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Recuerdo que cuando era pequeño, durante los años '80 y '90, cada año iba con mis padres y mi hermanita al Salón del Automóvil de Barcelona. Para mi hermana y para mí era una fiesta. No sólo porque era la excusa ideal para pasar el día fuera del barrio, sino porque nos encantaba ver todas aquellas máquinas tan impresionantes, tocarlas, subirnos en ellas e incluso ver como nuestro padre las conducía (las que podía, claro). A parte de eso, como mi padre era funcionario, podíamos subirnos en los coches de la Policía Nacional, de la Guardia Civil, de los Bomberos y en las Ambulancias sin ni siquiera hacer cola para ello. ¡Jo! ¡Qué afortunados nos sentíamos! Era como ser especial entre toda aquella multitud, que no paraba de esperar para hacer absolutamente todo. Y os puedo asegurar que había muchísima gente. Por todas partes, en cualquiera de los pabellones de la feria de Montjuïc, había tal gentío, que en ocasiones teníamos que salir a que nos diese el aire, debido al sofoco, mientras nuestra madre nos decía contínuamente aquello de -"Niños, cogeros de la mano y no os soltéis, a ver si aún os váis a perder"-.
En el Salón había mil y una actividades para hacer, tanto para los niños como para los adultos. Para los primeros, la programación íba desde hacer un dibujo en el que plasmar el coche de tus sueños, pintar camisetas o recopilar pegatinas de los diferentes fabricantes de coches y motos, hasta hacer carreras en bicicleta, subirte a los vehículos oficiales de los diferentes Cuerpos de Seguridad del Estado o subir en un globo aerostático (sólo unos metros sobre el suelo, pero era genial). Daba igual que la actividad no fuese directamente ligada a la temática automovilística, como podía ser subir en globo, pero a los niños nos encantaba todo aquello. Para los adultos, las actividades eran diferentes, pero igualmente emocionantes. Desde sentarte en los deportivos más laureados de su tiempo, hasta hacer un circuito prefabricado con algunos de los 4x4 más impresionantes del momento.
Hoy, no sé bien si es por las guerras internas que se viven en el sector automovilístico de nuestro país, en el que fabricantes, vendedores y dirigentes políticos están a la greña, o si es debido a la grave crisis que se vive mundialmente (y en ese sector en particular, más aún desde que acabó el vigorizador Plan 2000E), o si es por una falta de interés en este evento o por una mala gestión y organización, pero la Feria del Automóvil de Barcelona no es lo que era.
Hacía tiempo que no asistía al evento y, como me quiero cambiar el coche en breve, decidí que a lo mejor podía echar un vistazo, a ver qué ofertas podía recopilar de los modelos que me gustan. Y de paso, tenía la excusa perfecta para pasar un día de "hombres" con mi amado padre, con quien tan pocas oportunidades tengo de pasar tiempo. En el fondo sabía que nos íbamos a poner, como se suele decir, "los dientes largos" con tanta belleza motorizada como esperábamos encontrarnos allí. Resultó que no fue así, pero vayamos por pasos.
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Cuando entramos en el primer pabellón, nos comenzamos a frotar las manos y a limpiarnos la baba con lo que vimos. El primer gran "stand" era el de Audi. ¡Diós! ¡¿Cuánta belleza es capaz de crear el ser humano a partir de simples metales?! Ante nosotros se desplegaba toda la imponente figura del "Audi eTron Concept", el vehículo del futuro según el criterio de los señores de Ingolstadt (ojalá tengan razón). Un eléctrico puro que, a pesar de ser poco más que un ejercicio de diseño, cuenta con todos los avances tecnológicos de última generación, además de ser la pauta a seguir por la marca en un futuro a medio/largo plazo. Sencillamente insultante para casi cualquier competidor. A su lado, el precioso nuevo modelo Audi Q3 y todos los hermanos más impresionantes de la familia de los cuatro aros: Audi RS3, Audi A1 SLine, Audi RS5 y un impresionante ejemplar del Audi A8 L W12, una máquina con 500CV de potencia, disfrazados de coche familiar de súper lujo, con un precio que parte de los 152.000€. Claro, una vez sales del espacio de Audi, piensas:
-"¡Madre mía! Si esto es el principio del primer pabellón... ¿Qué nos espera al final?" Y entonces empiezas a soñar despierto con los Tesla, Lamborghini, Porsche y Bugatti, entre otros, para más tarde, y perdonadme la expresión, darte cuenta de que estás "empalmado" debido a tus fantasías.
