La sal en la herida de una sociedad que sigue adorando lo incorrecto y vulgar, drogada por los medios de masas que anteponen el espectáculo a lo ético y consiguen convertir el crimen en algo sensual y erótico.
Un film que impactó más con su mensaje que con sus impactantes imágenes.
Más de 25 años desde que Oliver Stone hiciera lo que le dió la puñetera gana como director. Y aún más de un cuarto de siglo de esa historia escrita por Quentin Tarantino que impactó más con su mensaje que con sus impactantes imágenes.
Stone, que venía de unos 80s dorados con títulos como “Platoon” o “Nacido el 4 de Julio”, se marcó con “Asesinos Natos” una de sus películas más polémicas, que se llevó incluso problemas con Coca-Cola por el uso de su famosa campaña del oso polar en algunas secuencias de la película.
Es fácil entender que “Asesinos Natos”, que ha envejecido muy bien, fuera la sal en la herida que la sociedad necesitaba, aunque no pedía. Más allá de su violencia visual, acompañada de manera sublime por una banda sonora por la que se pasean gente como Patti Smith, Leonard Cohen, NIN, entre otros, lo que queda es el mensaje.
Es la crítica a una sociedad que sube al pedestal lo incorrecto, una sociedad drogada ante los medios, medios que anteponen el espectáculo a lo ético y consiguen convertir el crimen en algo sensual y erótico.
Para los/las que todavía no hayan visto “Asesinos Natos”, sobre su argumento diré que narra la historia de amor/violencia entre Mickey y Mallorie (interpretados por Woody Harrelson y Juliette Lewis). Queda claro a lo que nos enfrentamos, desde esa secuencia inicial en un bar de carretera. Donde al ritmo de “Shitlist” y el uso de múltiples enfoques, filtros y recursos con la cámara, asistimos a uno de los actos de la pareja de criminales.
Criminales a los que el pueblo admira, gracias en gran medida a unos medios de comunicación, aquí representados en el personaje de Gale. El presentador del típico programa de crímenes y asesinos, al que da vida, en la que servidor considera su mejor papel frente a una cámara, un Robert Downey Jr desatado.
La película tiene dos partes bien diferenciadas. La inicial, tras esa escena antes comentada, donde conocemos su historia de amor, sus inicios, el desarrollo de su carrera criminal y su detención. Sobre lo de la historia de amor, aplaudir el valor de rodarlo como si fuera una comedia americana. Y aplaudir también, darle a Rodney Dangerfield la vuelta de tuerca perfecta a sus papeles cómicos.
Y luego llega el plato fuerte, toda la trama sucedida en la cárcel. Una cárcel, que tiene como alcaide a McClusky (que grande está aquí Tommy Lee Jones). Un alcaide patético, que se piensa alguien importante, aunque no puede dejar de pensar en lo popular que pueda ser. Convencido en gran parte por Scagnetti, un “detective” más oscuro de lo que pueda parecer. Seguramente cuando Tom Sizemore interpretó dicho papel, todavía no sabía el declive profesional/personal que se le venía encima.
Todo se convierte en una orgía visual/musical tremenda y nos lleva a un final épico. Un final que es el verdadero golpe a la conciencia del espectador. Ese final donde suena el “Something I can never have” de Nine Inch Nails. Mientras en pantalla vemos imágenes mezcladas del juicio de Lorena Bobbit, los hermanos Menéndez, lo de Waco, lo de O.J. Simpson, Rodney King… Y el espectador se queda pensativo, flipando ante lo que durante casi dos horas ha visto en pantalla. En plena era MTV, esto fue un puñetazo visual/moral y aún recuerdo que como espectador salí del cine flipando. Y convencido de haber visto Historia del Cine.