El Festival Internacional de Música de Cambrils traía este domingo 6 de agosto a Robe en concierto.
El líder de Extremoduro venía dispuesto a defender los temas de sus dos trabajos en solitario “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Destrozares, canciones para el final de los tiempos”, totalmente distintos a los que puede desarrollar en Extremoduro...
Las canciones que aquí encontramos son poesía y se podrían leer perfectamente sin necesidad de una música que complemente. Pero también podría ser al contrario, porque musicalmente estamos ante unas composiciones complejas en las cuales Robe y sus cinco músicos mezclan instrumentos, tan alejados como pueden ser por ejemplo un violín y una batería, para ofrecer puras joyas que instrumentalmente son una gozada.
Dicho todo esto vamos a esa noche de 6 agosto, a ese Parc del Pinaret en el cual un público de diversas edades se reúne para disfrutar de uno de los conciertos del verano. Lo del público es digno de estudio, mucho fan de Extremoduro pero también una veneración absoluta al líder de ese grupo que ya es historia de la música de este país. A alguien que es una especie de Dios para esos jóvenes que ni habían nacido cuando Extremoduro apareció en la escena musical, para esas parejas que juntos disfrutan de la poesía de Robe y para cualquiera que esa noche, con una luna preciosa (tal y como Robe nos indica sólo empezar el concierto) quiera disfrutar de una noche difícil de olvidar.
Y una vez empieza el concierto la atención se centra en el escenario, donde la música lo es todo. Robe nos habla de la falta de libertad de expresión actual en este país, de cómo parece que todo sea ofensivo hoy en día, de herir sensibilidades y avisa que espera herir la nuestra antes de que “Nana cruel” nos llene los oídos.
Unos temas después nos avisa de que en breve habrá un descanso para hacer lo que queramos “sin que nos vean” y empieza el teclado a sonar en esa “La canción más triste” que deja a todo el mundo con ganas de más. Tras esos minutos “para hacer lo que queramos” la batería ruge sin previo aviso con “Cartas desde Gaia” y empieza la segunda parte de un concierto, en el cual como ya he comentado la fusión de instrumentos funciona de manera brutal. Seguramente estamos ante unos músicos que hacen que suene mejor en directo que en estudio y eso tiene mérito, mucho mérito.
Tras el típico amago de fin de concierto, Robe y los suyos vuelven al escenario para cerrar tocando nuevamente “Un suspiro acompasado” y así es como se queda el público tras el concierto. Suspirando y satisfecho por la noche de música que Robe y su banda nos ha ofrecido. Y seguramente con la sensación de que hemos visto ante nuestros ojos a alguien que es historia viva de la música de este país. Y seguramente en el futuro todos los que hoy hemos asistido recordemos la noche del 6 de agosto con una sonrisa de oreja a oreja y con el orgullo de haber estado allí.