Me han pasado demasiadas cosas mientras leía La extraña: he sufrido tantas interrupciones - niños, migrañas, apagones- que sería bueno poner mi lectura entre comillas. Hay divertidos manuales sobre cómo escribir una reseña que aconsejan leer el libro reseñado en un sillón cómodo, bajo una lámpara, en una habitación tranquila. Pues bien; no tengo ni el sillón, ni la habitación ni la lámpara.
Por si fuera poco, di con unas palabras que Roberto Bolaño regalaba a un personaje de su novela 2666 que se encendían en mi cabeza cada vez que leía La extraña. Las reproduzco:
Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quierenn ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez
Si fuera honesto, o sabio, lo dejaría aquí, pero el exhibicionismo me impulsa a seguir. Una reseña no habla, como se podría creer, del libro que reseña, sino de la lectura que el reseñista ha hecho de él - cecí n’ est-ce pas une pipe. Hace aproximadamente un año, un copérnico rumano, Camil Petrescu, cambió mi manera de leer a Márai. Nada de lo que he leído de Márai - entendedme, no todo y ni siquiera en el húngaro original- llega a donde llega El lecho de Procusto. Márai es, ante todo, un fantástico compositor de música de cámara. La música de cámara no tiene nada de malo. Una habitación con vistas, de E. M. Foster es pura música de cámara, pero Foster también escribió Pasaje a la India.
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No me malinterpreteis: me encanta Márai, es un prosista excepcional; su prosa es tersa, rotunda, amplia en matices. No es un coñac que descorcharías para cualquiera. Cuántas veces, al acabar un párrafo, cierras los ojos y saboreas lo que has leído, incluso vuelves atrás para leerlo de nuevo, para volver a disfrutar de los armónicos y los sabores. Podemos hacernos una idea de lo grande que es Márai como prosista porque es así traducido. Pero con el estilo no basta: hay un momento en el que el escritor ha de pisar territorio desconocido, ir más allá de lo que sería esperable. En palabras de Ayrton Senna, tres veces campeón del mundo de fórmula uno:
Si cuando conduces un fórmula uno te parece que lo tienes todo bajo control, es que no estás yendo lo suficientemente deprisa.
Creo que eso hace referencia a la famosa diferencia sutil pero brutal entre escribir bien o muy bien y el arte verdadero.
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La extraña es una nouvelle en la que Márai parece querer escribir, al menos al principio, su propia Muerte en Venecia. Victor Heinrich Askenazi, profesor de griego en el Instituto de Estudios Orientales de París, de mediana edad, parte de viaje hacia el Mediterráneo siguiendo el consejo de su círculo social, tras haber vivido una aventura con una bailarina de dudosa moral y talento, Eliz. Acaba alojándose en Dubrovnik, ciudad rival de Venecia cuando se llamaba Ragusa - y Márai se divierte señalando los leones venecianos que aparecen aquí y allá en la costa Dálmata. Durante el viaje, hay una escena que recuerda muy vivamente a uno de los pasajes de Muerte en Venecia que más han quedado grabado en mi memoria: el del espantoso maricón que Aschenbach encuentra a bordo del barco en el que llega a Venecia, al mismo tiempo Caronte y una advertencia de su propio destino. En La extraña, se trata del embarque de un loco en una de las escalas del viaje que el vapor de Askenazi realiza. Por un momento, las miradas de ambos se cruzan con reconocimiento.
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Se diría que la foto de la portada quiere aprovechar esta similitud, pues es la de una belleza andrógina que bien podría ser Tadzio, a no ser que tuviera tetas. Pero a partir de la llegada a Dubrovnik, las cosas cambian. La acción principal de la novela se produce apenas en una tarde, un crepúsculo y una noche. No sé si La extraña debería haberse traducido mejor por La desconocida, pues de eso va la novela: a la hora de la siesta, una desconocida pide la llave de su habitación, Askenazi pide la suya y la sigue arriba; en el pasillo, ella se gira y lo mira y él lo entiende como una invitación. Mientras se decide o no a entrar en la habitación de la desconocida, Askenazi nos explica su aventura con Eliz, a la que conoció en la calle y con la que se fue a vivir de un día para otro, de manera similar al cuento que Sam Spade explicaba en El halcón maltés sobre el hombre que, al estar a punto de morir aplastado por una viga, cambia de vida - pero acaba viviendo igual que antes.
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Me llama la atención que un hombre que se nos asegura que estuvo sesenta años felizmente casado con la misma mujer siempre acabe hablando del adulterio en sus novelas; tal vez porque el adulterio, la locura y el asesinato sean los tres grandes desafíos de la civilización burguesa que Márai representó. Al final de la novela, Askenazi será el supremo transgresos, aunque nos de la impresión que su revolución es algo como de tinta y papel.
Sin embargo, hay una cosa que agradezco enormemente a La extraña: hasta ahora, yo creía que la tercera parte de La mujer justa era una completa equivocación, pero ahora pienso que era el intento de Márai por llevar el coche más allá del límite, aún a costa de trompear o irse contra la valla.
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