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Gira de despedida de los grandes escenarios. Anoche pasó por Barcelona la última gira de Joaquín Sabina, presentando "Vinagre y Rosas", que lleva 4 semanas en el número uno de la lista de éxitos. Esta es la última gira de Sabina en cuanto a grandes escenarios se refiere, y hace bien: el público estuvo insoportable en una noche en la que Sabina demostró estar en plena forma e intentó regalarnos una noche poética y artística. Fueron casi 3 horas de concierto, casi 3 horas de vida, 3 horas realmente vividas, porque la vida debería estar conformada de noches como la de ayer, donde el artista, humilde durante todo el directo, obsequió al irrespetuoso respetable con una de las mejores actuaciones que le recordamos.
Contracrónica: Esto es una contracrónica, no una crítica de concierto, y hablamos siempre de todo lo que sucede. Y lo que sucedió ayer con el público fue vergonzoso. Ya sabemos que muchos van a pasar la tarde, a pasar el rato, y que les importa una mierda lo que el artista intenta comunicarles con un concepto global trabajado (el de ayer lo estaba, y mucho). Pero que lo sepamos no quiera decir que lo aceptemos, o que no hablemos sobre ello.
Público lamentable: Fue un concierto donde no había lugar para los que quieren estar de pie en la pista, puesto que ésta fue cubierta por sillas o butacas típicas de estadio. Pero quedaba un hueco libre, y el ser humano, tan aficionado y obsesionado con el baile, con moverse y dar palmaditas mientras no entiende la mitad de lo que se le está ofreciendo, decidió levantarse en masa. Durante los primeros 45 minutos no sabías si estabas en un concierto o en el metro de Barcelona. Error de la organización, que ayer se relajó, y podías moverte, en un principio, muy a gusto, si bajabas a pista no pasaba nada y si te sentabas en una silla que estaba al lado contrario del estadio, tampoco. Error que tuvieron que corregir devolviendo a todos los 'bailarines' y gente con incontinencia física a sus butacas, acompañándoles con las linternas, rompiendo aún más la magia que se nos comunicaba desde el escenario.
No fue suficiente: muchas ganas de hablar (¿por qué vas a un concierto si tienes ganas de charlar o intentar ligarte desesperadamente a tu compañero/a?, y aplausos indebidos cuando las canciones no acababan aún. Empujones para entrar, también para salir, para comprar cervezas y bocadillos, para conseguir una camiseta... Berridos, gritos de "que bote Sabina" que el artista supo desviar recordando a Rajoy en la sede del PP, el inevitable oéoéoé... Patético panorama humano, para variar. Vergüenza ajena. Desde aquí aprovechamos para que, si alguno de esos maleducados nos leen, se replanteen su forma de actuar cuando se nos está brindando un espectáculo mayúsculo como el de ayer, o aún mejor, se queden en casa.
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El concierto: Sabina apareció con su bombín, levita y al son de los acordes de "Tiramisú de limón", el primer single de este nuevo disco, que repasó generosamente (Viudita de Clicquot, Parte meteorológico...), acompañado de sus músicos habituales y envuelto en una escenografía teatral que más adelante tendría guiños con el cabaret, el circo y los recitales de poesía. La poesía fue la constante del concierto, pues incluso cuando Sabina se dirigía al público, lo hacía envuelto en unos magistrales sonetos, y le rebelaron, de nuevo, como el brillante artista y comunicador que es.
Tempos: Fue un concierto diferenciado por cuatro actos (aprovechando la referencia al teatro), cada uno de los cuales tenía su tempo e intención. En la primera parte, Sabina presentó su nuevo disco y fue haciéndose suyo al público, aunque como ya hemos comentado éste no se daba cuenta de nada y estaba más por sus historias que por el concierto en sí mismo. En el segundo, nos trasladó a su mundo, hipnotizándonos con sus letras y sus canciones más intimista, en el tercero animó el cotarro y todo fue una fiesta, y en el cuarto remató la faena como buen torero que es.
Sabina recordó que hacía dos meses se encontraba entre el público del Sant Jordi "escuchando al maestro Cohen y yo muerto de miedo por saber cómo lo iba a hacer allí arriba cuando me tocase el turno". Lo consiguió, a los que quisieron seguirle con atención. El concepto y el espectáculo está muy cuidado y va mucho más allá de lo que pareció: Sabina puede tocar y magrear incluso algunos escondites recónditos de tu alma, a la vez que hipnotizar y maravillar con su verso constante. En este aspecto, el espectáculo fue excelso, sublime, brutal.
