Un texto exquisito del libro CASTING de Michael Shurleff
La mayoría de la gente da por hecho el proceso de comunicación, sin saber realmente lo que es. Actuar es primordialmente un acto de comunicar. No es suficiente con que el actor sienta, si no logra comunicar ese sentimiento.
Cuando una escena falla, el intérprete con frecuencia me dice: “Pero si yo lo sentía”. Si ese sentimiento no logra transmitirse al otro personaje sobre el escenario, no sirve de nada. Esto debe ocurrir internamente, pero la existencia secreta dentro de uno mismo no basta; es preciso tener la necesidad de que lo sienta el otro personaje.
Esto impone una obligación constante al emisor: estar seguro de que su mensaje es claro y verificar que ha sido recibido. Por su parte, el receptor tiene la obligación de esta seguro de que ha recibido el mensaje y que puede reproducirlo, y además hacer saber al emisor que lo ha recibido. Sin este proceso de reproducir y duplicar no existe comunicación.
La comunicación no es fácil. Todos tendemos a una cierta pereza, y pensamos: “Yo ya lo dije, es su culpa si no lo entiende”. Cada vez que pensamos eso, la comunicación falla. Comunicarnos es difícil sobre todo porque debemos desempeñar dos papeles al mismo tiempo: el de emisor y el de receptor. Muchos de nosotros preferimos interpretar un solo papel, convencidos de que no estamos preparados para la actitud esquizofrénica de ser dos personas al mismo tiempo. Pero si ha de existir comunicación en el escenario es preciso convertirnos en ambos.
Consideramos cada acto de comunicación como un ciclo. Hay que pensar en ello como si se tratara de un círculo: lo que uno envía debe volver. Hasta que el círculo no esté completo, no es posible dar el siguiente paso en el proceso de la comunicación. Cuando el círculo no se completa el actor no avanza, se queda bloqueado en ese ciclo concreto. O bien se repite una y otra vez o bien se cierra. En cualquiera de los dos casos no se abre al siguiente ciclo de comunicación. Si el emisor sigue alegremente, habrá dejado atrás al receptor; por lo tanto, ésta hablando para sí mismo. Pronto culpará al receptor por no estar escuchando, o bien éste terminará por decir: “No se de que me estás hablando.” Se generará hostilidad en vez de comunicación.
Puede ocurrir algo peor: que no exista la declaración manifiesta por parte de3 emisor ni del receptor de que no se están comunicando y cada uno asuma que el otro ha comprendido. Confundidos, surgirán más y más dificultades, culpas y malentendidos, y todo eso llevará inevitablemente a la hostilidad.
La comunicación es mucho más que el mero intercambio de palabras. Es preciso preguntarse: ¿estoy enviando y recibiendo sentimientos os sólo hablando?
Los actores de mayor éxito son aquellos que logran comunicar al otro lo que están sintiendo. Este envío de sensaciones será tan fuerte que se proyectará inevitablemente al público.
La meta de la comunicación es la duplicación. Se busca que la otra persona piense lo mismo, lo repita, sienta lo que uno siente; que esté de acuerdo con uno. Por supuesto, no siempre se alcanza el objetivo. Algunos se niegan a escuchar y mucho menos a estar de3 acuerdo. Pero ésta es la necesidad y la motivación que existe detrás de toda comunicación.
Con frecuencia fallamos al comunicarnos en la vida: tendemos a hablar a la gente y no con ella; a esconder nuestros sentimientos esperando que los demás los descubran. Las obras nada tienen que ver con este comportamiento de la vida diaria, sino con los momentos inusuales en que una persona necesita urgentemente comunicarse. Éstas son las necesidades que debe tener el actor.
Recibir los sentimientos de otra persona es aún más difícil que transmitir los propios. Requiere sensibilidad, una gran percepción del otro. Debemos ser consientes de lo importante que es recibir. De lo contrario, ¿Por qué se tomaría uno la molestia de abrirse para establecer una verdadera comunicación?
Recibir requiere que estemos abiertos, dispuestos. No es posible hacerlo si estamos cerrados. Abrirnos es al mismo tiempo un acto de3 generosidad y de egoísmo: generoso al abrirnos a las necesidades de otro, y egoísta en la medida que deseamos conocer a la otra persona, pues eso supone tener poder sobre el otro.
Hay ocasiones en que necesitamos conocer a otra persona, nos resulta de vital importancia. A veces estamos dispuestos a responder a los requerimientos de otro por revelarse ante nosotros.
Cuando los actores me dan una razón desinteresada sobre una determinada acción de la escena que están interpretando, les pido que sean suspicaces. Siempre existe una razón egoísta detrás de una actitud desinteresada. Con esto no quiero decir que la gente no haga actos generosos, pero en cada una de esas acciones siempre existe también una razón egoísta y una necesidad personal que está siendo atendida.
Es muy importante pera el actor recordar esto; las motivaciones desinteresadas generan actuaciones pasivas, mojigatas y muy aguerridas. Sólo reconociendo aquello por lo que se lucha se puede lograr a una actuación viva y memorable.
La comunicación se fundamenta en la necesidad de ser escuchado por el compañero y la esperanza de que lo que él oiga de ti marque una diferencia en su relación contigo.
Comunicación es el deseo de transformar a la persona con quien se está comunicando.