John William Polidori (Photo credit: Wikipedia)
Hace unos años leí en una revista que trata sobre medicina y humanidades un artículo acerca del médico de Lord Byron, el Dr. John William Polidori. No pude menos que sentirme identificado con un médico que desea sobre todo ser escritor y poeta, pero que no tiene el talento para serlo, ganándose las burlas de su famoso paciente, amigos del paciente y el mundo literario de su tiempo en general.
La existencia de Polidori sería trágica si no se hayase salpicada de situaciones ridículas; me pareció interesante como personaje de una novela de esas que uno siempre planea escribir “para más adelante”: una novela sobre el acto de creación, sobre la admiración y la envidia, sobre el deseo de crear y la ausencia de talento…
Años después encontré El vampiro, su narración más famosa, en un tenderete de libros viejos, en un puesto de la Fira de Sant Narcís en Girona. Más tarde, en internet, encontré una versión de Ernestus Berchtold o el moderno Edipo, que además incluía un extracto del diario que Polidori había llevado en Villa Diodatti, en las que con mucha probabilidad sean las vacaciones más famosas en la historia de la literatura.
Se trata este último de un ejemplar delgado, que publica Celeste Ediciones, en la colección Infernalia, a cargo de Roberto Cueto, que también se encarga de la traducción y las notas. Lo primero que encontramos al abrirlo es un retrato de Polidori, que es bien parecido, con ojos negros y soñadores. Tal vez los ojos contribuyeron a que Byron lo encontrara irresistible y lo contratara como médico personal con un sueldo de 200 libras al año. Por si fuera poco, el editor de Byron le ofreció 500 libras por llevar y publicar un diario del viaje que los conduciría a través de Europa, de Bélgica a Italia. No podía ser más prometedor, pero la realidad se encargó de estropearlo. Byron y Polidori no se soportaban el uno al otro y si Polidori consideraba que su relación se establecía entre iguales, para Byron, Polidori no era más que un empleado.
La cosa empeoró en la famosa Villa Diodatti, con la llegada de Shelley, su amante Mary y la hermanastra de Mary, Claire, que había sido amante de Byron. Se han hecho películas y escrito novelas sobre esas semanas suizas, pero el diario de Polidori es de lo más prosaico, casi telegráfico. No expresa en él ninguna queja, aunque le sobraban los motivos. Nunca se entendió con Byron, sintió afecto por Mary, que después se mostró con él demasiado condescendiente, y Shelley y él vivían en planetas paralelos. Pero lo más curioso es lo que apunta Cueto: fuera del círculo reducido de Villa Diodatti, Polidori triunfaba en sociedad.
El médico por fin se cansó y se fue a Italia; allí, un incidente en La Scala de Milán, a propósito del sombrero de un oficial austríaco, que terminó en una cita para batirse en duelo, muestra lo ambivalente de las relaciones entre Byron y Polidori. A causa del intento de duelo, que estaba prohibido, Polidori tuvo serios problemas con la justicia y Byron, al enterarse, intercedió a su favor, consiguiendo que evitara la cárcel y las autoridades locales se conformaran con que el médico abandonara la ciudad.
La leyenda ha explicado que una noche de tormenta, Percy Shelley, la futura Mary Shelley, Lord Byron y el Doctor Polidori se enfrascaron en un juego literario que consistió en escribir cada uno de ellos un relato de terror; de aquí saldrían Frankestein, de Mary Shelley y El vampiro, de Polidori. Pero Cueto nos dice que eso no es exacto; lo que Polidori presentó fue un episodio del Ernestus, que Mary Shelley despachó de la siguiente manera: “El pobre Polidori escribió algo sobre una mujer con cabeza de calavera, castigada así por haber mirado por una cerradura; como siempre, por completo equivocado.”
Lord Byron (1803), as painted by Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun (Photo credit: Wikipedia)
La historia de El vampiro es más ridícula y desconcertante. La narración llegó de forma anónima a una revista, asegurando que era una obra de Byron. Aunque el redactor jefe no estaba convencido de la autoría de Byron, el director de la revista no podía obviar un supuesto inédito del autor más popular de su tiempo, así que decidió publicarla. La reacción airada del lord no se hizo esperar; el relato no era suyo, él no había escrito una historia de vampiros, aunque el principio era idéntico a una historia suya de fantasmas inacabada.
Días después, una carta de Polidori pretendía aclarar el embrollo: él era el autor de la narración; había nacido a partir del reto que le había hecho una dama: escribir un relato coherente a partir de la historia inacabada de fantasmas de Lord Byron. Lo había hecho en tres mañanas, como pasatiempo, y no pretendía publicarlo. Nadie le creyó. Tuvo que soportar ediciones, rediciones y el éxito arrollador de una obra que había escrito y que nadie consideraba suya. Tres años después pondría fin a su vida tomando ácido prúsico. Otra muestra de su extraña relación con Byron es que este dijo presentir su muerte a millas de distancia.
Si creemos en la genética, convendremos que los genes de Polidori no eran del todo malos, ya que tuvo tres sobrinos que se dedicaron al negocio de las letras: el pintor y poeta Dante Gabriel Rosetti, la poetisa Christina Rosetti y el crítico William Michael Rosetti – quien no dudaba en considerar la obra de su tío “muy pobre”. Tal vez yo tenga algún día brillantes sobrinos. Sería un consuelo, pues la novela sobre estos dos que yo pretendía escribir ya está escrita: se titula El doctor de Lord Byron, la escribió Paul West y la publicó Debate en castellano en 1990. A cambio, escribo estas notas enmarañadas y apresuradas.