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Christopher Isherwood fue la primera persona a la que W.H. Auden oyó decir algo gracioso, cuando ambos iban camino de la escuela, a los cinco años. Su amistad se mantendría a lo largo de los años y llegarían a escribir libros - de viajes, reportajes, obras de teatro- a cuatro manos y a emigrar juntos a los Estados Unidos.
Hijo de un oficial británico muerto en la Iª Guerra Mundial, Isherwood vivió en la Inglaterra del rey Jorge V yendo a colegios privados y matriculándose en el King’s College para estudiar medicina - como Somerset Maugham-, que no acabó, y pasando por Cambridge y Oxford sin licenciarse de nada en particular. Al mismo tiempo, revoloteaba por los aledaños del Grupo de Bloomsbury, donde gozaba de consideración y estima - Virginia Woolf lo describió una vez como un generoso pajarillo, que parece la descripción de una tieta cariñosa de su sobrino favorito.
Cansado de la estrechez que la vida inglesa imponía a su condición de homosexual, emigró a la efervescente y vertiginosa Alemania de la República de Weimar, donde se ganó la vida dando clases de inglés a los más variopintos personajes y observó todo con avidez fotográfica para verterlo en una novela magistral, Adiós a Berlín, en la que se narra de manera indirecta el derrumbe del Estado y la ascensión de los nazis al poder. La primera frase de esa novela "Soy una cámara" ha inducido el error más persistente en la apreciación de la obra de Isherwood: que se trata de un mero resumen documental, una simple relación de vivencias apenas noveladas. Contribuye a eso la engañosa facilidad del estilo. Ya Cyril Connolly en Enemigos de la promesa ponía el estilo de Isherwood como ejemplo de estilo vernáculo opuesto al estilo mandarín de Huxley y la propia Woolf y señalaba su defecto principal: era totalmente intercambiable por otros - y en un divertido ejemplo, mezclaba un párrafo de Welles y otro de Isherwood para construir un tercer párrafo casi idéntico a los anteriores-, pero, nos señala tío Cyril, lo magistral en Isherwood es la organización del material.
Es la maestría en la construcción lo que sorprende de Isherwood, donde todo parece natural y fácil, de la misma manera que siempre nos pareció que Fred Astaire bailaba sin esfuerzo. No puede decirse que le ayudara a eso su trabajo en el cine pues este fue muy posterior y tal vez acabó trabajando en el cine por esa facilidad. Hay otro golpe de genio que le distingue: la invención del narrador principal, un narrador en primera persona que se llama Christopher y que todos pensamos que es el mismísimo autor Christopher Isherwood, pero que como dejó claro él mísmo en una entrevista ya hacia el final de su vida, no lo es. Comparte nombre y circunstancias biográficas, pero no es exactamente el mismo y eso lo convierte en un narrador personaje que da un poderoso aire de verosimilitud a lo que narra, aunque sea ficción.
Hoy que se aprecia tanto en las novelas que mezclen ficción y realidad, que incorporen partes de la realidad a ellas mísmas - y pensamos en los experimentos narrativos de Javier Marías, por ejemplo, o en la metaliteratura de Vila-Matas- casi nadie habla de que uno de los primeros en hacerlo fue Christopher Isherwood. Llevó muy lejos eso en Down there on a visit, que aquí se ha traducido como Andanzas o Desde lo más profundo, cuando creo que se podría haber hecho como Por ahí de visita, que vuelve a incidir sobre la naturaleza de documental, de impresión en primera persona; en ella, Isherwood llega a utilizar fragmentos de su supuesto diario íntimo y los mezcla con novelizaciones de personajes reales y el único hilo conductor en todo ello es de nuevo Christopher, el narrador personaje.
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Como ya se ha dicho, poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial emigró a Estados Unidos junto a Auden, y allí vivió hasta su muerte, siendo uno más de esos escritores intercambiados entre América e Inglaterra, como Pound, Elliot o el mísmo Auden. Allí se instaló en California, donde trabajó como guionista y dando clases de literatura inglesa en la universidad de Los Ángeles. Parte de esta experiencia aparece en una excepcional novela corta titulada Un hombre soltero, en la que curiosamente, no aparece Christopher y está narrada en tercera persona, aunque el personaje también sea confundible con su autor. A caballo entre la década de los sesenta y setenta se inicia la subcultura gay de San Francisco, e Isherwood es entrevistado varias veces en Gay Sunshine y él mísmo publica Christopher y los de su especie, sin ningún tapujo sobre su orientación sexual, lo que le convierte en un icono cultural gay; de todos modos, reducir su importancia literaria a su orientación sexual me parece erróneo. Antes o después se reconocerá a Isherwood como un gran escritor de su tiempo.
Murió pasados los ochenta años; las fotos lo muestran con cara de colegial risueño. Tal vez la misma que tenía el día que hizo reír a Auden camino del colegio.