen de estas ninfas fuera del agua, qué andares tan armoniosos, tan elegantes, qué sonrisas y qué alegría en sus caras al salir y entrar al agua, que nos daban la impresión de que estos seres semi-anfibios eran las criaturas más felices y orgullosas del reino animal, y nosotros desde nuestras casas simples y torpes terrestres, tan sólo podíamos suspirar ante tan sublime belleza...
¿Lo recuerdan bien?. Pues bien, todo esto es mentira, y lo que realmente se esconde detrás de estas pequeñas niñas-anfibias es una mezcla explosiva de enorme esfuerzo, frustraciones y una tiranía por parte de sus entrenadoras a la altura de la madrastra de Blancanieves, incluso una solapada e interesada explotación infantil.
Todo esto es una pena muy grande, pues estas chicas y su esforzado y bello deporte daban un aire fresco al mundo del deporte, ya en sí más que podrido... hablo, por supuesto, del deporte de alta competición, no el deporte de darse unas carreritas por el parque.
Y es que el deporte de competición, no es más que una extensión misma del ser humano, y cuando éste compite por algo, es difícil que no acabe convirtiéndose en un verdadero depredador: no conozco deporte alguno de competición que haga mejor a nadie, ni a los que ganan ni a los que pierden: a unos, los que ganan, los envilece, y a los otros, los que pierden, los frustra enormemente.
Pero este daño es mucho mayor porque el deporte de competición acaba creando seres grotescamente obsesivos: por ejmplo, no hay cosa más grotesca y ridícula que un campeón del mundo de fútbol, o sea, un ser obsesionado con una pelota, o un tipo que, por tener las piernas largas como un gamo y correr los cien metros lisos mas rápido que nadie se cree más cerca del olimpo y de la gloria que de los demás mortales, que además le siguen embelesados.
Pero el caso más extremo y triste es el de los atletas chinos, que muchas veces se ven obligados a renunciar a su vida para después caer en el más absoluto olvido, en un país, China, donde las escuelas deportivas dirigidas por el régimen seleccionan y reclutan niños con cualidades excepcionales para el entrenamiento deportivo, algunos desde los cuatro años de edad, con el simple e interesado fin de llevarlos a las olimpiadas, donde lo único que se espera de ellos es que lleven medallas de oro a casa: niños a los que dejan sin niñez, sin educación y sin vida familiar.
Es el caso de Wu Minxia, ganadora de cuatro medallas de oro en salto de trampolín, que se enteró hace poco que su madre lucha contra un cáncer de mama desde hace ocho años y que sus abuelos murieron hace más de un año, noticias que le fueron ocultadas hasta después de participar en las Olimpiadas de Londres.
La cosa es incluso mucho más dramática de lo que parece, pues estos atletas, la mayoría casi sin educación ni experiencia laboral, una vez retirados, se les hace casi imposible ganarse la vida después del deporte y los datos que se barajan son que, de cerca de 6.000 atletas que se retiran cada año en China, más de la mitad se quedan sin empleo y casi el 80º/º de los 300.000 atletas retirados en China están sin trabajo, en la pobreza, lesionados e incluso muchos de ellos lisiados por el exceso de ejercicio, una lucha para sobrevivir que incluso campeones mundiales como Ai Dongnei, campeona en la maratón internacinal de Beijing tuvo que vender su medalla de oro para poder alimentar a su familia, o Cai Li, campeón de lavantamiento de pesas que no pudo pagar su tratamiento medico y murió de neumonía a los 33 años, o Zahg Shangwu, medalla de oro que después quedó en la miseria por una lesión, y otro de los más tristes ejemplos, el famoso jugador de baloncesto Huan Cheng, que vive en una choza abandonada y se dedica a recolectar basura.
Seguiría con más ejemplos pero, para concluir, sólo recalcar que los famosos valores olímpicos o de los grandes triunfos del deporte esconden muchas veces en su interior más penas que glorias y más miserias, intereses , frustraciones y egoísmos que otra cosa.
Y ahora a darse todos una carrerita y hacer un poco de ejercicio, pero sin pasarse que luego entran agujetas y está uno de peor humor.....
Lo de Anna Tarrés ha servido para que por fin empiecen a hablarse las cosas. Ser una deportista de élite tiene un precio muy alto, más allá de lo que venden en los medios, que no investigan nunca lo que realmente sería interesante.
Felicidades por tu escrito y por esta nueva iniciativa, espero denuncieis al máximo ya que ningún periódico 'serio' lo hace.