A la mañana siguiente me duché, sin olvidar codos, rodillas y parte posterior de las orejas, me corté y limé las uñas hasta que se pudiese bailar un madison en ellas y me dispuse a vestirme con sumo cuidado en la combinación de colores, cosa que por otra parte facilitaba el disponer de un único traje presentable, de color azul pavo. Escogí una camisa blanca y una corbata de seda color granate un poco anticuada, con un pañuelo casi del mismo color. Me hice un nudo windsor y cepillé a conciencia la americana del traje y el sombrero antes de ponérmelos. Desayuné café solo y tostadas, sin zumo. Salí de casa y me acerqué a la barbería de Moe, un local en vías de extinción en esta nueva era de máquinas de afeitar eléctricas.
- ¿ Dónde va tan elegante, señor Marlowe? - me dijo mientras me ponía el delantal y afilaba la cuchilla.
- Tengo una cita con Ava Gardner.
- Fiuuuu - silbó un tipo que estaba sentado en el otro sillón de barbero, con la cara llena de jabón- Amigo, si necesita ayuda, no dude en llamarnos.
- Pues a mí me gusta más Marilyn - dijo un vejete que estaba hojeando una revista de cotilleos- Tiene el culo mejor puesto del mundo.
- ¿ Y qué me dice de Jane Russell? - dijo Marty, que estaba afeitando a mi compañero, el de la cara llena de jabón- Menudo par de tetas.
- Ese par de tetas sólo puede tocarlo Howard Hughes - dijo el del jabón- Si es que el tipo puede tocar alguna cosa sin lavarse las manos. Oiga - ahora se dirigía a mí - ¿ Es verdad que va a ver a la Gardner? ¿ Cómo lo ha conseguido?
- Puso un anuncio en el periódico: "Busco semental de más de cincuenta años, soltero y estúpido".
Se hizo un silencio que duró apenas tres segundos; después, los cuatro estallaron en carcajadas. Hasta yo reí.
- No, en serio ¿ Cómo lo ha conseguido?
- Se necesita toda una vida de práctica y paciencia para eso.
- Lo que pasa es que el señor Marlowe es detective - terció Moe, empezando a rasurarme- y la señorita Gardner debe de estar en un lío ¿ Verdad?
- No pienso hablar con una navaja en el gaznate.
- Un lío - dijo el del jabón- Un lío. Seguro que le han hecho fotos chupándosela a un político, o follando con una tortillera.
- Sí -dijo el vejete, riendo- Con Marilyn.
- ¡ Marilyn no es bollera! - dijo el del jabón, ganándose un corte detrás de la oreja- Aunque, joder, si piensas en las dos...
- Y Jane Russell mirando - dijo Marty- Preparada para relevar a la que se canse primero.
Fui caminando hasta el garaje donde guardaba el packard; desentonaba tan austero entre los autos de esta década, todos con cromados y bicolores, pero era fiable y aún duraría unos años. De todas formas, debía empezar a pensar en comprar otro coche; en Los Ángeles es más rentable invertir en coches que en casas. Miguel, el chico mejicano que vigilaba el parking me saludó en español.
El tráfico no era tan terrible como otros días, o tal vez yo estaba de suerte. Me encontré frente a la puerta de los estudios a las nueve y media. Detuve el coche frente a la barrera de entrada. El guarda de la garita tenía pinta de ser un chico de Wisconsin que había venido aquí a deslumbrar al mundo. Le hice una seña para que se acercara. Salió de la garita con cara de fastidio. Era muy joven.
- Buenos días, señor. ¿ Qué desea?
- Me llamo Philip Marlowe - dije alargándole una de mis tarjetas, modelo 1943- Soy detective privado y tengo una cita con la señorita Ava Gardner. Mi amigo Charlie Cohen llamó ayer a Velma Thompson para concertarla.
- Disculpe un momento, señor.
Volvió a entrar en la garita y llamó por teléfono. Me miró un par de veces mientras lo hacía. Por fin, colgó y volvió a salir de la garita. Llevaba un rectángulo de cartón y un cartapacio.