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Musicalmente, todo funcionó a la perfección. Pero no vamos ni a molestarnos en escribir sobre ello, puesto que los musiqueros no entienden el por qué Sabina puede gustar tanto, si no es un virtuoso de ningún instrumento, y toda la gracia está en las letras de sus canciones. Al resto no le interesaría así que...¿para que vamos a perder el tiempo expresándonos? Tan solo destacar a Pancho Varona y Antonio García de Diego, que anoche apostaron por la contundencia y la electricidad, con excelente criterio, y que incluso se atrevieron a cantarmientras el poeta se tomaba sus descansos (el frío y la edad no perdonan)... y sus "cola-cao".
Cover of 19 Dias y 500 Noches
Otros aspectos para comentar fueron las dos sorpresas de la noche. La positiva, la aparición de Joan Manuel Serrat en el escenario, cantando a dúo con Sabina ese genial "Contigo", tema que el de la Pobla supo mejorar. La negativa, la aparición del grupo Estopa, que según Sabina no estaba prevista, y que fue un error: "19 días y 500 noches", el tema que cantaron juntos, perdió mucho, pasó de ser aflamencada a directamente quilla, y el cantante de Estopa aprovechó para hacerse notar. Todo lo contrario que el maestro Serrat, que optimizó la actuación y se despidió sin hacer ruído, sin buscar el protagonismo: no lo necesita, y es inteligente. El público, por supuesto, vibró con ambos invitados, como lo hubiese hecho si hubiera aparecido cualquier otro.
El último bis fue desafortunado, no por los temas escogidos, ni por la defensa que hizo del mundo del toreo (aplaudimos su atrevimiento a pesar de tener nuestra propia opinión sobre el tema), sino porque fueron los únicos en los que no pudimos escucharle bien. La letra de "El pirata cojo", tema demandado por los asistentes, ni se escuchó, puesto que los instrumentos obtuvieron un exagerado protagonismo en ese momento, no sabemos si por algún cambio de micro que se pudo observar en el último descanso.
En definitiva: Un señor concierto el que nos ofreció Sabina en el Palau Sant Jordi, donde predominaron sus juegos de palabras y su verborrea y letras magistrales, una música sencilla y poco virtuosa pero efectiva e igual de válida, con el arte en primera línea de fuego y con una no-correspondencia de un público que parece que ya va a todos lados (cine, teatro, etc...) a hacer algo, lo que sea, a pasar la tarde, y que podría ser clasificado como "joder al prójimo mientras yo disfruto de mi vulgaridad".
Supongo que mi punto de vista es muy diferente a los que habeis escrito esta crítica, ya que como han dicho aquí, creo que vuestra intención al comprar las entradas no era precisamente la de disfrutar de un concierto magnífico como el que fue.
Entiendo que mucha gente se sienta molesta si es que no podían oir las letras, o tenían lugar en platea y no podían ver bien todo con todo detalle, pero es parte de este tipo de espectáculo, y la verdad es que lo que más bochornoso me parece es que a la gente que le gusta tanto Sabina no entienda el tipo de magia que el crea.
Es completamente normal que la gente se levante, que hable, que baile, que tararee; en resumen, que exprese sus sentimientos. Lo que me deja tan descolocada es que se critique al público de esta manera, mientras la organización queda así de intacta.
Yo no soy crítica, pero llevo dedicándome 15 años al mundo de la música y el espectáculo. Si lo que quiero es ver un concierto en el que no se fume, haya silencio, y todos estos requisitos de los que se habla aquí para respetar una cultura, no me voy al Palau Sant Jordi, ya que para eso están otros sitios más indicados.
Este concierto era un concierto de masas, y todavía me cuesta aceptar el formalismo que se pretendía, parecía por momentos un funeral, y no por Joaquin, sino por el público.
Eso es lo que a mí personalmente me dio vergüenza. Un cantante de este nivel dándolo todo, y un público tan apático. increible.
Por otra parte, lo que me ha sorprendido es que toda la crítica se centra en estos detalles, o simplemente se dice que el concierto no fue de diez, ¿pero de verdad nadie se percató de lo mal que estaba sonorizado este concierto?
El volumen estaba altísimo, y a ratos yo tampoco podía entender sus versos, pero no era culpa del murmullo, sino que la banda estaba extremadamente amplificada... El bombo y los graves se comían el resto.
Mara Barros estuvo espectacular, pero menuda rabia no haber podido disfrutar más de su presencia... ¿qué hacían los técnicos de sonido?
Para mí no fue un concierto 10, pero disfruté muchísimo de un cantante de tal calibre esforzándose tanto, poniendo tanta energía...