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El nombre de Eric Rohmer era, en realidad, un anagrama del suyo verdadero, Jean-Marie Maurice Schérer. El cineasta que ayer nos abandonó, formaba parte de una familia de la provincia de Alsacia, de mentalidad tradicional, a la que no le gustaba que abandonara su oficio de profesor, así que, para escribir de cine y para moverse en ese mundo, se sentía más libre con el seudónimo, que a la vez le parecía más bonito y más armonioso.
Con esta frase, podría resumirse ya el espíritu que creó una filmografía que, para quien no la haya podido saborear, debería, y ya.
"No ruedo éxitos, pero tengo un público fiel"
Eric Rohmer tenía la capacidad de sorprender siempre, tanto a sus seguidores como a los que no lo conocían. A estos, muchas veces, les aburría, seguramente porque nunca se molestaron en estudiar y observar bien su cine. Él siempre fue, por contra, uno de los observadores de los fenómenos más inquietantes, tanto de nuestra naturaleza, como de este viejo continente, hoy en crisis pública, siempre en crisis de ideas, que es Europa.
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Jamás adoleció de esa falta de imaginación. Siempre observó aquello que quería filmar desde perspectivas poco corrientes. Nunca desaprovechó la oportunidad que le daba el celuloide de hablar de las cosas realmente importantes de la vida, y de hacer reflexiones, tirando a irónicas, sobre ellas, sin intentar establecer jamás las inexistentes verdades absolutas.
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Eric Rohmer ejerció de líder intelectual de la nouvelle vague desde la revista Cahiers du Cinema, y cuando creyó que era el momento de ponerse manos a la obra, se estrenó en el cine con un conjunto de 6 películas englobadas en "los cuentos morales". Se trataba de 6 variaciones sobre un eje común, y que no eran otros que unos personajes masculinos que se debaten entre modelos antagónicos de mujer.
Películas geniales, intimistas, pequeñas, que sacaban a la luz todas las contradicciones de nuestras pulsiones humanas, que tantas veces tenemos que negar, ocultar o domesticar. De todas ellas, queremos destacar y recomendar "Mi noche con Maud", puro cine new wave francesa, y la perfecta fábula, el maravilloso cuento, la fantástica introspección de "La rodilla de Clara", con uno de esos pequeños e íntimos finales tan reveladores de su cine, en los que comprendes tu propia naturaleza mucho mejor que asistiendo al psicólogo durante varios años.
Los sentimientos, la razón, la conciencia y nuestra sexualidad, crean unas presiones en nuestras vidas que no siempre sabemos llevar, porque jamás hemos tenido una educación sentimental, y porque no podemos olvidar que somos humanos, pero también primitivos como animales. Algunas de las conversaciones sobre nuestras pulsiones de estos filmes aún no han sido hoy superadas.
Rohmer tenía una habilidad, casi exclusiva, de hacer que el tiempo pase sin sentir ante sus fascinantes y poéticas imágenes, irónica y profundamente dialogadas. A quienes les gusten las películas con buenos diálogos y con reflexión, ya habrán abierto los ojos y quedado con la copla, y a los que no les interese en absoluto este tipo de cine intimista, seguramente habrán dejado de leer.
La década de los 80 era otro cantar a nivel cultural, y Rohmer lo afrontó con sus "comedias y proverbios", una serie de películas más ligeras (almenos en apariencia, y sobretodo para el gran público), por una mayor presencia de la figura femenina en detrimento de la masculina (protagonista de los cuentos morales), y con un llamativo rejuvenecimiento de los protagonistas, aunque en anteriores ocasiones ya tirara de la juventud, de los adolescentes, pues ese es un momento clave, que determinará nuestra forma de sentir para siempre. Destacamos "La mujer del aviador" entre ellas, aunque recomendamos seguir su obra completa.
Luego llegarían los cuentos de las 4 estaciones, ambientadas en los 90, y perfilándose, almenos en apariencia también, como un resumen y conclusiones de las series anteriores, ubicadas en las estaciones del año ("Cuento de verano, invierno...). Los temas de siempre, mimetizados con la climatología y los paisajes, y para quienes este pequeño recordatorio escriben, la más floja de las 3, sin bajar del notable en ningún caso.
Su filmografía se estructura, pues, en colecciones seriadas, con algunas excepciones 'de época': la excelente y transgresora "Triple Agente", que sorprendió a sus seguidores y también a los que querían ver una de espías con tiros y sin reflexiones, y la histórica, y que este adjetivo adquiera diversos significados y significantes cuando hablamos de él, "La marquesa de O" (1976).
Rohmer, cineasta de las ideas, profesor emocional de muchas mentes inquietas y ávidas de mejora personal e intelectual, filósofo del cine intimista, poeta de las imágenes, observador de nuestras involuciones, activista imperturbable y pieza clave en los avances del cine y la sociedad francesa, nos deja un legado cinematográfico que cualquiera de nuestros lectores debería saber optimizar. Esta era la intención de este breve pero sentido artículo que terminaremos con la información extra que quizás algunos echen en falta en un artículo en el que tendríamos que hablar de su muerte, la causa de su muerte y otras obviedades que tan pronto entran en la mente, como salen de ella.