- Tenga esto- dijo entregándome el rectángulo-, es su acreditación. Firme aquí, por favor - abrió el cartapacio. Firmé con un lápiz que siempre llevo en la guantera. Se inclinó un poco, como si yo fuera sordo, para indicarme el camino- Verá, señor: siga por la calle principal hasta llegar a la gran plaza, donde están los edificios centrales. Allí podrá aparcar. La señorita Gardner se encuentra en el edificio E. Pregunte por ella cuando llegue allí.
Hasta llegar al edificio E me crucé con indios que charlaban animadamente con faraones y romanos, con un grupo de hombres famélicos, mal vestidos y con gafas, que identifiqué como guionistas y con un grupo de robustas, saludables y risueñas jovencitas que debían de ser scripts. El edificio E era un falso edificio, como tantos edificios aquí, en California, donde todo parece un decorado. Pregunté a un recepcionista dónde estaba Ava Gardner. Me hizo esperar un momento mientras llamaba por teléfono. Colgó. Me rogó que esperar un poco. Tomé asiento en un potro de tortura medieval disfrazado de sillón. Empecé a leer un número de Life en el que había un amplio reportaje sobre la guerra de Suez. Estaba analizando detenidamente una foto de Moshe Dayan cuando alguien me habló.
- Buenos días, señor Marlowe. Soy Velma Thompson, relaciones públicas de la señorita Gardner. Le estamos muy agradecidas por tomarse la molestia de haber venido.
Era una mujer alta y rubia de unos cuarenta años, con aspecto de enfermera alemana, de esas que suelen confundir dolor y placer; llevaba el mismo peinado que Eva Perón, o por lo menos el peinado que yo le había visto a Eva Perón en las revistas. Me tendía la mano. Agradecí que me salvara del sillón, así que me levanté y se la estreché.
- ¿ Trae las fotos?
- En realidad es sólo una foto, y no tiene nada de extraordinario, si esceptuamos la belleza de la señorita Gardner.
- Comprendo- dijo, poniéndose súbitamente colorada- Verá, le diré las normas: nada de hablar con la prensa, nada de preguntas sobre sexo - el rubor subió un par de tonos- y nada de fumar. Ava lo está dejando.
- ¿ El sexo?
- Es usted gracioso, Marlowe. Si quiere, al salir puede dejar su teléfono, tal vez lo llamen del departamento de guionistas.
- Me temo que ser guionista es más peligroso que ser detective. Los hay que han acabado narrando películas mientras flotan en la piscina.
No se dignó a volver a dirigirme la palabra. Una pena, pues su aire de enfermera severa francamente me gustaba. Nos detuvimos frente a una puerta del segundo piso, exacta a sus hermanas puertas del segundo piso. La Thompson llamó con los nudillos y una voz dijo "adelante". Aún me dirigió una última mirada que hubiera congelado el infierno.
La habitación era un despacho con una alfombra color moaré en la que podría haberse perdido un elefante. Ella estaba sentada en una silla de despacho, de espaldas a la ventana. No se levantó al verme entrar. Tenía una cualidad fresca, como la de algunas mañanas de diciembre, antes de que la bruma y la polución hayan subido a las colinas. Me recordaba a un arroyo de montaña, fresco e impetuoso.Vestía de manera sencilla, no llevaba joyas ni maquillaje, y era preciosa. Recordaba fotos suyas con pescadores y toreros en España. Había bailado con el caos hasta excitarlo en el principio de los tiempos, le había dado una manzana a Adán, había cantado para Ulises atado al mástil y había ungido los pies de Jesús con sus lágrimas. Era La Mujer. Hay una cualidad pueril en los hombres. La mayoría de ellos no pasa de la edad intelectual de doce años. Su violencia es la misma que la del jardín de infancia, sólo que cambian piedras por pistolas. Ellas son diferentes. Ellas saben. Son la Madre, la Esposa y la Muerte, todo en uno. Es normal que te dejen sin palabras. Ella me estaba hablando.
- ¿ Señor Marlowe? ¿ Se encuentra usted bien? Le estaba diciendo que puede ponerse cómodo si lo desea.
Mi mirada vagó por la habitación hasta tropezar con la silla gemela de la suya. Me senté en ella y puse el sombrero sobre mis rodillas.
- Estaba tratando de asimilarlo.
- ¿ El qué?
- A usted.
