Una crónica de Enrique Menéndez para Culturaencadena.com
No quedó ni una entrada para la visita de Massive Attack al Sant Jordi Club de Barcelona. Después de la espantada del Mad Cool el año pasado, cosa de divos, la inclusión de Barcelona y Madrid en la gira para homenajear su obra maestra “Mezzanine”, era una buena ocasión para resarcirse. El público mayoritariamente gente que se movía en la tercera década de su vida. No es Massive Attack, un grupo para reventar listas en la radio. Y tampoco buscan complacer y crear una interacción con el público. De hecho es gracioso pensar, que a pesar de advertir a todos los que habían comprado entradas, que se adelantaba el espectáculo a las 21:00, hasta las 21:30 no empezó el concierto. Hasta ese momento, largas colas para pillar algo de beber/comer y risas cuando de fondo empezó a escucharse un tema de Britney Spears. Como si se tratara de una broma de mal gusto.
Finalmente cuando los de Bristol se pusieron manos a la obra, lo hicieron con una precisión y control del espectáculo brutal. Un total de tres pantallas recreaban en muchas ocasiones montajes visuales creados para la ocasión. Montajes que hablaban de conspiraciones, del poder del pueblo, de medicinas para ignorar la realidad, de la libertad para elegir… Hay que reconocer que la unión visual/musical era de resultados hipnóticos. Personalmente tres momentos visuales para enmarcar: el simulador de vuelo dirigiéndose a las Torres Gemelas, la aparición de Dorothy de “El Mago de Oz” y un Trump que arrancaba los abucheos del público.
Aunque tampoco se puede negar que en el momento que empezaron a sonar las primeras notas de “Angel” y “Teardrop”, la sencillez de unos focos bastara para crear un ambiente difícil de repetir. Quizás sólo escuchar a Horace Andy cantando “Man next door” podría equiparse. Hubo también momentos para versionar a gente como The Cure y Bauhaus. Excentridades que seguramente dichos artistas aplaudirían.
Escasos 90 minutos después del inicio de una noche mágica, se acabó todo. Las luces se encendieron de golpe y era hora de irse. Sin bises, sin saludos al público, sin nada que no estuviera cronometrado con precisión suiza. A lo mejor tenemos un nuevo grafitti de Bansky en la ciudad. No lo sé, lo que si sé, es que las más de 4000 personas que ayer se dejaron 60 euros para ver un concierto, salieron agradecidos. Ya no es una cuestión sólo músical, es que en el escenario había un grupo que no está para ostias. Historia de la música, gatos viejos, conscientes de la mística que arrastran y que ojalá volvamos a disfrutar.