Cuando se es ajeno a todo lo que pasa alrededor, asistimos al circo de vanidades
Cuando uno se dispone a ver TOON no sabe bien a lo que se enfrenta y lo que en un inicio parece una ligera versión de Gösta pronto se descubre como una extensión de las denuncias de Moodyson. Levedades, las de los personajes: todo un elenco de abusones, abusados y algún satélite fuera de órbita que conforman el sistema solar de Toon.
TOON es músico y la persona más aburrida del mundo. Un freaky introvertido que lo único que quiere es pasar desapercibido y jugar con su consola y sus juegos online. Trabaja en una agencia de publicidad o relaciones públicas que le encarga "jingles" para anuncios, a cual más patético, hasta llegar al lamentable punto de estar seriamente disertando sobre la melodía de la apertura de puertas del tren que bajo el calificativo de "experiencia" que parece haberse adueñado de todo el marketing del siglo XXI (ahora nos venden experiencias para todo, hasta ir a cagar es una experiencia).
Los jefes de Toon son un par de capullos a la moda, la hermana de Toon es como la hiedra, no sirve para nada y es capaz de crecer en los lugares más inhóspitos colándose por cualquier brecha por pequeña que sea. La compañera de Toon es una hermosa y despampanante pelirroja pero ahí termina su aportación a la humanidad.
Un día en una fiesta sorpresa a la sombra de la voluntad de Toon tomando su cumpleaños como excusa, la hermana invita a todos SUS amigos, los de ella. En su primera temporada Toon salta a la fama como por casualidad y por obligación. Un accidental video en youtube se hace viral y Toon se despierta siendo la estrella del momento. A partir de ahí, todo el engranaje del sistema se pone en funcionamiento y se desencadenan los hechos que llevan a sus personajes a la perdición. No queda títere con cabeza cuando los guionistas empiezan a disparar con precisión a todos los clichés, trampas y egoismos varios. Acertados, caústicos y con un despliegue de maestría del que no quiere la cosa entran a matar, directos a la yugular. En fila india y uno detrás de otro los parásitos que buscan vivir a costa de sus huéspedes van pasando por el tamiz del purgatorio, desentrañando esas bajezas morales amparadas por un sistema que alienta a los chupópteros a conseguir larvarse o labrarse un futuro a costa de la creatividad de unos pocos.
En su segunda temporada Toon despliega sus alas y el paraguas se extiende mucho más allá de la industria musical y las redes sociales. Incide en lo políticamente correcto deteniéndose en todo lo que se corresponde con el show business de la desorganización vital que consiste en explotar al prójimo, sorberle la sangre y la vida. Pone de relevancia la crueldad del sistema general y hasta donde se es capaz de llegar la bajeza moral de la humanidad.
Toon es una serie aparentemente simpática pero los que hemos estado en la situación de Toon reconocemos la sobreexplotación y la amargura y tristeza que sus ojos transmiten. Es punzante y dolorosa pero su cara vista es una sonrisa jovial. El mensaje entra mejor cuando no parece haber intención de dinamitar nuestro interior. Toon obliga a analizar con lupa nuestra contribución personal y diaria a la sandez generalizada.
Habla de la constante socialzación a la que el mundo nos expone, del talento creativo y del malgasto del mismo, de la cultura de la comercialización/prostitución de todo y de cualquier cosa. Dispara en contra de los jefes enrollados que son una fachada para no transmitir su frustración por la vida de querer crear pero no poder porque NO TODO EL MUNDO PUEDE. No sólo hace falta talento para llevar a cabo una creación, hace falta algo que no se puede comprar con dinero: imaginación.
Toon es una de las atemporales que hacen brillar el catálogo de rarezas de Netflix, recomendada encarecida y urgentemente.
