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François Ozon vuelve a tocar uno de esos temas en los que el ser humano prefiere no pensar. En esta ocasión, el cáncer terminal. Y, como siempre, la cosa no se queda ahí. El tratamiento es alternativo, personal y auténtico, y tanto la cámara como el guión huyen de los tópicos, de aquellas historias que ya hemos visto cien mil veces (superación individual, heroicidad y otros melodramatismos varios típicos de una industria comercial), para retratar con su cámara aquello que la sociedad prefiere hacer ver que no ocurre jamás, aunque todos sepamos de miles de casos extraños que se dan a raíz de situaciones extremas como lo es saber que vas a morir en pocas semanas.
Todos podemos ser víctimas, cualquier día, de un cáncer. Hasta que el momento no llegue, preferimos no pensar en cómo reaccionaremos, quién tendremos de verdad a nuestro lado, y ese largo etc... de situaciones que surgen a raíz de una notícia tan negra como esta. Lo decía Woody Allen, las dos mejores palabras que puedes oír en esta vida no son "Te quiero", sino "Es benigno".
En este caso, no lo es. Es maligno, e inoperable. El personaje, interpretado a la perfección por Melvil Poupaud (espiga de plata en Valladolid 2005), rechaza la quimioterapia debido al reducido tanto por cien de posibilidades de salvación, y a partir de ese momento, su mundo y su vida cambian, sobre todo, en la perspectiva. Lo que ayer era importante hoy ya no tiene sentido, aunque el mundo real siga su curso, preocupado por auténticas memeces.
Es entonces cuando uno se da cuenta de si realmente su vida estaba bien asentada. Si tenía realmente personas en las que poder confiar algo tan serio, si hay alguien con quien sentarse a hablar y volcar todos sus pensamientos. La posición social, los bienes materiales, los amigos de bulto y las relaciones de pareja falseadas, dejan de tener ese sentido que sólo nuestra imaginación les daba, autoengañándose.
La família siempre está ahí, sí...pero la família ni sabe quien eres realmente, ni te entiende. Es inútil, en muchas de tus relaciones sociales, pedir apoyo real. Lo que tú vives ya es muy diferente a lo que el resto, y las opiniones que vas a recibir están completamente marcadas por la normalidad y aquel manual de instrucciones de la vida en el que a todos nos han dicho lo que debemos hacer.
El protagonista de la película optará por romper con todo y con todos, puesto que esa es su realidad: está aislado, vive en un estado, en un lugar, en un sitio, donde nadie de su entorno vive. Desapareció la empatía y las fachadas sociales. Desapareció el sentido de la vida. Hay que llevar "le temps qui reste" lo mejor que se pueda, siendo vírgenes en la que puede ser una experiencia, además, única.
Sólo con su abuela (interpretada por la aún fantástica Jeanne Moreau) se siente cómodo. Y eso ocurre porque esa mujer ya está de vuelta de todo, y porque ella está ya cerca de la muerte también. Porque ambos vivieron alrededor de una mala experiencia padres-hijos, uno por pasiva, ella por activa. Su abuela pasó por momentos duros en la vida donde hizo todo aquello que nadie entiende, como abandonar a su propio hijo porque necesitaba huír, algo por lo que la sociedad te marca, y eso a la vez le permite a él entender mejor su desarraigo familiar. Es el momento, para los dos, de decir las cosas claras, sin complejos ni manías. Se entienden, y a la vez casi son los únicos seres habilitados para entender al otro, por esa falta de empatía general que sufrimos los humanos y de poca comprensión hacia otras realidades que no encajen en la convencional o "normal"
Y así discurren los breves, y sobrios, 75 minutos de metraje, que muestran, a su vez, la agonía existencial de su enfermo protagonista. No vemos su decaimiento físico, pero sí su desplome vital, cuya constante es un regreso a una infancia que él cree fue su único período feliz en la vida. Entendemos sus 'extrañas' reacciones porque viajamos a sus entrañas, aunque eso no servirá para que los espectadores acostumbrados al cine comercial no pronuncien esa frase tan manida de "está loco", que en nuestra sociedad post-moderna ya suena incluso a excusa global para todo aquello que no sabemos ni queremos entender.
Ha llegado un punto en el que el espectador de las salas de cine se cree más a un superhéroe volando, o ve más real unos dibujos en 3D, que cuando presencia una de las situaciones extrañas que se dan en nuestra existencia. En la película de Ozon veremos situaciones extremas derivadas de una situación concreta, pero que al no ser mayoritarias, o aceptadas como reales, corren el riesgo de ser interpretadas como increíbles por el público. Todos sabemos ya que Superman hace uso de la kryptonita, pero parece que no somos conscientes de que el ser humano puede llegar muy lejos en según qué desesperados momentos. Yo me alegro de haber visto una película real, al igual que me alegro de ser consciente de que nada es como es, y que el señor que vive al lado y viste con corbata no tiene porque ser el vecino ejemplar que aparenta ser.
Todo aquel que quiera disfrutar de un buen drama (que no dramón) introspectivo, que no tenga miedo en pensar en sus últimos días, que quiera incluso prepararse más a fondo para un momento así, así como aquellos que puedan comprender los impulsos derivados de una situación tan dura, disfrutarán de esta nueva entrega de buen cine francés, hecha con mucha intención y acertada en todas sus líneas.
Tendrán que abstenerse los que gusten de un cine comercial y convencional, pero que no se extrañen si algún día se encuentran en la misma situación y toda película comercial les parece demasiado irreal. Es posible que sea entonces cuando tengan que echar mano de esta negra, pero poética, película real.