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Andréi Yefímich, lo tuvo todo y lo perdió todo aunque el todo que tuvo no le satisfacía.
Este artículo se centra, sobretodo, en "Pabellón nº6" ya que constituye el cuento más largo del libro. Es realmente una lástima que Chejov no escribiera novelas porque sus relatos se hacen demasiado cortos.
Este libro se divide en los siguientes cuentos: Anton Chéjov, Pabellón nº6, el hombre enfundado, la grosella y el amor.
La primera de las historias, Anton Chéjov, la escribió Maxim Gorki uno de los amigos de Chejov a modo de prólogo, no os la perdais ya que nos hace una introducción al pensamiento e ideales Chejovianos. Es una delicia leer e imaginar los soliloquios de este hombre. Para muestra, un botón:
"El maestro debe estar ardientemente enamorado de su labor, y en nuestro país el maestro es un paria, un hombre mal instruido que va al campo a enseñar a los niños con la misma ilusión con que iría al destierro. Pasa hambre, se le maltrata, está asustado ante la posibilidad de perder su trozo de pan. En cambio, haría falta que fuera el primer hombre de la aldea que supiera responder a todas las preguntas del muzhik (campesino), que los muzhiks reconocieran en él una fuerza digna de atención y de respeto, que nadie se atreviera a gritarle... a humillarlo como lo hacen todos: el policía, el tendero rico, el pope, el comisario, el director de la escuela, el síndico municipal y este funcionario al que llaman inspector de escuelas pero que sólo se preocupa de si se cumplen escrupulosamente las circulares de su distrito y no de mejorar la educación. Es absurdo pagarle una miseria a la persona que está llamada a educar al pueblo- ¿me entiende?- ¡educar al pueblo! No se puede permitir que este hombre ande en harapos, que tiemble de frío en las escuelas húmedas y desvencijadas, que se ahogue, se constipe, que a sus treinta años se haya ganado una laringitis, un reumatismo, una tuberculosis... ¡Esto nos avergüenza! Nuestro maestro, ocho, nueve meses al año vive como un ermitaño, no hay nadie que le diga una palabra, se embrutece en la soledad, sin libros, sin distracciones."
Aunque esta reflexión fuera fruto de la situación de la Rusia de principios de siglo XX, no queda tan lejos de lo que hoy pueden ser nuestros maestros. Un modelo social paupérrimo y decrépito que no permitía ni permite avanzar a la sociedad pero, después de todo, ¿a quién le interesaba que la sociedad se desarrollara intelectualmente?
Los campesinos, los maestros, los médicos, etc, representaban para Chéjov la masa crítica de la sociedad Rusa y, para él, éstos conformaban el pueblo real así que, el nivel de satisfacción de éstos era el nivel de satisfacción del país. Chéjov fue extremadamente crítico con la mediocridad que asolaba su país y puede considerarse, a día de hoy, un intelectual de la época cuya misión era la crítica de la sociedad para hacerla avanzar.
Sus escritos, no obstante, no quedan tan alejados de la situación actual pues no sólo el contexto histórico es importante en su literatura sino, precisamente, lo que está en la base de dicho contexto: el individuo, la persona, el humano de base que conforma la sociedad. Así pues, las situaciones narradas por él no nos suenan ni tan descabelladas ni tan alejadas.
A grandes trazos, Pabellón nº6, es la historia de un médico al que le es asignado rehabilitar un hospital que se halla en un pueblo apartado de la ciudad. Este dato parece no ser importante pero, precisamente y como hemos visto anteriormente, Chéjov describía la educación de los muzhiks o criticaba la falta de educación, mejor dicho.
Andréi Yefímych, el médico protagonista, empieza a entablar conversaciones con uno de los jóvenes recluidos en el manicomio y, paulatinamente, se va dando cuenta de que el loco no está tan loco como dicen o que sólo está loco porque así se le tildó en su día. Poco a poco, se va poniendo en duda la salud mental de un médico que mantiene conversaciones filosóficas con sus pacientes dementes. No quiero narrar el final puesto que tiene miga aunque, más allá de lo que ocurra en el desarrollo de la historia, asistimos a unas conversaciones de elevada calidad y a unas reflexiones impresionantes. Es el mundo en el que Chéjov quisiera estar, un mundo en el que se hable de cosas trascendentales para el humano más allá de los rumores y las peleas entre vecinosque matan el aburrimiento con el que tienen que lidiar las personas en el transcurso de su existencia.
