Trabajar como detective en Hollywood durante más de veinte años te da la oportunidad de ver y de oir cosas que algunas personas no querrían que se viesen u oyesen jamás. Así que tu silencio se considera un favor, y ese favor puede corresponderse con otros favores más pequeños. Nunca cosas demasiado gordas, y hay que pedirlas con mucho tacto. Cualquiera que haya tratado con la gente del cine sabe que son una pandilla de egomaníacos sin escrúpulos y que no hay ninguna traba moral que les impida callarte para siempre si llegara el caso. A mí me gustan los gusanos, pero no me gustan los desiertos y, aunque no lo he probado, creo que puedo asegurar que tampoco me gustaría que me llevasen en una maleta de un lado para otro, hasta que encontraran el sitio para mi eterno reposo.
Conocía a un tipo en los estudios al que había hecho varios favores: llevar a una clínica a una actriz heroinómana que se había caído por las escaleras de su casa, encontrar a una antigua estrella del cine mudo que había acabado confundiéndose con su personaje y había huído a Pasadena - y no hablaba, sólo hacía gestos desmesurados- o neutralizar a un chantajista que sabía que al galán más macho de Hollywood en realidad le gustaban los jovencitos. Era judío, lo que para mí no es en especial un problema, pero al tipo le encantaba negociar, así que tenías que fingir durante un rato que no estabas de acuerdo con él para que disfrutara. Le pedí el favor: un momento a solas con Ava Gardner. Su carcajada hizo que me retirara del auricular.
- Phil, viejo - dijo cuando pudo parar de reir- ¿ Sólo eso? Con esa pinta que tienes a lo Cary Grant seguro que podrías lograrlo tú solo. A la señorita Gardner le encantan los hombres desde que les sale el primer pelo de la barba hasta que les echan la primera paletada de tierra. Puedo darte las direcciones de algunos bares en los que puedes encontrarla.
- Se trata de negocios - gruñí- Y nunca mezlo el placer con los negocios - ahora medio mentí.
- Bueno, bueno ¿ Qué pasa con la señorita Gardner para que esté implicada en "tus negocios"?
- Verás, me ha pasado una cosa rarísima esta mañana: un par de chalados han venido a mi despacho, dicendo que su hermana casquivana se había perdido aquí, en Hollywood, y que querían que yo la buscara. Al pedir que me enseñaran su foto me han enseñado una de Ava Gardner.
- No sabía que Ava tuviera hermanos ¿ De dónde has dicho que eran?
- No te lo he dicho. Eran de Virago, Alabama.
- ¿ Virago? ¿ Qué coño de nombre es ese? - guardó silencio. Guardé silencio. Su cabeza le daba vueltas a lo que yo le había dicho. Por fin habló- Bueno ¿ Qué opinas? ¿ Chantaje? - ahí estaba: mi pista de aterrizaje, mi camino de vuelta.
- Podría ser.
- Podría ser, podría ser ¿ Crees que es chantaje o no?
- O eso o las películas mandan mensajes que dicen "mata a Ava Gardner" que sólo captan los de Virago, Alabama, donde quiera que esté eso.
- Entiendo, es peligroso... Oye, mira, muchacho, llamaré a Velma Thompson, su relaciones publicas. Intentaré que tengas tus diez minutos con la Gardner. No te prometo nada pero lo intentaré.
- Que lo intentes ya es mucho, Charlie.
- ¿ Todavía hay que llamarte a ese maldito bar?
- Todavía hay que llamarme a ese maldito bar.
- ¿ Por qué no tienes un teléfono en casa como todo californiano temeroso de Dios?
- Por el timbre; tengo los oídos muy sensibles.
- Pues háztelos mirar, los tumores no descansan. Hasta luego, chaval.
- Adiós, Charlie.
Llegué a casa, donde nadie me esperaba. Intenté jugar una apertura de Capablanca con una defensa siciliana, hasta que me di cuenta de que no era un juego para defensa siciliana. Estaba cenando algo cuando sonó el interfono.
- ¿ Señor Marlowe? - era Red, el chico negro que ayudaba a Fitzgerald en el bar.
- Dime, Red.
- Tiene una llamada. El señor Fitzgerald dice que si quiere puede hacer una colecta en el bar para comprarle un teléfono.
- Puedes decirle que emplearía mejor ese dinero averiguando quién fue su padre. Yo podría hacerle un descuento.
La risa cabalgaba por la voz de Red: No creo que sea buena idea decirle eso, señor.
Bajé al bar. Los parroquianos y el mobiliario tenían un cierto aire de familia, una intimidad lograda con el duro esfuerzo de levantar pinta tras pinta. Charlie estaba al otro lado.
- ¿ Marlowe?
- Sí, soy yo.
- Mañana a las diez, en el estudio. Tus diez minutos. Aféitate.
- Lo haré- dije pasándome la mano por el mentón- Lo haré.