Gustave flaubert (Photo credit: Wikipedia)
Catalina Albert i Paradís causó un escándalo con su narración L’ infanticida, con la que ganó els jocs florals de Olot allá por la década del noventa de hace dos siglos; no por la narración en sí, sino por haberla escrito siendo mujer. Por eso, adoptó el pseudónimo de Víctor Català.
La novela que nos ocupa es de 1905. Ignoro si se ha traducido alguna vez al castellano, o si se va a traducir. Los que se llenan la boca de España sabrán el por qué no se ha hecho si ha sido así. Puede ser una buena excusa para aprender el catalán y leerla en el original.
Nos cuenta la historia de (Ca)Mila, una mujer gris, sin relieve, que acompaña a su marido Martí a hacerse cargo de una ermita perdida es unas impresionantes montañas. Desde el primer momento se pone sobre el mantel un tópico repetido en toda la literatura modernista catalana: la salud de la montaña y el vicio de las tierras bajas, pero después ese tópico toma un cariz peculiar. En la ermita, en lo que supongo la hosteria - hay una ermita cerca de Tossa, Sant Grau, que tiene edificio de hostería, y también existe un edificio anexo en otra ermita cercana, Santa Ceclina, que es una de las paradas en el camino de vuelta de El pelegrí- un pastor, Gaietà, se hospeda durante el verano, acompañado por Baldiret, un niño que le ayuda a guardar el ganado. Completan los personajes vinculados a la ermita un cazador furtivo, l’ Ànima.
La novela se plantea como un sistema solar donde Mila es el sol y los tres hombres y el niño son los planetas que la orbitan. Martí, el marido, es vago tanto para trabajar como para follar. Esto último está expresado de manera tan explícita como sutil en las distintas fases de su relación con Mila: al principio ella se muestra seductora, después muerde rabiosa la almohada del lecho matrimonial - el adjetivo no es gratuito cuando él se ausenta y cuando, hacia el final de la novela, él pasa todas las noches en la ermita, todo el temor de Mila es que se despierte y se atreva a tocarla, tal repulsa le produce.
El pastor y l’ Ànima son las dos caras de la naturaleza: el pastor, cabal, virtuoso, prudente, "que parece el hermano o el padre de todos", según Mila, es la figura protectora que la enorme soledad de la mujer encuentra. Sus rondalles- fábulas legendarias-, consejos y continua ayuda hacen la vida de Mila más llevadera y aunque está notoriamente desinteresado en el sexo - porque Mila es una mujer que sabe que los hombres la desean-, Mila llegará a desear, en su anhelo de que pase cualquier cosa, que el pastor se convierta en su amante. L’ Ànima es la némesis del pastor y viceversa. Descrito de manera brillante la primera vez que aparece como una bestia - a Mila le recuerda por sus dientes una perra que tenía- acecha sexualmente a la mujer desde el principio: es el sexo y la violencia, a los que es curiosamente ajena la mujer, que lo ve como se ve a un perro. Deseando a la mujer, se hace amigo del marido y lo introduce en el vicio del juego.
Baldiret es un personaje menos importante pero representa otra de las ansias insatisfechas de Mila: ser madre. A veces lo abraza sin poder evitarlo, lo peina, lo viste, llega a pedirle a su verdadera madre que lo deje estar con ella más tiempo en la montaña para no sentirse sola.
Como aquellos personajes de Conrad en medio de la selva, Mila en medio de la montaña también se ve asaltada por la naturaleza; como Madame Bovary, pero sin tener culpa alguna, ve su nombre manchado por las deudas: se organiza una romería - aplec- en la ermita ( dos capítulos sensacionales, maravillosos, para copiarlos a mano y saber cómo se utiliza la adjetivación, la puntuación y la gradación del ritmo para escribir) y los impagos a los proveedores desencadenan la tragedia: l’ Ànima convence a Martí de que puede recuperar las deudas jugando y MIla se queda algo más sola. Además, en el pueblo, se empieza a decir que está liada con el pastor - en esto también tiene que verl’Ànima- y la tragedia mayor es la muerte del pastor durante una tormenta, al parecer accidental.
Todo eso hace que Mila, una mujer gris, atona, algo pétrea, fatalista - se casó con su marido porque no tenía una opción mejor y la tía que la alojaba ya era mayor-, dé no un paso sino un salto que debió sonar insólito en la época: abandonar al marido y decidir vivir sola, y no como desgracia, sino como elección.
No he citado a Conrad o a Flaubert de manera casual: me parece que la señora Albert i Paradís, autodidacta, que jamás asistió a un taller literario ni cursó una carrera, que no tenía derecho al voto, podría sentarse junto al marinero polaco y el francés de los mostachos en la misma mesa, sin ninguna vergüenza. Tenéis dos opciones: convencer a alguien para que la traduzca o aprender catalán.
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MADAME BOVARY de FLAUBERT, GUSTAVE
Un magnífico artículo, Jerof. Espero leer muchos más.
Un saludo .