La radio-despertador sonó de nuevo, de forma tan molesta como siempre. La cadena que más le gustaba sucumbía antes las nuevas interferencias, pero ya se había acostumbrado a que nada le molestase. Mientras escuchaba el número de mujeres que habían muerto a manos del hombre que las amaba, arrancó el cuchillo que se había clavado el día anterior y se dispuso a refugiarse, de nuevo, en sus gafas de sol.
Todos esos impulsos le hicieron dudar a la hora de escoger el traje del día. Pero, consciente de que en la vida nunca había podido elegir, se armó de nuevo con su inseparable traje de alma gris. Era lunes de nuevo, tras un merecido descanso, y había que volver al trabajo, con lo cual tendría que poner la mejor cara posible ante todo y todos, y descubrir de nuevo sus ojos, puesto que no estaba permitido ser uno mismo en el área laboral. Sentía ganas de exiliarse, si no fuera porque a cualquier sitio donde fuera, las normas serían las mismas.
Su jefa lo llamó al despacho. Le dijo que tampoco estaba permitida su conjuntivitis, que cómo era posible que sus ojos siguieran tan rojos tras el largo puente del que había disfrutado. Él mintió para seguir identificado con el resto de trabajadores y la propia empresa. Se inventó que un médico le había diagnosticado una cojuntivitis crónica, y ella le dijo que eso estaba prohibido, aunque no trabajara de cara al público y que le concedería el paro de forma inmediata. Se dieron la mano, firmó unos papeles que por suerte no podía leer, le sonrió una vez más sin ganas, y se fue sin dar un portazo.
No buscó trabajo. En los siguientes meses, fue de barra en barra, ahogando sus recuerdos y teniendo charlas de un minuto con los vagamundos que fue encontrando a su paso. Sólo establecía relaciones que no pudieran hacerle daño, y las que duraban 60 segundos eran ideales para ello. Hasta que apareció ELLA. Hasta que la desconocida se acercó a él y le convenció de que ELLA era diferente, hablándole sobre el horrible mundo del que huía, quitándole las gafas de sol, asegurándole cuánto le amaba, e incluso señalando que adoraba su conjuntivitis crónica.Fueron unos meses en los que parecía que alguien le comprendía, en los que la conexión se imaginaba. Unos meses maravillosos en los que él abrió su corazón y escuchó las más dulces mentiras, unos meses de embriagador fantasía en los que incluso se podía apostar por otro ser humano. Incluso llegó a ponerse un elegante traje de color amarillo, el único que parecía darle buena suerte...