Quizá es que cada vez soy más insensible. O puede que sea cuestión de la ingente cantidad de alabanzas que se escucharon durante los primeros días del estreno...
Lo cierto es que la proyección de 'Un Monstruo Viene a Verme' no hizo que mi oscura alma de madera se ablandara ni tan solo un poquito. Tampoco los casi cien pañuelos que había en la sala.
No le voy a quitar mérito al film de Bayona. Su buen hacer le ha convertido en un director con identidad propia, que ha terminado decantándose por el melodrama con desenlace lacrimógeno.
Es justo ahí donde patina la película para los que, como yo, no lloran con historias sobre el cáncer, quizá un género en sí mismo que empieza a ser excesivamente cansino por lo repetitivo de su esquema. 'Mama' de Medem o 'Camino' de Fesser son otros films que han optado por retorcernos en la butaca a propósito y con mala leche.
Aquí Felicity Jones no aporta nada nuevo a este tipo de personaje, al igual que tampoco lo hacen los abusos a los que el pobre Connor es sometido en la escuela.
No cabe duda -desde el primer minuto-, que el joven va a tener que lidiar con la pérdida y aceptar las derrotas, pero ya nos sabemos las herramientas para ello.
Sentimentalismo enlatado, de factura irreprochable a la que habría convenido más centrarse en el arte de contar historias: quizá la parte más bonita del film. Lástima que sea otra parte, la real, la que más falla, porque creo que todos nos habríamos quedado a vivir en cualquiera de los cuentos que narra el tejo.