Lamentablemente, la respuesta a todas vuestras preguntas es: NO.
Primero, porque esto no es el Apocalipsis. Ni se le acerca. La peste negra mató a casi cien millones de personas. La gripe española del 18, a cincuenta, en su mayor parte niños y jóvenes. Cuando el polvo de todo esto se pose, veremos cuántos muertos a nivel mundial ha causado, pero me apuesto cualquier cosa a que la cifra no se acercará ni lejanamente a las anteriores. Y el hombre no aprendió entonces. Tampoco lo hará ahora.

Segundo, porque a nadie le interesa realmente cambiar el sistema. La gente, en general, teme a los cambios más que a nada (por eso nos da tanto miedo esta pandemia, independientemente de sus estadísticas), y bastará con maquillar la realidad ligeramente con medidas de cierta eficacia a corto plazo y que dejen todo igual a largo para que las aguas vuelvan a su cauce, al menos hasta la próxima, que llegará y será más dura.

La riqueza, el poder, la belleza, etc., son valores que llevan con nosotros desde la Edad de los Metales, si no antes. Lamentablemente, están en nuestro genoma, y todo sistema que las ha intentado revertir, subvertir o cambiar de algún modo ha fracasado miserablemente: es el simio en nosotros, que suspira por un macho alfa que guíe nuestros ciegos pasos y nos salve de los peligros que nos acechan. Y si el macho alfa de turno demuestra ser incapaz (como lo suelen ser todos), elegimos al siguiente y asunto arreglado. Hasta que demuestre a su vez su incompetencia. Pero no podemos prescindir de esa figura protectora.

El cambio climático nos ha dado igual hasta hace dos días, y es algo infinitamente más grave que esta crisis, un tigre de papel que realmente nos duele sobre todo porque afecta a nuestro egoísta concepto de la libertad y por abocarnos a una crisis económica que dañará nuestros bolsillos durante años. La prensa, como buitres, se relame cada vez que surge una noticia alarmista mientras tapa cualquier destello de esperanza y silencia las sensatas palabras de la comunidad científica (la independiente, no la OMS), que llaman a la responsabilidad y a la calma, y a la inversión en investigación independiente.

Lo único que podemos hacer para cambiar las cosas es educar a las próximas generaciones para que no cometan los mismos errores criminales que nosotros. Educación, educación y educación. Y confiar en los jóvenes. Nosotros ya hemos tenido nuestra oportunidad, y hemos fracasado de todas todas.