Español: Plaza de la Hispanidad. (Photo credit: Wikipedia)
Fue esta mañana, mientras tomaba el sol y sonaba música militar en una soleada e insigne plaza que, de repente, me entraron unas enormes ganas de aliviar mi vejiga... Miré para un lado, para otro y para todos lados, intentando buscar el lugar más indicado para tal fin cuando, cerca de mi, vi lo que parecía ser el lugar idóneo para tan noble cometido, un grueso y reluciente poste donde podría orinar a pleno gusto alrededor y en todas direcciones del mismo.
Metido de lleno ya en faena y remojando bien y a placer tan escurridizo objeto, fue cuando a lo lejos escuché los enormes ladridos de un compañero que parecía acercarse hacia mi a la carrera, cuando éste, al llegar a a mi altura, se paró y, ladrando fuertemente, comenzó a increparme, haciéndome saber, con malos modos, si no me había fijado en que ese poste al que estaba yo arrimado orinando a placer, era ni más ni menos que el enorme mástil de la bandera del estado que ondeaba libremente en el centro de la plaza.
Y continuó increpandome, preguntándome si mientras realizaba yo mi natural acto, no me había fijado, al mirar hacia arriba, que esa que ondeaba a lo alto y en la que yo estaba meando era la enseña o bandera de mi patria...
Me paré ante él, y le hice saber que lo que yo veía o creía ver cuando miraba hacia arriba mientras realizaba tan gustosa micción, era un simple e higiénico poste en el que, arriba, en la punta del mismo, ondeaba agitado un enorme trozo de tela.
Más exasperado aún, continuó reprobando ferozmente mi actitud diciéndome que ese trozo de tela al que hacía referencia es ni más ni menos que la bandera de mi patria, y que ésta merece algo más que un respeto.
Fue entonces cuando yo le contesté y le hice saber que puede que para él esa bandera y esos colores significaran algo o incluso mucho, como por ejemplo, un estado o patria de la que sentirse orgulloso, muy probablemente porque así lo quisiera él, y esos colores de su bandera representaran los ideales que su repleta y rebosante barriga de perro bien nutrido le habían conseguido, mientras que yo, un simple perro hambriento, lo único que veía era un mástil donde mear cómodamente y en su punta un simple trozo de tela.
Le dije que, como soy un perro hambriento, no creo ni reconozco más patria que la patria que me dé de comer, ni reconozco más bandera que la azul de la bóveda celeste, bajo la que todos los hermanos perros vivimos y tenemos derecho a vivir sin exclusiones ni diferencias.
Posteriormente, volví a hacer referencia a eso que él llamaba estado y le pregunté ¿qué era eso llamado estado, para él?
Y si este era, lo que yo entendía por los privilegios de unos, los intereses de otros y la supuesta justicia de tantos, no entiendo así, le dije, ni lo que es un estado ni lo que representa, sino que lo único que yo entiendo como estado es el espacio común de unos ideales en los que quepamos todos y nadie esté excluído o desamparado, y que si estos ideales políticos, económicos, sociales y de progreso me amparan, entonces éste sí es mi estado.
Por contra, si estos corresponden a los ideales de un estado que te exprime, oprime, margina y explota hasta el tuétano para que otros vivan como reyes mientras los tuyos pasan hambre, o simplemente, en los que estos intereses son repartidos entre algunos a la manera de a unos tantos y a otros tan poco o nada, este hecho hace que, por mucho que quieran, este no sea mi estado sino simplemente el estado de los que de él se benefician, se han beneficiado o quieren seguir beneficiándose.
Le hice saber, también, que a mi manera de ver, puede haber muchos estados, tantos como te den de comer y te den oportunidades como miembros de tal, e igualmente otros, cuyo fin será simplemente el que unos coman cada vez más y otros cada vez menos, y por último, le hice saber que no creo ni en los estados que ya existen, ni en los que probablemente están por nacer, sino simplemente en los que te hacen participe y miembro activo de una sociedad en la que todos y cada uno de sus miembros representan algo para esta .