En el transcurso del Rec Festival Internacional de cine de Tarragona, tuvimos ocasión de ser testigos de la calidad de una actriz como Helena Zengel, que con 7 años rodó “System Crasher”. Si con 7 años es capaz de actuar de esta manera, le espera un futuro prometedor, muy prometedor.
La película de Nora Fingscheidt es un duro retrato de la complicada situación de los niños conflictivos que no encuentran una casa donde quedarse en la Alemania actual. Este es el caso de Benni, un terremoto en pantalla al que da vida como comentaba antes Helena Zengel. Benni atrapada en parte por un trauma infantil (que nunca llegamos a conocer) se comporta de manera caprichosa y salvaje. No respeta las normas, se enfrenta a todo el mundo y para ella todo lo que no sea estar con su madre biológica no sirve de nada.
Su madre Bianca, a la que da vida la actriz Lisa Hagmeister, muestra de manera contundente la desesperación de alguien que puede parecer que se rinde con facilidad, pero que también está al límite. Destrozada por ver a su hija con esos ataques de ira incontrolados, ese comportamiento “peligroso” que saca de sus casillas a todo el mundo.
Esta no es una película de niños traviesos, esto es un puñetero drama, esto va de medicar a una niña como si tuviera algún trastorno mental. Esto va de la lucha estéril de educadores, profesores y demás por darle a esa niña, la vida que una niña merece, con familia, amigos, jugando, estudiando. Pero todo eso es imposible con Benni, ni estar en una especie de “refugio”, ni volver a una casa de acogida en la que estuvo bien. Todo lleva siempre al mismo final, a la locura, agresividad y a la derrota de toda buena intención. Sólo vemos algo de luz durante un rato, pero la luz se irá como todo lo bueno en la vida de Benni.
Ante este bucle de buenos propósitos que se quedan con nada, quizás el final de la película sea muy de sopetón. Pero es que llega un punto en el que queda claro que podríamos estar 3 horas viendo lo mismo. Pasándolo mal porque ya vemos que no habrá solución y alargar de manera innecesaria la película tampoco valía la pena.
Por eso dos horas es justo el límite que se impone la directora para conseguir su objetivo. Mostrarnos una realidad dura, hacerlo sin concesiones y sin salir de la sala con una sonrisa en la boca. Bueno, tampoco está mal una dosis de realidad sin edulcorantes de tanto en tanto. Quedémonos, eso sí, con un nombre: el de Helena Zengel. Como comentado, el futuro del cine es suyo.