Compré Sábado después de dejar a mi mujer, mi suegra y mi hijo en el aeropuerto. Me llamó la atención el avión de la portada, le eché una ojeada a la contraportada y vi que el protagonista era médico - neurocirujano.
Aunque no suelen gustarme las historias de médicos, que al fin y al cabo me harto de verlos todos los días, escogí esta porque además se situaba en una fecha que, en términos literarios, es puro presente. Creo que todos sabemos que las contraportadas de los libros son mentirosas, tal vez porque las escriben personas que no han leído el libro, sino el resumen de prensa correspondiente, así que si escogéis Sábado no le hagáis mucho caso a la contraportada.
Henry Perowne, neurocirujano londinense, se despierta sin saber por qué hacia las cuatro de la mañana, se asoma a la ventana y ve cómo un avión que sufre un pequeño incendio en el fuselaje se dirige a Heathrow, justo al alba de ése 15 de febrero que supuso una masiva y global manifestación en contra de la guerra de Irak.
A la mañana siguiente, mientras se dirige a jugar un partido de squash con su anestesista, sufre un leve accidente de tráfico, al chocar contra un coche en el que van 3 cockneys, al jefe de los cuales Perowne diagnostica una corea de Huntington o mal de San Vito, una enfermedad hereditaria y degenerativa, consistente en movimientos espasmódicos e involuntarios y después demencia.
Seguimos a Perowne a lo largo de su sábado, lo acompañamos a su partido de squash, de absurda competitividad, a la compra de pescado y marisco para la cena - brillante al observar que es una bendición que el marisco no chille para poder cocerlo vivo-, a la visita a su madre enferma de Alzheimer, con la punzante y para mí conocida ironía de que uno de tus seres queridos tenga una enfermedad ante la que la medicina puede hacer poco o nada, a un concierto que su hijo da en un pub londinense y de vuelta a casa, donde Perowne se dispone a preparar la cena para su mujer, su hijo, su hija, una prometedora poetisa que vuelve de París, y su suegro, un prestigioso poeta que vive en el sur de Francia.
Justo antes de la cena, Baxter, el enfermo de corea, irrumpe en casa de Perowne para vengarse de la afrenta real o imaginaria que Perowne ha hecho al diagnosticarlo.
Sin el beneficio del tiempo - la novela se publicó en 2005- para saber si se está o no equivocado, MacEwan plantea en su novela cosas fundamentales de nuestra época, de parto apresurado y televisado en prime time un 11 de septiembre de 2001, tras la ilusión que habían sido los años sin historia ( 1989-2001). El ansia de información, la falta de certezas, el peligro del terrorismo yihadista, la culpabilidad de Occidente... MacEwan nos habla de nosotros casi en tiempo real, sin códigos secretos, sábanas santas, tesoros y conocimientos supermisteriosos...
Sin ir más lejos, recordé las sesiones en Medicina Interna para explicarnos el ántrax respiratorio, el curso en urgencias frente a actuaciones terroristas en el Hospital Clínico, la soledad del tren la mañana del 12 de marzo - sólo otro tipo y yo en el vagón, ambos con mochila, mirándonos para adivinar quién de nosotros dos se bajaría y dejaría allí su carga...- pero la novela de MacEwan es mucho más.
En sus notas explica que estuvo dos años asistiendo a un servicio de neurocirugía, lo que redunda en el texto, verosímil al cien por cien y produce una nueva ironía, no sé si advertida para MacEwan: Perowne es un determinista, que cree que todo se haya escrito en el código genético de cada cuál; los yihadistas son unos deterministas que creen que todo está escrito en el corán.
Este libro es recomendable cien por cien, o sea diez mil.
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