Me encanta el cine y me encanta la música, pero las películas musicales nunca han sido santo de mi devoción. Como tantas otras cosas que no me gustan, ésta también tiene su origen en mis primeros años de existencia.
Recuerdo haber visto un trozo de West Side Story y no entendía como dos bandas rivales de Nueva York podían echarse a bailar en lugar de ir a navajazos. Tampoco le encontré la gracia a otro clásico del género como es Grease, con John Travolta en plan rebelde pero que también arrancaba a bailar a la mínima oportunidad que tenía.
Después conocí a la insoportable Julie Andrews en Mary Poppins, y recuerdo que me ponía de los nervios que a la mínima se echasen todos a cantar, eso por no hablar de que todo el conjunto me parecía una horterada considerable (y no me sirve que me digan que es una película infantil, porque de hecho yo era un niño cuando la vi).
Más adelante llegó Sonrisas y lágrimas, otra vez con la Andrews al frente cantando “Do, Re, Mi” con una panda de niños y niñas en las montañas del Tirol. En resumen, que entre quinquis bailarines y cursis cantarinas no puede decirse que me hicieran coger mucho aprecio por los musicales.
En teatro en cambio, no puedo decir lo mismo...
Una vez en el instituto organizaron un autobús para ir a ver El Mikado, de la compañía Dagoll Dagom. Me pareció muy divertida, a pesar de ser un musical. El año siguiente (¿o el otro?) se repitió la historia con Mar i cel (Mar y cielo), de la misma compañía, que todavía me gustó más y me dejó muy sorprendido al ver que habían podido colocar un barco pirata encima de un escenario de teatro. La cosa bajó un poco con Spamalot, especialmente porque mi recuerdo televisivo y cinematográfico de los Monty Python es muy bueno, y en cambio pienso que el musical no está a la altura. Y finalmente, hace unos días, llegó el impacto definitivo con Los Miserables.
Y es que todos los adjetivos positivos que se puedan decir de esta obra se quedan cortos. Basada en la novela clásica de Victor Hugo, nos explica la historia de Jean Valjean, condenado a diecinueve años de prisión per haber robado un trozo de pan. Harto de no encontrar trabajo ni alojamiento debido a su pasado, rompe la libertad condicional, cambia de identidad y se convierte en alcalde de un pueblo de Francia y amo de una fábrica. Pero el inspector de policía Javert, que ya había vigilado a Valjean mientras estaba preso, lo reconoce y lo continuará persiguiendo obsesivamente durante toda su vida. Valjean adoptará después a Cosette, la hija de una de las trabajadoras de su fábrica, cuando ésta muere. Como trasfondo de la historia, también seremos testigos de las protestas y revueltas de la clase baja francesa contra su precaria situación económica y vital.
El año 1980 se estrenó en París la primera versión del musical, cinco años después apareció la versión en inglés, y el año 1992 Madrid pudo verse el primer montaje en castellano. Ahora, por fin, ha llegado a Barcelona (se estrenó el pasado 30 de septiembre). El montaje actual ha sido creado especialmente para celebrar las bodas de plata de su estreno en la capital inglesa, y ahora el escenario incluye dibujos originales del propio Victor Hugo, además de unos vertiginosos cambios de decorado que nos llevan desde la galera donde cumple condena Valjean, hasta las calles de París o al hostal donde el matrimonio Thénardier engaña a sus clientes. Todo ello combinado con proyecciones que acompañan la huída por las alcantarillas de Valjean para salvar al estudiante Marius (enamorado de Cosette), herido gravemente, o la increíble escena del suicidio desde el puente, que da toda la impresión de caída libre gracias a unos efectos increíblemente bien conseguidos.
Y por lo que se refiere a los aspectos auditivos, la misma excelencia o más. A diferencia de otras obras, la música (con orquesta en directo) de Los Miserables es épica, majestuosa, emocionante o divertida, pero nunca ridícula ni sin sentido, igual que las letras de las canciones. Todos los protagonistas tienen su momento de gloria, ya sea individualmente (impresionante el argentino Gerónimo Rauch en el papel de Valjean) como en dueto o en coro. Y una cosa importante: a todos se les entiende perfectamente cuando cantan, un aspecto que me hacía estar especialmente intranquilo antes de la obra, y más sabiendo que aparecían tenores y sopranos, a menudo ininteligibles.
En resumen, Los Miserables es un espectáculo total y absoluto, como creo que hay pocos en el mundo del teatro musical. Nada de lo que yo pueda decir en este pequeño artículo puede ni tan siquiera acercarse a las emociones y sensaciones que se experimentan viendo esta obra en directo. Viéndola te das cuenta que no es casualidad que en Londres se haya representado durante más de veinte años seguidos, ni que haya recibido tantos premios, ni que haya sido traducida a 21 idiomas y representada en 38 países. Como tampoco lo es que cuando termina la función, el público se levante y aplauda sin parar durante casi cinco minutos. Es el justo reconocimiento a un trabajo colosal, a un montaje increíble, a unas voces impresionantes y, en definitiva y como dice su eslogan, a “más que un musical, una leyenda”.
Tony Soprano colabora en culturaencadena y tiene su propio blog sobre series de televisión (https://seriegem.blogspot.com/), además de otro cultural y de opinión (https://rss72.blogspot.com/)
