Zaragoza tiene el privilegio de haber visto nacer dos grupos musicales históricos. Cada uno en las antípodas musicalmente hablando del otro. Y los dos coinciden en tener un nacimiento, un auge y un fin. Hablo de “Violadores del Verso” y de “Héroes del Silencio”. De esta última trata “Héroes: Silencio y Rock & Roll”, el documental estrenado en Netflix.
Una magnifica ocasión para los fans de este grupo de rock y también para los que no la conozcan. Porque esto no va sólo de música o de que te guste este estilo u o el otro. Esto va de vida. Y su director Alexis Riva, parece haber contado con todos los medios para desnudar/recordar a uno de esos grupos que ya se pueden considerar leyenda. Habrá quién dirá que dónde está la leyenda con una discografía tan corta y sólo una década de carrera. Pero a nadie se le ocurre discutir, por ejemplo, que “The Doors” sea o no sea una leyenda.
Antes que me caigan piedras por parte de quien considere, que la comparación puede ser una ofensa para los de Jim Morrison, déjenme decirles que no soy un fan absoluto del grupo de Enrique Bunbury. Es cierto que como todo el mundo, conozco temas suyos, los he cantado/gritado como todo el mundo. Pero a fecha de hoy, en mi casa, sólo encontrarán “Héroes: Silencio y Rock & Roll”, precisamente surgido a raíz de este documental. Pero toca ser profesional y escribir sobre lo que servidor ha visto una mañana de martes, en Netflix.
Y lo que ha visto es como cuatro chavales de Zaragoza, en el momento que esa ciudad “nacía” musicalmente hablando, deciden juntar sus caminos. No eran novatos en esto de la música, simplemente cada uno de ellos estaba en otro proyecto. Y finalmente estos chavales, de nombre Juan Valdivia, Enrique Bunbury, Pedro Andreu y Joaquín Cardiel, empiezan una carrera musical que será mítica. Y “forman” una familia, que junto con la pasión por la música es lo que los mantiene en esto durante esa carrera musical.
Todo ese proceso lo podemos disfrutar, apoyándonos en dos grandes virtudes del documental. Un fondo de archivo impresionante y la colaboración de muchos de los que esa época estuvieron allí, formando parte de una u otra manera del nacimiento/crecimiento de la banda de Zaragoza. Por el documental, además de los integrantes de la banda, podemos escuchar a periodistas musicales como Matías Uribe. A un Gustavo Montesano, que les ayudó a darse a conocer y sacar su primer trabajo. A el mítico productor Phil Manzanera (que flipó con la manera de trabajar de un grupo al que le gustaba vivir bien). Y también a su antiguo mánager Ignacio Cubillas, alias “Pito”.
Es interesante apreciar que el documental muestra las luces pero también las sombras de lo que es ser una estrella del rock & roll. De la “mierda” que hay que tragar, impagable esa imagen de un concurso de tv, haciendo la pregunta más absurda del mundo a un concursante sobre Enrique Bunbury. De que no sólo el talento es necesario para llegar lejos en esta industria. Los miembros del grupo no tienen ningún problema en ser totalmente sinceros en este documental. Y dejan bien claro, por ejemplo, que nunca disfrutaron con la parte promocional de su carrera. Y que las drogas ayudaron a la creación de temas como “Sirena Varada” y también que todo desgasta.
Y el desgaste, va con el paso de los años, con la presión, con el choque de criterios musicales entre Enrique y Juan. Y con una infinidad de conciertos/compromisos que acaban explotando en un concierto en Paris. En donde Enrique Bunbury “explota” como ese motor de un coche que deja de funcionar, porque se ha abusado de él. Todos los que han participado en este documental, no se han dejado nada en el tintero. No han buscado “redimirse” ni quedar bien delante el espectador. Si el grupo se rompió, así de repente, delante de una delegación japonesa que venía a ofrecerles lo mejor, a pesar de que todo ya se iba cocinando, pues se dice y punto. Eso para el espectador, es impagable y digno de agradecer. Y se llega a un final del documental con la gira de reencuentro. Y en ese final vemos como todos desde la distancia que otorga el tiempo, son conscientes de lo que llegaron a crear juntos y disfrutan de volver a encontrarse sin la presión de tener que demostrar nada a nadie.
Es como la vida, con los años te quitas presión, eres consciente de que hay que vivir y disfrutar de lo que se hace. Sea escribir, pintar, dibujar o ser músico de uno banda de rock. Cuando algo no se disfruta, ya no vuelve a ser lo mismo.