Del creador de "Martín H", Adolfo Aristarain, película que sería la primera de la trilogía, recibimos en 2002 esta segunda sublime obra de arte en puro estado, muy diferente de aquella, pero que me ha gustado aún más.. Uno se pregunta por qué habiéndonos gustado tanto aquella, hemos tardado tanto en ver esta. Hay respuesta.
Película excelente, actores increíbles, temas diversos pero siempre profundos y existencialistas, con un guión sobre la fatalidad de la vida, pero contado con tomo amable, muy real, y todo ello puesto en escena en una magnífica obra como lo es "Lugares comunes". .Me ha encantado.
El guión es indescriptible, lo recibo como si te tiraran a la cara las verdades más crudas de la existencia humana, y estás encantado de ello porque sabes que no te mienten. El hilo de la narración que aparece intermitentemente en forma de reflexión se relaciona perfectamente con lo que va aconteciendo durante el metraje, a pesar de estar narrado en un tono muy diferente a lo que luego vamos viendo.
El gran Federico Luppi es la voz de estas reflexiones de oro y el protagonista principal de la película, encarnando a un profesor de literatura pre-jubilado en contra de su voluntad, que escribe sus memorias y desgrana paulatinamente las trampas que nos tiende el sistema y la propia existencia. Desmonta lo que siempre hemos creído, empezando por la educación en las universidades, poniendo en tela de juicio el "adoctrinamiento" familiar y revelando el fracaso que todos los padres sienten por sus hijos cuando no se han hecho tal cual ellos esperaban que fueran, uno de los múltiples errores en los que siempre ha incurrido el ser humano.
Supongo que todos los que tenemos un mínimo de amor propio y hemos sabido plantarnos a tiempo, somos un fracaso para nuestros padres. Y eso no debería de ser así, pero no vamos a cambiar ahora el mundo y supongo que todos nuestros progenitores acaban pensando lo mismo: "mientras sea feliz, que haga lo que quiera".
Pero... ¿qué es ser feliz? He ahí la eterna pregunta que la película también pone sobre la mesa como tema de debate. ¿Podemos juzgar la felicidad de otro en base a nuestra percepción de la vida o desde nuestra óptica de felicidad? Esta y otras preguntas que desde siempre se han hecho los grandes sabios, filósofos y letrados en la Historia de la humanidad, son los "lugares comunes" a los que alude el título.
Al haber sido pre-jubilado, el protagonista debe emprender el último tramo vital y enfrentarse a la absurdida sordidez de la existencia humana. La no razón de ser, la falta de objetivos del existir. No es que la descubra ahora, siempre le ha dado vueltas, pero ha sabido autoengañarse lo suficiente, y él mismo lo reconoce. Pero parece que esta vez, la fórmula no funciona.
Todo ello, de lo que no quiero detallar más, sino invitaros a que descubrais o revisionéis esta pequeña gran joya, sumado a la profunda crisis que en 2002 azotaba Argentina, la falta de dinero, las míseras pensiones de jubilación, la falta de demanda y el exceso de oferta, ofrecen un panorama poco alentador y desprovisto de optimismo, del que ya carecía nuestro protagonista.
Y pìenso "es una película ciertamente visionaria" en algunas escenas, pues es lo que estamos sufriendo aquí y ya en el 2002 Aristarain lo avanzaba en la escena que acontece en Madrid. Ahora está sucediendo a escala global, pero en realidad todas las crisis tienen las mismas pautas de comportamiento, todas se reconocen y gestionan por los mismos parámetros. No era visionaria, es tan sólo el eterno retorno del que ya hablaba Nietzsche o Milan Kundera, así como lo es la vida misma.
Un eterno retorno sobre los mismos patrones que no llevan a ningún lugar, que no se rigen por ningún sino, si no que son el mero fruto de la falta de reflexión y de los modelos pre-establecidos. Son los lugares comunes de todos y cada uno de nosotros, así como lo son las eternas cuestiones de debate, muchas de ellas nunca solucionadas.
Ahonda en lo más profundo de nuestra mente y saca a relucir la miseria de la existencia humana, esa condena a muerte que viene adosada a la vida y que, de alguna manera, todo el mundo lleva como una carga en su conciencia aunque de manera inconsciente y, pese a ello, decide engendrar nuevos seres que son, irremediablemente, destinados a la tumba, pasando antes por todas las fases ya conocidas de este viaje a ninguna parte que es nuestra existencia existencialista.
Agregar que, como paradoja, en mi opinión, es un monumento al amor de verdad, aquel capaz de perdurar pese a los vientos en contra con la bandera del respeto ondeando en lo alto del mástil. No se detiene en la lágrima fácil tan característica del cine de factoría pre-diseñado para amebas, sino que pasa por los tragos más fuertes sin apenas esgrimir un suspiro.
Las reflexiones que provoca la película son de una singularidad apabullante pues, si la existencia humana no tiene sentido, si no hay objetivo alguno en el recorrido vital, si el final es el mismo para todos, ¿Cómo es posible amar tan descarnadamente a alguien? ¿Cómo es posible pasar por alto la reflexión que conduce a la nada existencial y dejarse llevar por un sentimiento?
Magnífica obra de arte recomendada a todo aquel que desee descubrir enormes y ambiciosas películas que no caen en la pretensión y saben mantener lo que son... pequeñas, auténticas y maravillosas.
Lo recargado de sus diálogos - un exceso que ya perdoné a Aristaráin en mi adorada "Martín Hache"- los hace inverosímiles, pero es en ellos, en esas reflexiones en voz alta en boca del primero que pasa, donde reside el encanto de la historia.
Yo , en especial, siempre recordaré el speech sobre el sexo en la fotocopiadora. Es una escena memorable en lo moral y en lo emotivo. En su momento me pareció a la vez excitante, reflexiva y sentimentalmente educadora. Nunca la olvidaré.
En lo demás quizá excesivos solipsismo y autocomplacencia. Pero brillantez por doquier.