The Old Mill, 1888, Albright-Knox Art Gallery, Buffalo, NY. (Photo credit: Wikipedia)
Sentía que en vez de cabeza, sobre mis hombros reposaba una bolsa de adoquines, llevaba el mismo pantalón desde los últimos dos meses, había empezado a transitar un espacio adyacente a cualquier rutina, lo cotidiano era una habitación sin ventana, un sueño corto, que no alcanzaba nunca a reparar no sólo el cansancio sino las imágenes, recordé la sangre.
Tenía que limpiar los cristales de una galería que comunica la biblioteca del Raval con el CESIC. El metro a la hora donde se mezclan los rostros que traen las cicatrices de una noche mas de consumo, parecido al consumo diurno, solo que en vez de bolsas con pilcha, se adquiere un estímulo inmediato, felicidad en polvo o comprimidos a precio amigo, que luego de la euforia deja un hueco bien hondo, propicio para llenarlo con móviles, tatuajes, zapatillas y camisetas; y los otros rostros, los que llevan cicatrices mas lejanas, las de un viaje trasatlántico, las de una despedida en silencio, la rotunda incertidumbre, y en mi caso la misma pesadilla.
Un café para llevar, me siento en un banco del parque que está dentro del recinto de la biblioteca, el brillo del sol de octubre daba a las cosas un aspecto húmedo, tibio, la mañana me regalaba una armonía única, los estudiantes conversando antes de entrar, los yonkis trapicheando y deambulando por ahí, todos brillaban con ese sol pálido. Me entretuve tirando cachos de pan a las palomas, medité seriamente sobre la estupidez de ese pájaro, y admiré la viveza del gorrión que le birlaba a la paloma cada pedacito de alimento.
Quería poner en práctica una idea que leí en el libro de un violinista, un libro sobre la improvisación, (Free Play) la premisa básica era hacer cada una de las cosas de la vida con la misma pasión, ya sea arreglar el motor de un coche, o componer un soneto, mi actividad estaba muy lejos de cualquiera de esas cosas, pero estaba dispuesto a dejar esos cristales inmaculados. Mientras me ponía el arnés para limpiar la parte exterior, recordé una noche que me quedé puliendo el suelo de una sala de exposiciones temporales en el MNAC, también intentaba cumplir la premisa del violinista, aunque esa sala terminó quebrando cualquier tentativa de realizarla, agotado, miré alrededor, veía imágenes, rostros suspendidos que no me decían nada, solo una escena me llamó la atención, empecé a recorrerla, un hombre con los brazos extendidos, una azada en la tierra, a unos metros una mujer de pie, que con mucho cuidado dejaba ir hacia él a un pibito, estaba aprendiendo a caminar, ese pedacito de vida, firmado por Van Gogh, me sirvió para terminar la noche con al menos un sentimiento en la piel.
Seguía limpiando, por primera vez sentí que todo encajaba, vuelvo a la parte interna de la galería, me saco el arnés y limpio los cristales que me faltaban, me agacho para escurrir el agua del secador y escucho un ruido, un golpe muy fuerte, me incorporo y ahí estaba, como en la pesadilla, una mancha de sangre, me asomo a la calle, ese pajaro estúpido no vió el cristal, me sentí para la mierda, putié minuciosamente cada pluma de la paloma, me quedé viendo la sangre, la bolsa de adoquines me seguía pesando, aunque empecé a notar un leve aligeramiento en la carga, esa paloma sin querer me dejó una recompensa por intentar cumplir la idea del violinista, había puesto mi pasión en dejar los cristales tan limpios que el bicho ni los vió, me sentí bien, seguí mirando como la sangre se escurría, otro pedacito de vida que me dejó al menos, un sentimiento en la piel.
A ver si nos mandas algo más en breve!