Se pone de manifiesto, por parte del autor, la poca confianza depositada en el sistema que viene representado por Jóbotov, un médico que le sustituye y a quien le falta experiencia y, por lo tanto, posibilidad de contrastar sus opiniones; Nikita un matón seboso al que no le preocupa repartir leña y que representaría el poder ejecutor de las leyes tan prostituído como el propio Nikita. El loco en el Andréi Yefímych encuentra una figura capaz de pensar y expresarse con claridad, Iván Dmitrich, resulta ser la parte ilustrada de la sociedad venida a menos, por supuesto, por los que se encargaban de toda la maquinaria del sistema. Una sociedad demasiado jóven para dictaminar y sentenciar.
Una profundidad nada frívola que describe el paraíso de los inquietos, el mundo debería ser un Pabellón nº6, dónde poder expresar sin temor y libremente, puesto que allí todos son locos y no hay que prestarles atención, nuestras opiniones. Lo será nuestra web, nuestro pabellón nº6 particular.
He seleccionado unos extractos que me parecen relevantes para hacerse una idea de lo que encierra la historia en sí:
Hablando de Iván Dmítrich:
"Cualquiera que sea el tema de que se trate con él, siempre se va a parar a lo mismo: la vida de la ciudad es sofocante y aburrida, la sociedad carece de intereses elevados y lleva una vida gris, insensata, que sólo se ve animada con la opresión, el desvergonzado libertinaje y la hipocresía; la gente infame va bien vestida y bien comida, en cambio los honrados se alimentan de migajas; hacen falta escuelas, un periódico local que sea honesto en sus miras, un teatro, lecturas públicas, una unión de fuerzas intelectuales; hace falta que la sociedad se mire conscientemente a sí misma y se horrorice."
"De todos modos, pronto el deseo de hablar rebasa todo argumento e Iván Dmitrich sa rienda suelta a sus sentimientos, lanzándose a hablar ardientemente y con pasión. Sus palabras son desordenadas, febriles, como un delirio, entrecortadas y no siempre comprensibles; en cambio, se adivina en ellas, como también en la expresión, y en la voz, algo extraordinariamente bueno. Cuando habla en él se reconoce al loco y al hombre. Es difícil trasladar al papel sus palabras delirantes. Habla de la ruindad humana, de la opresión que pisotea la verdad, de la vida maravillosa que con el tiempo habrá en la tierra, de las rejas en las ventanas que en cada momento le recuerdan la torpeza y la crueldad de los opresores."
"- Usted mismo debe saber- continúa el doctor en voz baja y pausada- que en este mundo todo es insignificante y falto de interés salvo la suprema expresión espiritual de la inteligencia humana. La inteligencia marca la frontera insalvable entre el animal y el hombre, intuye la divinidad de este último y, en cierta medida, suple la inmortalidad, que no existe. Partiendo de ello, la inteligencia es la única fuente posible de placer. Pero nosotros ni vemos ni oímos la inteligencia a nuestro alrededor, o sea, que estamos privados de placer. Es cierto que están los libros, pero en absoluto es lo mismo que una buena conversación o el trato con la gente."
La obsesión puede alcanzarnos a todos y todos somos susceptibles de ser calificados de locos. Hay veces en las cuales uno se puede sentir enajenado y todo cuanto Chéjov describe sobre las actitudes de los dementes nos puede sonar familiar. ¿Estamos pues todos locos? ¿Hay alguien sano? ¿Qué significa estar sano? ¿Dónde está el límite entre la locura y la clarividencia de un genio? ¿Ser profundos significa estar locos? ¿Desenterrar cuestiones filosóficas escondidas por los altos cargos es estar loco? ¿Y quién está calificado para juzgar, quién está lo suficientemente sano para poner el límite? ¿Es la sociedad? Porque si es la sociedad, vayámonos a la mierda todos porque si ella dictamina, ella nos condena y nos condenará puesto que la sociedad tiende a la simplificación y no deja espacio para la complejidad individual y, por lo tanto, para la diversidad y la riqueza.