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Carson McCullers, de veintitrés años, publicó su primera novela, El corazón es un cazador solitario, en 1940, el mismo año en el que moría Francis Scott Fitzgerald, de cuarenta y cuatro; más que de relevo generacional, puede hablarse de una escritora precoz que publica su primer libro y un cadáver precoz que se reúne por fin con la tierra.
La brillante lost generation recibiría el reconocimiento de dos premios Nobel a principios de los cincuenta y la generación de la McCullers aportaría por lo menos otras dos novelas importantes a finales de los cuarenta: Otras voces, otros ámbitos, de Truman Capote y Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer - poco puedo decir de los libros de Vidal o Styron de la época porque no los he leído. Este solapamiento entre generaciones tal vez se explique como el resultado de una necesidad industrial. Las revistas femeninas fueron una plataforma de lanzamiento para muchos escritores jóvenes de la época, algunos de la mano de George Davis, director literario de Harper's Bazaar, como la misma McCullers o el citado Capote. Estados Unidos debía de ser el único país del mundo que no sufría la escasez de papel que condenó a la larga espera para ser publicadas a las obras de Tolkien o Céline, entre otros.
Que el mercado necesitase escritores jóvenes aún gozando de magníficos escritores en plenitud de facultades no fue necesariamente malo: muchos de aquellos jóvenes escritores tenían verdadero talento, y McCullers es una de ellas.
El corazón es un cazador solitario es calificada como obra imprescindible de la literatura universal en la contraportada de la edición catalana ( Edicions 62) que yo tengo. Me pregunto si era necesario escribir esto cuando podían decirse muchas cosas buenas sin caer en la exageración. Comparada con sus contemporáneas ya mencionadas arriba, y reconociendo la poca simpatía que guardo para la de Mailer y mi adoración por Capote, la novela de McCullers se perfila como la más completa, la obra asombrosamente madura de una escritora apenas en la veintena. Si en las primeras páginas parece que el ritmo de la novela, su desarrollo, es como el de aquellas personas que tocan un instrumento o bailan contando los compases de la música, a partir del segundo tercio, McCullers se desliza por la historia, se suelta y llega a momentos de gran verdad y penetración.
La novela recoge las pequeñas tragedias y sueños de una pequeña ciudad sureña de la que nunca se nos dice el nombre, a través de la peripecia de varios individuos: el sordomudo Singer, triste por haber sido separado de su único amigo e igual, el sordomudo Antonopoulos, la joven Mick Kelly, a punto de entrar antes de tiempo en el mundo de los adultos y dejar atrás sus sueños musicales, el agitador Jake Bloumt, alcohólico, rebelde e iluminado, el Doctor Copeland, médico negro que lucha por la dignidad de su gente, enfermo de tuberculosis que no puede entrar en un buen hospital para blancos y Biff Branon, dueño del café Nueva York, reciente viudo que recuerda a su mujer poniéndose su perfume y enamorado en secreto de Mick Kelly.
Hay muchos otros personajes secundarios, pero estos son los principales. Singer es el eje de los demás y me pregunto si McCullers pensaba en Dios al escribir sobre él, pues es sordo y mudo y proporciona consuelo al resto de los personajes por las esperanzas de ser comprendidos que los demás depositan en él.
McCullers radiografía el alma, ausculta los anhelos y palpa la soledad de estos diversos corazones que aparecen en las páginas de su novela, y lo hace con una sobriedad envidiable, ya que no trata de impresionarnos con su talento en su primera novela, sino que deja que sea la historia la que nos hable, los personajes los que tratan de emocionarnos. No sé si es una novela imprescindible ni me importa. Lo que sé es que vale la pena leerla y releerla. Y ya es bastante.
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