Los sesenta nos dejaron todo un abanico de comedias sofisticadas, coloristas y repletas de estrellas en las que el diseño de producción es un protagonista más (y muy importante). Dentro del género, las comedias de atracos sin duda se merecen un monográfico.
Pongámonos un poco en contexto: El cine está viviendo una época dulce repleta de creatividad, pero la televisión le está siguiendo el paso de cerca. Se empiezan a destinar grandes fortunas en las producciones por lo que nos alejamos de décadas anteriores aún marcadas por los distintos efectos de las grandes guerras por más que se consideraran (al menos en lo referente al cine norteamericano) una “época de oro”.
Se acaba el reinado de los grandes estudios y los profesionales del teatro y la televisión pasan al cine. Con un marco así, la experimentación está servida. A los sesenta les debemos todo tipo de clásicos: El tiempo en sus manos, mucha de la mejor obra de Hitchcock (Psicosis, Los pájaros o Marnie la ladrona por citar algunas), la franquicia de James Bond que a día de hoy sigue siendo un acontecimiento cinematográfico o escándalos de la época como El graduado o Cowboy de Medianoche.
Billy Wilder sigue rodando joyas del cine y los avances sociales encuentran eco en las carteleras: Matar a un ruiseñor, Adivina quién viene a cenar esta noche o el calor de la noche.
Pero inmersas en esta variedad de evoluciones, tendencias y sellos de autor, las comedias de atracos, insistimos, se merecen aunque sea una breve revisión por la cantidad de novedades que supusieron (por la mezcla de géneros) como por las conocidas caras que las protagonizaron.
El cine de atracos ya tenía clásicos por derecho propio como Rififí o Atrapa a un ladrón (ambas de 1955), y de esta última quizá bebieron muchos de los títulos que os queremos citar hoy.
Ni que decir tiene que todo esto se hacía con un derroche en moda y dirección artística que las convierten en lujosas obras de arte (y de culto). La fórmula funcionó y sigue funcionando, prueba de ello es la versión de Soderbergh de 2007.
Pero si hubo una gran comedia de atracos en los sesenta fue en 1963, de la mano de Blake Edwards y con un reparto que incluía a un Peter Sellers inolvidable además de David Niven para aportar la elegancia necesaria y de un joven Robert Wagner. Claudia Cardinale y Capucine fueron los contrapuntos femeninos. Amada y odiada a partes iguales, lo cierto es que sirvió de inspiración a más de una producción y que probablemente tiene uno de los repartos mejor escogidos de la historia del cine.
El honrado gremio del robo, de 1963, es nuestra siguiente comedia de atracos en este viaje por los sesenta. Dirigida por Cliff Owen y con Peter Seller a la cabeza de un reparto que supo mantener un ritmo alocado y dejar caer delicados diálogos al más puro estilo británico. Quizá no haya pasado a las listas de imprescindibles, pero aconsejamos repescar esta comedia de policías y ladrones.
En el 66 fueron dos los títulos que narraron atracos de mayor a menor entidad, pero revestidos de comedia: Ladrona por amor (Ronald Neame) y Cómo robar un millón. La primera consiguió reunir a Shirley MacLaine, Michael Caine y Herbert Lom en una comedia con un vestuario exquisito, muy buen ritmo y mucha química. Se trata de una comedia considerada menor hablando de un robo superlativo y que estamos seguros de que ha servido de inspiración para muchos títulos de la actualidad (se nos ocurre por ejemplo “La Trampa”).
Cómo robar un millón cuenta, entre otros, con Peter O’Toole, Audrey Hepburn, Charles Boyer y Eli Wallach dirigidos por William Wyler (que ya había hecho inmortal a la Hepburn en Vacaciones en Roma). De nuevo la elegancia es protagonista y el suspense se alterna con situaciones cómicas. Clásica película de pareja que acaba unida y que se odia al principio que consigue divertir y mantener un ritmo frenético.
Pero, ¿y mientras qué pasaba en España? Pues que tenemos nuestra propia obra maestra de la comedia de atracos, aunque la estética y las interpretaciones poco o nada tengan que ver con las de la lista anterior. En 1962 José María Forqué rodaba Atraco a las tres, una película en la que nadie parecía ir vestido para un desfile de moda, sino que representaban a seres tan cómicos como “normales” en cualquier oficina bancaria de la época. Salvo por lo de planear un gran atraco, claro.
El reparto está lleno de genios en estado de gracia (Cassen, a reivindicar; Gracita para no olvidar jamás) y de lugares comunes a la comedia española sin caer en la españolada que nos invadiría en los setenta. Sin duda un título a reivindicar y nuestra gran comedia de atracos por derecho propio.