Nota: sin que sirva de precedente, pero debido al carácter de este artículo explicaré los finales de la primera y la segunda temporada. ¡No sigáis leyendo si no queréis saberlo!
Si en el artículo anterior nuestro compañero hablaba de un grupo musical que empezó muy bien y no terminó del mismo modo, yo voy a hacer algo similar con Prison Break. Y es que los inicios de esta serie son prometedores para los amantes del género carcelario: un tal Lincoln Burrows se encuentra en la penitenciaría estatal de Fox River condenado a pena de muerte por un crimen del cual no queda demasiado claro que sea el culpable. Para ayudarle a escapar, su hermano Michael Scofield (un ingeniero con un coeficiente intelectual altísimo) atraca un banco a mano armada, lo encierran en la misma prisión y allí empieza a desarrollar el plan que ha trazado minuciosamente durante los meses anteriores al atraco: se ha hecho tatuar en el cuerpo los planos de la cárcel (que diseñó él mismo) y también los detalles más importantes que debe recordar para que la escapada llegue a buen puerto. Evidentemente, como en cualquier producción de este tipo, se irá encontrando con personajes buenos y malos (destaca poderosamente el asesino y violador T-Bag) que le ayudarán a escapar o bien le complicarán las cosas, según el caso. La historia no es original y se han visto muchas veces argumentos parecidos en el cine, pero debe decirse que la puesta en escena es excelente, los actores cumplen sobradamente, tenemos giros narrativos muy bien conseguidos y toda la temporada mantiene una tensión dramática y argumental notable.
La segunda temporada mantiene en general el nivel adictivo de la primera, aunque es inferior y algunos aspectos del guión están francamente sujetos con alfileres (¿alguien se cree que T-Bag pueda hacer todo lo que hace con una mano en aquel estado?). Una vez fugados de la cárcel, se nos explican las peripecias de los 8 fugitivos en su intento de escapar de la persecución policial liderada por el visceral capitán Brad Bellick, al cual ya conocíamos de la prisión, y por el agente del FBI Alexander Mahone (excelentemente interpretado por William Fichtner), un personaje atormentado por su pasado, pero muy eficiente y el único que puede competir intelectualmente con Michael. Los convictos también intentarán encontrar una bolsa con 5 millones de dólares que uno de los prisioneros enterró antes de ser detenido. En el episodio final parece que todo se ha resuelto y que la serie terminará con dignidad… ¡pero no! Las cifras de audiencia y la posibilidad de continuar aumentando sus cuentas corrientes hicieron que los responsables se inventaran un final totalmente forzado y torpe, donde perseguidores y perseguidos terminan de nuevo en una cárcel, en este caso llamada Sona, situada en Panamá y cuyo aspecto hace que Fox River parezca un hotel de lujo.
Cabe decir que cuando se firmó el primer contrato con la cadena Fox, únicamente estaba prevista la producción de dos temporadas de trece episodios. No obstante, y debido al éxito de la serie, se renovó el contrato, los 13 episodios finalmente fueron 22, y se permitió la producción de esta tercera temporada, para mí totalmente sobrera. ¿Qué representa que nos pueden explicar a estas alturas? Vuelven a estar en la prisión y, evidentemente, ahora toca intentar escaparse otra vez. ¿Os suena? Sí, es un déjà vu, una repetición de la primera temporada pero sin su fuerza, ni el guión, ni el desarrollo de personajes, ni nada de nada. Al principio sorprende el miserable estado de la prisión y el hecho de que no haya guardias que la vigilen, sino que son los mismos prisioneros los que establecen las reglas. Pero pasado este primer impacto (que como mucho dura dos episodios), te das cuenta de que los guiones están poco trabajados, que no se han cuidado los detalles, y que en definitiva parece como si todos (productores, guionistas y actores) hayan perdido las ganas y la ilusión, se den cuenta de que la situación es forzada y que no lleva a ninguna parte. Ello hace que aparezcan detalles que rozan el ridículo: ¿cómo se entiende, por ejemplo, que en una cárcel donde la ropa va tan buscada (lo primero que hacen los presos con los nuevos internos es dejarlos en calzoncillos, literalmente), Michael tenga camisetas de repuesto en su celda? ¿Cómo es posible que en diferentes planos de la misma escena aparezca el mismo personaje vistiendo una camiseta distinta? Por suerte, y debido a la huelga de guionistas, esta temporada sólo tiene 13 episodios.
Y aquí termina mi paciencia con Prison Break. No me quedaron ganas de continuar con la cuarta (y última) temporada, ni por descontado con el telefilm de una hora y media que cierra definitivamente el invento. Por lo que he podido oír y/o leer parece que no me he equivocado. Es una auténtica lástima que las ansias económicas pasen por encima de la calidad artística y se acabe agotando un producto que había empezado muy bien, que no supo parar a tiempo y que acaba siendo una sombra de lo que fue, dejándonos un recuerdo que en el mejor de los casos es agridulce. Y lo más triste es que no es ni mucho menos un ejemplo único, sino que podemos encontrar muchos otros parecidos. La mayoría de las mejores series que he podido ver en mi vida están hechas en los EE.UU., pero en el tema de saber cuándo debe pararse a tiempo, los ingleses les dan mil vueltas.
Claro está que después de ver un capítulo de "Oz", "Prison Break" parece un cuento para niños. Nausica, ¡deja de dormir y empieza ya con una serie carcelaria de verdad! Jejeje