Toda una sorpresa cinematográfica que flojea al final del metraje.
Hemos visto en la gran pantalla muchos retratos de familias. Pero no con tanta frecuencia, la de una parte en concreto de la familia. Y aquí es donde centra todos sus esfuerzos la directora Diana Montenegro. En la película que se presentó en el REC Tarragona, “El alma quiere volar”, se nos presentan los personajes femeninos, de distintas generaciones de la misma familia. La abuela, las hijas, la nieta y muy en segundo plano algunos hombres que forman parte de sus vidas.
“El alma quiere volar”, dentro de los miembros de esa familia, mueve casi todo alrededor del personaje de Camila, una niña de 9 años, en medio de los problemas de los mayores. Y de que manera.. Porque el personaje al que da vida Laura Andrea Castro (ojo primer papel en la gran pantalla), asiste a situaciones que ningún niño/a debería presenciar/conocer. Básicamente porque tampoco deberían de pasar. Hablo de malos tratos, hablo de locura, de fanatismo religioso…
Todo tratado visualmente de manera elegante, aunque con cierta incomodidad para un espectador, como ese inicio que augura que no estamos ante una película fácil de digerir. En el apartado visual también destacar que Dunia Montenegro consigue que nos olvidemos de que es una película. La cámara en ocasiones no parece que exista. Me explico, cuando vemos una película es fácil caer en que la cámara va hacía donde el director quiere mostrar la acción, incluso a veces jugar con un “fuera de plano”. Pero aquí, te olvidas de esas intenciones, en esas secuencias largas, con movimientos de cámara imperceptibles, pero que están ahí, recorriendo la escena. Siendo una parte más de la escena. Eso y la interpretación de Laura Andrea Castro, es lo que el espectador más recordará de este clan familiar. De la unión en la desgracia de unas mujeres, que por un lado quieren que todo cambie, pero por otro lado buscan la solución en la fe.
Toda una sorpresa “El alma quiere volar”, a la que quizás perjudica ese final. No por ilógico, que no lo es, sino porque es como un pequeño acelerón que rompe la tranquilidad visual y de argumento que hemos podido disfrutar durante todo el metraje.