Buenos días, perdonen que no me levante, pero es que tengo los huesos molidos... ¡¡jajajaja!! Es lo que tiene llevar enterrado en una fría y húmeda cripta cerca ya de cuatro siglos...
Ahhh, perdón, no me he presentado, mi nombre es Miguel, Miguel de Cervantes Saavedra...
Como iba yo diciendo a vuesas mercedes, andaba yo metido de lleno en ese reposo final de huesos que cura las fatigas de toda una vida, o sea, la muerte... cuando de repente, unos fuertes golpazos como de picos y mazos han acabado por despertarme y turbar mi descanso...
Así pues, desvelado ya de mi sueño eterno, no sé por cuanto tiempo, he decidido salir de mi reposo y acercarme sigilosamente a ver qué está ocurriendo por estos lares... y hora les cuento.
Bueno, sepan vuesas mercedes que vengo ya enterado de todos estos jaleos y quiero contarle a ustedes, nobles y cultos lectores de CEC, toda la verdad de lo que aquí está aconteciendo...
Parece ser que andan buscándome... No mi cuerpo -obviamente, pues llevo ya muerto casi 4 siglos-, sino mis restos: mis pobres y molidos huesos. Algo que no entiendo pues, como pueden ver, bien hallado estoy, y fue un servidor quien claramente dejó escrito, en mi testamento, mi voluntad y deseo de ser enterrado aquí, en Madrid, en este convento de la Orden Trinitaria de la calle Cantarranas, llamada ahora, por lo que podido averiguar, calle de Lope de Vega...
Lope de Vega, el bueno de Lope... Ese monstruo de la naturaleza del que no deseo hablar, y al que tanto agradezco su magna grandeza, pues fue tanta, en ese arte tan de moda en aquel momento que fue el de escribir teatro, que hizo replegarme y buscar en la literatura otro camino que no fuera aquel en el que el gran Lope era el más grande y lúcido astro de su tiempo, obligándome, por dicha causa, a buscar mi propio estilo literario, como más tarde se verá...
Como iba diciéndoles, decidí ser enterrado aquí, en este convento que tan a pie se hallaba de mi último y humilde domicilio, pues tras profesar yo la Orden Tercera, no podía ser otro sino este de la Santa y piadosa Orden Trinitaria, que fue la que en su día encargóse de realizar mi rescate en el Turco, tras ese largo cautiverio mío en el mismo ..
Es por ello que fue mi deseo, durante el resto de mi vida, ser acogido en el seno del señor en esta posada Trinitaria a la que tanto profesaba y tan alto menester debía...
Vivía yo pobre, muy pobre y achacoso, a dos cuadras apenas de aquí, en mi última morada sita en la calle del León. Muy pobre vivia e igual de pobre morí, pues pocos ducados me reportaron mis calamitosos negocios que traté en vida y aún menos las pocas novelas, llamadas ejemplares, que realicé. Mas esa otra obra, magna dicen muchos, que hice casi entrado en la senectud, llamada "el Quijote", tampoco reportóme riquezas muchas, sino un éxito mas bien efímero y, más que otra cosa, algunos quebraderos de cabeza...
Pero ducados, lo que son ducados, pocos...
Morí pues, tan pobre como viví. Apenas oficiéronse por mi alma más que cuatro misas al morir, poca cosa para tan piadoso hidalgo como yo, pero lleno de pecados que necesitan ser purgados...
Pero en fin, así fue mi vida, llena de avatares y con tan poca fortuna... mas la mayor fortuna en mi vida fue haber pertenecido a los Tercios Viejos y haber participado en la Orden de mi señor Don Juan de Austria en la más grande batalla que han de ver los siglos, conocida como la batalla de Lepanto... No conocía yo esas otras grandes guerras llamadas mundiales, que siglos después habían de acontecer y en las que tantos millones de personas iban a ver perecer...
Como iba yo diciendo, una vida la mía, llena de avatares, huidas y bastante poco lustre, realizando oficios indignos, perseguido por la ambición de hacer fortuna en Corte; una fortuna que siempre me fue negada.
Mucha amargura causóme todo esto, y no ser reconocido por mi señor, el rey Felipe II, para cargo que diera lustre a mi vida, mas no pudo ser y la vida pasóme como quien no halla posada en el camino.
