Una vez vistos todos los estrenos de la última cartelera, no queda lugar a dudas: Whiplash es la buena.
¿Perfecta? No. ¿Para 5 Oscars? Tampoco es para tanto. Pero, precisamente, la parte final, que es una de las que hace que en nuestra opinión no sea del todo perfecta, es la que más puede gustarles a los de la Academia de Hollywood. ¿Un final indecente? Tampoco.
Pero empecemos por el principio. Whiplash es una película independiente centrada en el mundo musical, concretamente en el jazz, y ya sabemos de los riesgos que ello conlleva: nosotros seguimos sin haber visto una obra maestra de ficción centrada en las artes musicales.
En esta apreciable película, prodigiosamente dirigida por el aún hoy desconocido Damien Chazelle, se nos cuenta la enfermiza relación entre un joven y ambicioso batería, interpretado por Miles Teller, y su obsesivo y déspota maestro, interpretado por JK Simmons -al que aún recordamos de su papel de Schillinger en la obra maestra de la HBO, "Oz", que ha sido nominado a mejor actor de reparto.
A nivel argumental, poco más nos muestra esta película que la renuncia del joven a su propia vida personal, centrado en intentar hacerse un famoso batería de jazz, combinada con los métodos poco admirables del profesor. Pero lo hace bien, y sobre todo, con intensidad.
Destacan la dirección, un ritmo vibrante, y toda una declaración de amor a la mñusica, tratada con mimo tanto en imagen como en sonido. Otro cantar es el desarrollo de las situaciones y los personajes. El guión, curiosamente nominado al Oscar, no les adora tanto, y para nuestro gusto, se conforma con poco.
Si la película nos contara más cosas, subiría a la excelencia. Y si no tuviera el final que tiene -y que no vamos a desvelar en lo más mínimo para provocar que vayas al cine a verla-, no se quedaría a un paso de la gloria cinematográfica ni provocaría discusiones encendidas a la salida del cine.
Aún así, una película notable que no debes perderte, por tratarse de una propuesta hecha de una manera diferente, original y visceral.