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Dos niñas judías escapan del celo de la gendarmería francesa, que pretende mandarlas junto a sus padres, deportados a Auschwitz, ocultándose en conventos y granjas de casi toda Francia, a cargo de su institutriz francesa, durante los años de Vichy.
En una maleta llevan los cuadernos manuscritos que han podido salvar de su madre, una inmigrante rusa que por entonces es una de las más famosas novelistas en lengua francesa. Por fortuna no las atrapan. Acaba la guerra y van todos los días a la Gare du nord o a la de Austerlitz a esperar a sus padres. No vuelven nunca.
Una de ellas llega a ocupar un cargo directivo en Editions Denöel. Durante sesenta años han conservado los cuadernos de su madre, sin atreverse a leerlos por miedo a que resulte doloroso, ya que los creen un diario íntimo.
Cuando por fin se atreven a hacerlo se llevan una sorpresa mayúscula: los cuadernos contienen dos partes acabadas de lo que iba a ser una novela en cuatro o cinco partes titulada Suite francesa. Denöel las publica en 2004 y ganan el premio Renaudot, convirtiéndose, además, en un éxito internacional.
Esta es la azarosa y en sí mísma novelesca historia de Suite francesa, una novela ya no inacabada sino interrumpida por la misma brutalidad sobre la que trata: la derrota francesa de 1940 y la posterior ocupación y partición de Francia en dos mitades: la controlada por los nazis y la de Vichy. Las dos
partes acabadas, podrían ser independientes entre ellas, aunque se relacionan por sutiles vínculos, como las piezas de una suite...
Tormenta de junio narra la huída ciega de la población civil de París hacia el sur, en plena derrota y desbandada del ejército francés. Como corresponde a un éxodo general, es una novela coral. Entran y salen de ella unos treinta personajes, algunos de los cuales apenas si nos acompañan dos o tres
páginas, pero todos son de carne y hueso y un puñado de ellos, memorables.
Muestran la generosidad, la vileza, el valor y la cobardía de las que todos somos capaces. Si tuviéramos que buscar un centro de gravedad podríamos escoger a la muy católica, burguesa y francesa familia Péricand, pero también son importantes el escritor Gabriel Corte, el matrimonio MIchaud, el diletante Charles Langelet y la corista Arlete Corail, que siempre cae de pie.
El tono es sobrio y ecuánime, casi distanciado, como si Némirosvsky quisiera mirar los hechos en perspectiva, tratando de trascender la primera impresión, lo que tiene un mérito y una dificultad enormes, puesto que la escritora está viviendo lo que sucede no como una corresponsal extranjera o tranquilamente sentada en la terraza de un café: lo vive en propia carne y a la derrota francesa ha de añadir su condición de inmigrante rusa a la que se le ha negado la nacionalidad y la de ser judía. Es fácil usar un tono tranquilo, sereno, incluso majestuoso cuando eres un conde ruso que desrcibe batallas de hace cincuenta años en el retiro de tu dacha pero, que en la situación de Nemirosvky opte por la literatura frente al simple testimonio merece toda mi admiración y respeto.
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Si quiere entenderse bien lo que digo basta comparar el capítulo dedicado
al bombardeo de Orleans con las páginas que Céline le dedica al principio
de Guignol's band: Nemirovsky no carga las tintas, su corazón comprende
hasta a los más detestables; Céline nos describe las oleadas y vaivenes de
la muchedumbre en el puente, transformándolos en muñecos o marionetas
despreciables, nos ofrece en onomatopeyas las bombas y los aviones,
mezcla la canción del puente de Avignon con lo que está pasando y no quiere
comprender a nadie, a menos que esté muy enfermo o moribundo.
Hacia el final de Tormenta de junio, Nemirovsky introduce con maestría una
sutil variación, como el paso de una tonalidad mayor a otra menor, para
introducirnos en el ambiente de Dolce, la segunda parte: en un pueblo de
la zona ocupada, los soldados alemanes se instalan en las casas de los
lugareños, estableciéndose complejas y ambiguas relaciones entre ocupantes y
ocupados, más allá del tópico colaboración/resistencia - no en pocas ocasiones
Nemirovsky pone en boca de sus personajes cómo se maquillará la historia
una vez acabada la guerra. El motor de la acción gira en torno a dos núcleos:
el matrimonio Sabarie, Benoit y Madeleine, que acoge a un joven y petulante
intérprete de la Kommandatur, que despertará los celos de Benoit; y el de las
señoras Angellier, madre y nuera, que acogen al lugarteniente Bruno Von Falk
mientras el marido de Lucile, la nuera, permanece prisionero en Alemania. Los
soldados alemanes no son mostrados en ningún momento como sanguinarios
asesinos o bestias feroces, tal vez porque Nemirovsky compartió hotel con
muchos de ellos en Issy Levêcque, el pueblo donde estuvo refugiada hasta su
deportación, y advirtió lo jóvenes que eran y cómo corrían hacia la muerte, en
las arenas de África o en las nieves de Rusia.
En esta segunda parte destaca el magistral uso de la elipsis, de lo que no
se cuenta, de lo que se sugiere, como las relaciones entre los soldados
y las jóvenes del pueblo, el ambiente casi pastoril y bucólico que se va
ensombreciendo - de nuevo con magistral domino del ritmo- y camina sin
pausa hacia la tragedia, que acabará llevándose por delanta hasta a los que
creen estar al margen de ella.
Resulta sorprendente que en cuatrocientas páginas Nemirovsky no
haga mención alguna del doble problema judío, ni a las leyes especiales
promulgadas por Vichy en su contra. Tal vez es por ese deseo de
distanciamiento que se advierte en toda la novela, por el deseo de trascender
la anécdota y la tragedia personal para narrar la colectiva: la derrota y
humillación de la que ella consideraba su patria adoptiva, aunque la rechazara
como a indeseable.
En la notas de Nemirovsky que se incluyen al final del libro se recoge el título
y el planteamiento general de la que iba a ser la tercera parte, Cautividad, que
por desgracia para nosotros, nunca llegó a escribirse. En una carta a su editor,
Irène Nemirovsky le transmite el convencimiento de que Suite francesa será
una obra póstuma y que por eso se apresuraba a escribir todo lo que podía.
Y así la encontraron los gendarmes cuando vinieron a buscarla y la encerraron
primero en Pithiviers, desde donde, en un vagón de ganado, fue deportada a
Auschwitz, donde la asesinaron y redujeron a cenizas después.
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