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Si me preguntaran por mi escritor de novela negra favorito diría Raymond Chandler, pero Jim Thompson no estaría lejos. Aún si la pregunta fuera sobre mi escritor favorito a secas, estos dos estarían en mi lista...
El mérito de Thompson fue el de forjarse una poderosa voz propia, no paródica, tras la gran explosión Hammet-Chandler. Es cierto que tenía el precedente del bendecido por Sartre, Horace McCoy - recomiendo su Debí quedarme en casa.-, pero Thompson lo hizo mejor.
Los timadores fue escrita en 1963, una vez acabado su impresionante sprint de diecinueve novelas para Lion Books en apenas diez años. Más sobria, contenida y pausada que de costumbre, nos muestra las turbias relaciones entre cuatro turbios personajes en lo que parece el Los Ángeles de los años cincuenta, aunque apenas si hay notas de ambiente o color local, por lo que la ciudad es menos importante aquí de lo que solían serlo aquellas ciudades pequeñas y provincianas de otras novelas de Thompson, como El asesino dentro de mí o 1280 almas.
Roy Dillon, vendedor ejemplar y timador vocacional, es herido de gravedad en el transcurso de un timo; su madre, Lilly Dillon, controladora de apuestas para un gángster de Baltimore, que está en Los Ángeles para cubrir la temporada de los hipódromos, se impondrá el deber de cuidarlo, aunque lleven ocho años sin verse, chocando con la atractiva y madura amante de Roy, Moira Langtly, antigua compinche de un legendario timador de la Gran Depresión y poniendo al servicio de Roy a una virginal enfermera, Carol Roberg, el personaje más inocente y más desasosegante de los cuatro.
Con estos mimbres, Thompson compone una historia de engaños, fatalidad y redención imposible, como mandan los cánones del género, en la que Roy Dillon juega el papel de víctima propiciatoria, atado tanto por su pasado como por su destino y Lilly Dillon irrumpe en el catálogo de mujeres fatales del género como una de las más inquietantes y despiadadas y tal vez de las de mayor profundidad psicológica, algo alejada de la típica hembra thompsoniana, de sexualidad alegre y talante descontentadizo y cruel.
La economía expresiva, la capacidad de poner en situación o echar a andar una escena con apenas un par de frases, es un punto fuerte en Thompson, a valorar en estos tiempos de crisis que aconsejan ahorrar papel y, si bien ya hemos dicho que aquí en general se contiene, su humor feroz asoma la nariz aquí y allí, en algunas esquinas del relato.
Amarga, muy disfrutable, se aconseja servirla bien fría y degustarla cómodamente sentado, preferiblemente de noche.