Otra buena idea del sello Murphy que nos acaba provocando INDIFERENCIA.
Los vacíos, frustraciones y sueños imposibles del ser humano mantienen viva la industria y la maquinaria del glamour, la fama y las apariencias.
Cuando tu nombre es Ryan Murphy y has firmado un contrato millonario con Netflix, vendes lo quieras. Y la calidad del producto se da por hecha. Y es sobretodo en el manejo del guion donde vas a demostrar si tu idea es buena, y tiene la profundidad que requiere.
"Hollywood" es la nueva serie limitada de 7 episodios del prolífico creador de 'Nip/Tuck', 'Glee' o 'American Horror Story'. La trama nos traslada al "bosque sagrado" en la década de 1940. Entre la maleza, seremos de nuevo testigos de cómo los seres humanos siempre se han prostituído con tal de conseguir sus objetivos e intereses. Todo con mucho glamour, pero con unos instintos tan básicos que hieren y avergüenzan al espectador.
Crítica de la serie HOLLYWOOD (Netflix)
Personajillos de poca monta que nada tienen que ofrecer, pues solo buscan la aceptación y el reconocimiento exterior:
Jack Castello (David Corenswet, "The Politician"), a punto de ser padre, persigue el sueño de convertirse en "alguien". O mejor deberíamos remplazar "alguien" por "FAMOSO", porque la única motivación de Castello es la idea de la fama sin importar todo lo demás. La integridad y coherencia consigo mismo ni se contemplan cuando el billete asoma. Poderoso caballero es Don Dinero, cuya vulgaridad rebaja la categoría de las personas. Cuando el "Dollar" hace acto de presencia, "Sodoma y Gomorra" convierte la coprofagia en arte escénico y la prostitución en otro "Pretty Woman".
Roy Fitzgerald (Jake Picking, "Chasing Life") es un tímido chico de la América profunda que desea convertirse en actor. Para ello precisará del "magic touch" del "Master of Puppets" Henry Willson (Jim Parsons "The Big Bang Theory"), un manager que remplaza el talento inexistente por un estudiado reclamo publicitario en la fábrica de sueños llamada "Hollywood". Una línea de montaje en la que sólo salen a la luz aquellos peones que, convertidos en productos, han sabido jugar sus cartas y han sido capaces de deshacerse de escrúpulos y dignidades.
Los actores son sólo la carnaza utilizada para pescar nuestra frustración, que es la encargada de alimentar a las bestias que mueven los hilos y ostentan el poder en la industria.
Las pantallas sólo muestran el sueño, la irrealidad y la materialización de aquellos imposibles que se encargarán de generar las ideas que serán implantadas en el inconsciente colectivo y en base a las cuales conformaremos nuestras vidas. La ficción ha sido utilizada para alimentar nuestra frustración mostrando una edulcorada realidad inasequible por utópica.
A la ficción le ha sido encomendada la distracción popular con el fin de manipular a las masas y dirigirlas hacia unos gustos estandarizados fabricados por otros. No es la primera vez que lo vemos, Frédéric Beigbeder ya lo anunciaba en su escandaloso "13,99". Hoy el marketing se une a la fiesta para ahondar en la falla.
Nuestros vacíos, frustraciones y sueños imposibles mantienen viva la industria, provocando que ésta conserve el poder. La carne de cañón sigue siendo un vehículo para transmitirnos el anhelo del ideal que nunca tendremos. Todo apunta en la misma dirección, acrecentar el vacío existencial y distraer nuestra atención para que consumamos cualquier cosa con tal de acallar el dolor. ¿Quién sale ganando? Nosotros por supuesto que no.
Es por ello que nos tomamos la ficción tan a pecho y no subestimamos su fuerza y vigor para engrasar la maquinaria económica. Quien piense que "sólo es ficción", basta que examine de cerca sus decisiones, sus fetiches y sus gustos personales... a ver de dónde vienen.
En el Hollywood de los 40, ser negro u homosexual no era rentable porque iba a la contra de lo que hacía funcionar la economía. Es por ello que actrices de nivel como Camille (Laura Harrier, "Spider-Man: Homecoming") o Anna May Wong (Michelle Krusiec, "Travelers") están destinadas a permanecer en las sombras debido a sus raíces. Guionistas como Archie Coleman (Jeremy Pope) o Raymond Ainsley (Darren Criss, "American Crime Story") están malditos por sus orígenes e inclinaciones sexuales.
Como comentado, sabíamos de antemano que iba a ser un producto de calidad que atraerá, en principio, al público. Es indiscutiblemente una buena produccion, y arremete contra la industria denunciando todas sus artimañas. Hallamos la profundidad que buscamos, y el tema es lo suficientemente jugoso y soez como para atraer nuestra mirada. Los trapos sucios de Hollywood al descubierto es material considerablemente sustancioso como para no aprovecharlo.
Otra cosa es que se pueda discutir sobre las filias y fobias propias. En nuestro caso, en cuanto a la puesta en escena se refiere, este decorado que también vimos en "The Politician" con esos colores tan vivos -y Barbie y Ken en pantalla- no nos acaba de gustar. Es sello Murphy y nos parece muy bien. Pero a nosotros nos resulta empalagoso y artificial.
En cuanto a las actuaciones, lo mismo. Pero además está Jim Parsons, que jamás nos ha convencido como actor. Imposible, no hay manera. No nos ha gustado jamás su manera de actuar, y creemos que su famoso "Sheldon" de 'Big Bang', tan querido y popular, le ha abierto una serie de puertas que van a dejar al descubierto el pobre registro de Parsons. Mejor que se dedique a la producción ahora que es extremadamente rico. Parsons es uno de esos actores de recorrido único cuyo talento se comprueba como insuficiente. Henry Willson es un personaje igual de grotesco pero en la misma línea, caricaturesco.
Y sí, las exigencias del guión provocan estos excesos tan marcados, pues los entresijos de Hollywood deben de superar la ficción que ya nos parece desmesurada. Pero a nosotros, el resultado final no nos acaba de convencer.
Para los amantes de Murphy y defensores de Parsons, dos universos que nunca hemos admirado.
