Los relatos de 'Los tigres son más hermosos' habían sido escritos durante ese período de ostracismo, de pensiones, casas míseras, alcohol, vagabundeo siguiendo a un segundo marido, aislamiento cuidando del tercero, broncas con los vecinos, visitas a comisaria, multas... y contienen el eco de todo eso pero, como toda obra de arte, lo trascienden: no se trata de relatos más o menos autobiográficos, sino de auténticas obras maestras del género.
Si hay algo que llama la atención desde el primer momento que se lee a Jean Rhys es su rareza: su sabor extraño y familiar al tiempo. Es tentador ponerla en compañía de otro par de excéntricas contemporáneas, Djuna Barnes y Jane Bowles, pero aun en tan singular compañía, Jean sigue siendo un caso aparte. Leyendo Los tigres son más hermosos me ha venido a la mente el nombre de otra mujer alérgica a los moldes, la baronesa Blixen; y no porque la temática o el estilo de los cuentos de una y otra tengan nada que ver, sino por la particularidad de que ambas te obligan a jugar con sus reglas desde el principio, como dos Circes en sus islas de papel.
Abre el fuego Hasta septiembre, Petronella, una miniatura sobre un fin de semana en el campo de dos parejas de artistas ( ellos)/ coristas ( ellas) en lo que parecen los años 20, narrada con asombrosa naturalidad y en donde ya aparecen los temas recurrentes del esnobismo inglés, la hipocresía inglesa, la ironía destructora inglesa, lo frío, lo gris, etc... Lo sigue El día que quemaron los libros, relato que bien podrían haber escrito Truman Capote, Carson McCullers o cualquier otro niño perdido del Sur. Que lo llamen jazz es sencillamente magistral: abunda en los temas del primer relato pero la construcción de la protagonista/narradora lo mejora. Antológico, sin duda. Los tigres son más hermosos vuelve a hacer referencia a la oposición espontaneidad-sinceridad con hipocresía-ironía ( inglesas, por supuesto) y aparecen la policía, la cárcel, los juzgados... Fuera de la máquina es más convencional, aunque muestra cómo se reproduce la sociedad inglesa en una sala de hospital francés. El loto es de los más flojos, aunque eso significa que es mejor que la mayor parte de lo que se publica. O tal vez parece el más flojo porque el siguiente, Una casa sólida, me tiene aún con la boca abierta. Sólo se me ocurre la palabra asombroso para describirlo. Diré que iguala uno de los más famosos relatos de Henry James, y no digo más; de lo mejor que he leído nunca. El ruido del río es más convencional, pero es un buen cuento.
Leer estos relatos lleva a pensar en lo que llamamos el genio o el don; como el Espíritu Santo, sopla donde quiere y sólo Él sabe dónde va: uno puede ir a cien talleres de relato, hacer veinte cursos de escritura creativa, pasar por dos o tres departamentos de literatura y no ser más - pero nada menos- que un competente artesano. Jean Rhys, que aprendió a leer en casa, que hasta los veinte años bien entrados, en un piso miserable de Chelsea, no descubrió que podía escribir, que se pasó la vida a base de ginebra, de pensiones y pueblos hostiles y a pesar de eso no pensaba más que en escribir para que su vida no fuera un fracaso, como atestiguan sus cuadernos y diarios, fue siempre una gran artista.
Ahora que Lumen ha recuperado sus cuatro primeras novelas en un volumen - Una vida sin tí- no estaría mal tampoco que recuperara todos sus relatos. Aunque lo hicieran sólo por mí.