Una crónica de Enrique Menéndez
FOTOS: Andrea Membrado
No sé qué debía llevar el termo que fielmente acompañaba en el pie del micrófono a Christina Rosenvinge. Supongo que sabiduría, saber estar en el escenario y carisma a chorros para ayudar a nuestra cantante en la nada fácil tarea de mantener durante hora y media la atención de todos los fieles. Gente que ya había dejado atrás la década de los 20, que un jueves 16 de Enero, se pasaron a recibir liturgia en la Sala Apolo de Barcelona.
Eran las 21:30 de la noche cuando tras la aparición de los 4 músicos que la acompañarían durante esa noche, Christina apareció en el escenario al ritmo de “Niña animal” dando por inaugurada una noche donde las concesiones a la Christina de los tiempos de “Que me parta un rayo” son nulas. Porque esta noche todo giraba alrededor de ese “Un hombre rubio” que tan buenos resultados ha cosechado a nivel crítica y público. Y que como los animales, es en libertad, en este caso en un escenario, donde toda su belleza y naturaleza salvaje brillan. Y “El pretendiente” es un buen ejemplo para reafimar esta teoría que acabo de construir.
Si bien “Un hombre rubio” es la piedra angular, otros temas, como por ejemplo “Mi vida bajo el agua” y “Alguien tendrá la culpa” (invitando al público a acompañarla en el estribillo) se van mezclando en esa noche en la que Christina se desnuda emocionalmente, sin ningún tipo de problemas, hablando de los hombres, de la incomunicación entre padres e hijos que tanto han influido en la creación de “Un hombre rubio”.
Entre esos temas que acompañaron a “Un hombre rubio” mención especial a la interpretación de “La muy puta” que Christina regaló al público. Un público enloquecido con toda la sensualidad que Christina desprendió por el escenario. Moviéndose por el suelo, cantando con los ojos cerrados, seduciendo a los presentes. ¿Os acordáis de Salma Hayek en “Abierto hasta el amanecer”? Pues ni para hacerle los recados. El concepto que antes hablaba de naturaleza salvaje tomó forma y el público encantado con ello.
Público invitado a bailar un vals con “La piedra angular” y aquí a servidor casi se le escapa una lágrima. Porque desde primera fila pude observar como a menos de dos metros a mi izquierda, una pareja que debe moverse en los 60 baila ese vals. Si alguien me pregunta lo que es amor, le contaré ese momento. Volviendo al concierto, Christina también quería vals y no dudó en bajar entre el público para dar rienda a su capricho.
La creatividad y los riesgos recibieron forma en la adaptación de “Afónico” que pudimos disfrutar. Una adaptación donde la batería toma protagonismo y se convierte en una especie de segunda voz. Y como en todas las canciones que sonaron en la Sala Apolo, las tablas y la profesionalidad de cada uno de los miembros de la banda dieron un resultado sublime. Incluso algo como un problema con una guitarra, se solventa con una sonrisa y un humor que encandila a los presentes.
Pero todo concierto, noche y liturgia tiene su fin. El disfrute terminó con un “Anoche - El puñal y la memoria” sonando de la manera más festiva del mundo. Y tras ese tema, tras esa hora y media, quedó la sensación de que hemos estado ante historia viva de la música. Por muchas más noches de conciertos Christina!!!