Delante del "stand" de Audi te encuentras con el de Hyundai. ¡Válgame mi madre, cómo han cambiado los coreanos en pocos años! Lo que en un principio parecía ser una aventura que se íba a quedar en nada, ha desembocado en una de las opciones del segmento generalista más sorprendentes y comprometidas con la calidad que he visto en mucho tiempo (aunque aún les falta, todo sea dicho). Hyundai, igual que otras casas como Kia o Chevrolet (vale, esta última es estadounidense, pero no olvidemos que aquí en nuestro país comenzaron remarcando los productos de la desaparecida Daewoo, una coreana más), se dieron cuenta de que si querían competir con las marcas francesas, alemanas o japonesas, íban a necesitar invertir mucho en calidad de materiales, ajustes y tecnología, además de cumplir con las estrictas normativas europeas de consumos y emisiones de CO2. ¡Y vaya si lo hicieron! Siendo sincero, desconozco la calidad de los coches de Hyundai en su país de orígen (es de suponer que estando en un mundo tan global, será igual a la de aquí), pero desde luego en Europa han dado un salto bastante importante en cuanto a calidad de sus productos. Allí pudimos ver el nuevo Hyundai i40, una berlina media de diseño muy actual (no como el obsoleto Elantra) y tecnología nada despreciable, el novísimo coupé Genesis y el "balín" de la marca de la H, el nuevo Veloster, un coupé compacto que guarda una sorpresa muy práctica, en forma de segunda puerta en el lado del copiloto. Vamos, un coupé de tres puertas (sin contar la del maletero).
Tampoco me quiero emocionar contando las bondades que encontramos en cada marca, porque no acabaría. Lo que sí quiero hacer es dejar constancia de todas las marcas que recuerdo haber visto en el Salón, porque a mi padre y a mí nos pareció que si eso era todo, más valía agradecer que la entrada nos saliera gratis.
Vimos Audi, Volkswagen, Peugeot, Nissan, Renault, Hyundai, Dacia, Ford, Mercedes, Seat, BMW, Mini, Lancia, Fiat, Alfa Romeo, Kia, SsangYong, Isuzu, Aston Martin, algún Ferrari, el impresionante Bentley Continental GT, Jeep, un par de Maserati y un Porsche preparado para competición. Nada más.
Así como después de ver el "stand" de Audi se nos hacía la boca agua, a medida que íbamos avanzando por los diferentes pabellones, con la mente intentando averiguar qué sorpresas nos tenían preparadas, la decepción se hizo más palpable en nuestros rostros. Ya no porque no estuvieran los amigos de Tesla o de Bugatti, lo podría llegar a entender (aunque hubiéramos pagado mucho por verlos). Pero es que no estaban por ningún lado ni los señores de Citroën, Opel o Suzuki, marcas más generalistas, que se hacen imprescindibles en cualquier Salón del Automóvil que mínimamente se precie de llamarse así.
Por tanto, llegué a la conclusión (una vez más) de que algo no anda bien en este país, cuando no es posible ni organizar un evento como un Salón del Automóvil en condiciones. Desconozco si los organizadores les pedían mucho dinero a los expositores por presentar sus productos allí o si la razón es otra, pero la sensación de desamparo que daba ese Salón este año era como para echarse a llorar, de verdad.
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En un sector como el automovilístico que, desde hace casi un año, no para de arrojar cifras más que alarmantes, con una bajada drástica de las ventas de automóviles a particulares desde que acabó el Plan 2000E, así como a las empresas de flotas. En un país en que trimestre tras trimestre, los concesionarios van arrastrando sus números por el lodo, sin que parece que haya remedio alguno a la vista, no creo que sea muy buena idea dejar escapar la oportunidad de vender alguna que otra unidad, aunque sea a un precio sensiblemente menor, con tal de salvar un poco las cuentas de cara al balance trimestral. Pero claro, aquí sucede como en todos los ámbitos en este puñetero país: cada uno se mueve por sus intereses, sin pensar siquiera en el bien común. Así nos va. No somos capaces de ponernos de acuerdo ni para salvar una situación complicada. Sólo coincidimos en que estamos jodidos, pero a la hora de buscar soluciones, cada uno quiere pillar la tajada más grande, concediendo lo menos posible. Gracias a eso, lo que se prometía como un excitante día con mi padre, compartiendo nuestro gusto por los coches, se convirtió en un día con un sabor final a pérdida de tiempo. No por la compañía, la cual valoro más que todos los Salones del mundo, no me malinterpretéis, sino porque nos podíamos haber ahorrado el madrugón y la caminata e irnos a comer una buena costillada, en vez de comernos un bocata de chóped sentados en el césped de la Fuente Mágica de Barcelona, esperando unas sorpresas que no habían de llegar. En fin... This is Spain, amigos.