Su risa sonó rápida y clara. Era una risa impúdica, que haría girar las cabezas en una fiesta.
- Vaya, gracias - como si su institutriz se lo recordara se puso seria- Vayamos al grano, señor Marlowe. Charlie Cohen llamó ayer a Velma para explicarle una historia sobre locos rematados y fotografías comprometedoras ¿ Qué hay de cierto en ello?
- Bueno; como ya sabe, Charlie empezó en la publicidad, así que es normal que exagere. Hay una sola fotografía y la tengo aquí.
Le alcancé la fotografía. Nuestros dedos se rozaron. Sólo eso, pero el vello se me puso de punta. Examinó la fotografía con atención, juntando las cejas. Por fin dijo.
- No lo entiendo. Es una fotografía promocional ¿ Qué tiene de extraordinario?
- La fotografía nada, si la exceptuamos a usted - sonrió- Lo extraordinario es que me la mostró una tal Mary Lou Carson, de Virago, Alabama, diciendo que se trataba de su hermana Lula Mae Carson, un domingo por la tarde. Así que debo preguntarle ¿ Es usted Lula Mae Carson?
- ¡ Diablos, no! - volvió a reir- Madre mía, Lula Mae. Además, yo soy de Virginia. Debe de ser una confusión.
- Una confusión extraña. No tengo hermanos, pero si los tuviera, no los confundiría con Gary Cooper o Tyrone Power.
Se encogió de hombros y mostró las palmas de las manos.
- Qué quiere que le diga. Es evidente que esa pobre mujer está loca. Tal vez sí tiene una hermana que vino a Hollywood hace unos años. Ya sabe usted todo lo que puede pasarle a una chica en esta ciudad. La Dalia Negra...- se estremeció. Era delicada como el aire del desierto- buf, da escalofríos. Tal vez esa mujer necesita creer que su hermana está viva y necesita que alguien la busque. Que alguien le diga la verdad.
- ¿ Y qué es la verdad?
- De todos modos, señor Marlowe, esto no me atañe.
- ¿ Ah, no? ¿ No está intrigada? ¿ Ni siquiera un poco?
Volvió a sonreir y una mirada maliciosa se deslizó en sus ojos.
- ¿ Qué me propone?
- Le propongo conocer a la señorita Mary Lou Carson, de Alabama.
- No sé si eso estaría bien.
- Sería una manera de averigüar si, efectivamente, es una loca.
- ¿ Pretende que me haga pasar por su hermana para comprobar si dice la verdad?
- Bueno, es una actriz ¿ No?
- Pues sí, Marlowe. Y cobro bastante.
- Lo supongo, pero en este caso es distinto; sería una buena acción. Y podría explicarle a sus amigos que una vez fue ayudante de un detective privado.
Volvió a reírse. Se levantó, paseó por la habitación; estaba empezando a pensar de verdad en lo que le proponía.
- Es lo más absurdo que he oído en mi vida.
- La creo. Soy bastante absurdo en general.
- Estoy tentada... parece divertido, excitante, diferente.
- Lo es. No para dedicarse toda la vida pero lo es ¿ Qué me dice?
- Trato hecho - nos estrechamos la mano.
- ¿ Tiene un teléfono?
- Está a punto de morderle.
Marqué el número del hotel que venía en la nota y pregunté por los Carson. Al cabo de unos minutos, Ralph contestó.
- ¿ Señor Marlowe?
- Yo mismo. He encontrado a su hermana. Nos reuniremos mañana en el Angelo's, en la esquina de Sunset y Vine, a las once. - tuve que repetírselo letra a letra para que lo anotara.
- ¿ Está seguro de que es ella?
- Al menos es clavada a la foto.
Ava volvió a reir.
Uno de los aspectos más penosos de la condición masculina es el de no acabar nunca de salir del todo del onanismo de la adolescencia. Se trata de hacerle el amor a mujeres mudas, que no cuestionan, que ni siquiera están allí mientras sucede; y el lenguaje no deja de ser el mayor de los onanismos. Moe acabó de afeitarme y lamenté no tener una máquina de afeitar eléctrica al pagarle quince dólares. Me despedí poniéndome el sombrero.
- Señores, su charla sobre estética es lo mejor que me ha pasado hoy.