Todavía era noche cerrada cuando llegué a casa, al llegar al portal empecé a tener escalofríos. Conseguí sacar las llaves del bolso, pero cuando las acerqué al cerrojo, mi mano empezó a temblar y los escalofríos se hicieron más intensos hasta que las llaves cayeron al suelo.
Desconcertada y asustada recogí las llaves y salí corriendo, el miedo se apoderó de mí mientras mi cuerpo recorría las calles sin que yo lo guiase.
De repente, me encontré corriendo por un parque oscuro, seguía un conjunto de caminos ascendentes. Empezaba a notarme cansada, pero no podía detenerme, mis pies seguían subiendo esos caminos mientras yo empezaba a resoplar.
Cuando ya no podía más, cuando sentí que ya no podía dar un paso más, de repente, me detuve. Con los brazos en jarra y todavía resoplando levanté la vista. Todavía estaba oscuro, pero la claridad del día ya se oteaba en el horizonte, estaba en lo alto de una colina extrañamente familiar.
Miré alrededor y caí sobre la hierba húmeda y fresca empujada por una avalancha de emociones. Ese era el lugar, empecé a recordar casi sin respirar, justo allí, tantos años atrás, lo vi por última vez, vi con claridad su sonrisa, esa sonrisa que me hacía olvidarlo todo y cuya tranquilidad y bienestar he añorado tantas veces. Sin más, rompí a llorar.
No sé cuánto tiempo estuve así, llorando con la cabeza escondida entre las rodillas, pero sin duda pareció una eternidad.
Una mariposa de alas doradas pasó volando a escasos centímetros de mí y me sacó de mi ensoñación. Se posó extrañamente en una margarita que estaba a mi lado, la única flor entre toda la hierba a la vista. La miré detenidamente y observé que tenía una de sus doradas alas rasgadas. Ella también había sufrido.
Los primeros rayos de Sol aparecieron en el horizonte, la oscuridad de la noche desaparecía perezosamente con esos primeros rayos. La mariposa desplegó sus alas súbitamente y echó a volar. Con mucho esfuerzo me rodeó un par de veces hasta que se posó en mi mano, se quedó allí unos segundos con sus preciosas alas extendidas y, tal y como había venido, se fue volando, luchando por mantenerse en el aire, hasta que la perdí de vista tras un roble enorme.
Levanté la vista otra vez hacía esos rayos de Sol que ya iluminaban mi rostro, y entonces lo supe, estaría bien, sólo tenía que desplegar mis alas y luchar por mantenerme en el aire.
Volví tranquilamente a casa, una sonrisa que ya no recordaba se dibujaba en mi rostro. Esta vez no me tembló la mano al coger las llaves y girarlas en la cerradura. Ya en casa, y todavía con una sonrisa, me tumbé en la cama y dormí plácidamente por primera vez en muchos años.