El género carcelario es un tema realmente manido y por ello es algo que hay que enfocar de la manera más seria y valiente posible, pues es seguro que habrá cientos de clichés que se repetirán.
Uno de los grandes aciertos de Convicto es su maravillosa dirección de actores, los cuales son los absolutos responsables de que, algo mil veces visto, cobre vida e interés para el espectador.
David Makenzie es uno de esos directores que sorprenden con cada nuevo trabajo. Un tipo sensible que es capaz de emocionarnos con una historia de amor tan compleja y bella como Perfect Sense, o de sacar nuestra ira más recóndita con Convicto.
Y es que hay mucha mala leche en el film. Empezando por nuestro joven protagonista, un inmenso Jack O’Connell que continúa acumulando éxitos hipnotizando al espectador, aquí con un grave problema de autocontrol de la rabia, tan sumamente bien elaborado que consigue empatizar con el espectador desde el principio. Porque no nos mintamos, queridos lectores: aquí todos hemos tenido mala hostia en algún momento, y hemos querido romper todo lo que nos rodea.
La violencia está implícita en cada rincón de la prisión, no solo a nivel físico, sino también verbal. Las circunstancias de cada uno han llevado a este grupo de presos a ser unas auténticas bestias encerradas en las que impera -como siempre- la ley del más fuerte: el que quiera recuperar cualquier atisbo de humanidad saldrá perdiendo... y pagando las iras y las frustraciones de los otros.
Convicto es, por todo esto -y por mucho más- una película que habla de un drama familiar conocido por todos y que se refugia en una cárcel como telón de fondo. Quizá esa contradicción de espacios y personajes violentos es otro de los grandes aciertos de un film hecho para concienciar y que corre el peligro de pasar desapercibido por nuestra cartelera ante el aluvión de películas de Hollywood recientemente estrenadas.
Una pequeña joya que merece ser rescatada pese a su necesaria crueldad. Seguiremos muy de cerca al Señor O’Connell.