Pero nunca perdí yo el ánimo, ¡jamás!, y fue ese ánimo mio lo que me hizo ser quien fui y hacer lo que humildemente hice -o, mejor dicho, pude hacer-, que no fue más que plasmar mi pensamiento, mi carácter y mi genio en esa obra que todos ustedes ya conocen llamada EL QUIJOTE
Quien fui, ya que yo no triunfé en la mayoría de mis propósitos, es una respuesta que deben vuesas mercedes averiguar por sí mismos, indagando en la historia sobre lo que mi se ha hablado e investigado pero, sobre todo, leyendo esa obra mía, llamada el Quijote, donde plasmé todo mi sentir y donde veóme reflejado a cada paso en esos personajes que pueblan dicha novela...
Es por todo lo apuntado anteriormente que no entiendo a qué viene ahora, cuatro siglos después, ese deseo de buscar esos pobres y molidos huesos míos, ni con qué fin, ni con que propósito digno....
Como tampoco entiendo a qué viene todo este afán de remover mis huesos, mis pobres y olvidados huesos. Unos huesos que, mientras tuvieron vida, poco importaron a esos poderosos que me ignoraron y a los que tan fielmente serví, y que siglos después, muerto, desparramado y casi en cenizas, pretenden sacarme a la luz con no sé bien con qué propósito ..
No deseo, por tanto, que nadie me rescate de mi recóndita y húmeda cripta, ni morar deseo en más sitio que esta tierra llana que siempre me acogió, y mucho menos deseo ser expuesto como mono de feria ante esas gentes y turistas que no han escuchado más de mi que mi nombre, pero que no han leído jamás ni una sola linea de mi único fruto, que fue el Quijote.
Yo deseo reposar en paz, y bien hallado estoy donde debo. Y donde no debo, no estoy ni quiero estarlo...
Mas me parece que este gran imperio Hispano, venido a menos ahora según me cuentan, al que tan fielmente serví -y que siempre me negó-, pretende ahora seguir aprovechándose de mi, y no de mis frutos, como hubiera sido mi enorme deseo, si así esta (mani)obra hubiera servido al menos para proporcionar cultura y abrigo a los hombres y mujeres de generaciones venideras, sino simplemente de mis restos y huesos, de mis pobres y molidos huesos, como si de un mono de feria disecado me tratara...
Estoy un poco cansado ya, pues parece que esos ruidos tan molestos han cesado, por lo que creo que voy a continuar con mi merecido descanso, pues, por suerte divina, estos científicos mercantilistas que quieren negociar con mis restos, no van a encontrarme por mucho que se afanen, piquen y rastreen con radares geológicos y demás artilugios.
Y no van a encontrarme porque mis restos están a buen recaudo, bien enterrados en lugar donde no dejé rastro, y las monjas, las pobres monjas, ya se encargaron de que así fuera, y se respetara tanto mi voluntad como el hecho de que no se turbara la paz de este humilde convento.
Nada más alejado de mi deseo que convertir mi descanso en un parque temático para turistas y curiosos, que hacen largas colas con el simple deseo de hacerse un selfie con sus malditas cámaras, al lado de mis pobres restos. Y de cuatro políticos aprovechados que pretenden ponerse la medalla de haberme descubierto... ¡Mira tú qué hazaña, haber descubierto mis huesos!
Más le valdría al estado español, si en tan alta estima ahora me tiene, dar homenaje a mi persona, enseñando en las escuelas, colegios y universidades esta obra mía, tan denostada -por otra parte- por los medios educativos de estos tiempos...
Así pues, amigos, ya me voy despidiendo, pues deseo descansar, y espero que esta vez sea para siempre.
Pero quiero también que sepan que, aunque muerto, no estaré callado, y si realmente desean charlar o conversar con mi persona, pueden hacerlo en cual instante de su vida, pues no tienen más que coger este libro mío llamado El Quijote, y abrirlo por cualquiera de sus páginas: podrán escuchar con sus ojos a este difunto, cuyas palabras siguen completamente vivas, en esas lineas mías que hace algunos años ya escribí......
Un saludo y hasta siempre
Firmado: MIGUEL DE CERVANTES Y SAAVEDRA.