Chandleriana(4)
Prescindí de los servicios de Moe y su corte de trobadores esa mañana y decidí que podía afeitarme en casa. El resultado fue un pequeño corte en el ángulo derecho de la mandíbula que me restañé con un pedacito de papel higiénico. Desayuné un par de cafés con tostadas mientras me fumaba un Camel y escuchaba la radio. Podría ser que sonara Powder your face with sunshine, de Dean Martin, pero no estoy en condiciones de asegurarlo. Había dejado el traje cuidadosamente colgado la noche anterior y lo volví a cepillar antes de salir. Lustré los zapatos. En la radio dieron el boletín de noticias. Tendría que comprarme una televisión, como todo el mundo, pero a la radio es más fácil no prestarle atención. Me miré en el espejo antes de salir de casa. No era la cara que esperaba tener de joven pero podía servir.
Pasé a recogerla a la puerta del estudio, hacia las diez. Había un poco más de niebla esa mañana, las colinas estaban amortajadas y el sol parecía calentar menos que el día anterior. Me esperaba junto a la enfermera alemana. Llevaba puesto un discreto traje sastre color beige, un pañuelo azul celeste en la cabeza y unas gafas de sol blancas. Llevaba un minúsculo bolso de mano, a todas luces superfluo. Toqué el claxon dos veces. Ambas vinieron hasta el packard y yo bajé para abrirle la puerta.
- Señorita Thompson - saludé tocándome el ala del sombrero. La Thompson pareció sufrir un caso de sordera súbita. En vez de contestarme dijo.
- Ava, querida ¿ Estás segura?
- Sí, Velma, no te preocupes más por mí.
Velma se quedó allí sin saber muy bien qué hacer con las manos hasta que asió por el brazo a la señorita Gardner y le dió un abrazo torpe, elusivo, le acarició la mejilla y colocó un rebelde mechón negro de nuevo bajo el pañuelo.
- Ten mucho cuidado, cariño; no tenemos ni idea de quién es este hombre.
- Creeme, cielo; sé mucho de hombres y me fio de este.
Mientras se producía esta despedida tan conmovedora yo mantenía la puerta del copiloto abierta e incluso había tenido tiempo de encender otro Camel. Por fin la señorita Gardner tomó asiento y yo le lancé un delicado beso a la señorita Thompson. Si las miradas fueran balas me habría desplomado sobre la acera.
Estuvo callada dentro del coche hasta que doblamos la esquina. Entonces dejó el bolso sobre el salpicadero y se estremeció, como si tuviera frío. Dijo.
- Veo que nada usted en la abundancia ¿ Me da un cigarrillo?
- Creía que lo estaba dejando - y añadí- me lo dijo Velma.
- Como sabrá, "estar dejándolo" no es lo mismo que "haberlo dejado". Velma se preocupa mucho por mí. Demasiado.
Le acerqué el paquete de Camel; cogió uno con dos dedos y lo dejó en el aire hasta que le pasé el mío para que lo utilizara como lumbre. Encendió el cigarrillo, se descalzó y encogió las piernas, recostando la cabeza entre el respaldo del asiento y el marco de la ventanilla. Dió una larga calada y después dejó escapar el humo poco a poco.
- Aaaaaah - dijo- Qué bueno. Casi te hace olvidar el por qué quieres dejarlo.
- ¿ Y por qué quiere dejarlo?
- Mal aliento, querido. Oiga ¿ Cree que vendrán? ¿ Qué serán puntuales? ¿ Que tendremos que esperar?
- Es probable que vengan, que no tarden y que no tengamos que esperar en absoluto. ¿ Por qué lo pregunta?
- Porque he traído un libro para leer ¿ Usted lee?
- Leo la guía de teléfonos con regularidad ¿ De qué libro se trata?
Se incorporó para sacarlo del bolso y me lo mostró. Era Suave es la noche, de Scott Fitzgerald.
- ¿ Lo conoce?
- Lo vi una vez, en el cruce de Sunset y Vine; usted debería de llevar todavía pañales. Él estaba completamente borracho y yo no estaba sobrio. Fuera de eso no lo vi nunca más.
- Vaya ¿ Qué edad tiene, Marlowe?
- Esa pregunta no sólo molesta a las mujeres, señorita Gardner.
- Entiendo... ¿ Hay una señora Marlowe?
- Por ahora no. No me gustan las mujeres de los policías. Ahora me toca a mí ¿ Por qué la proteje tanto Velma?
- Porque está enamorada de mí - el Camel se me cayó en el regazo y palmoteé para que no me quemara los pantalones. Sus ojos reían - Me lo dijo ella. Quise despedirla para que no sufriera pero dijo que se mataría si la separaba de mí, y así estamos ¿ Sabe? Con lo canallas que son los hombres tal vez debería probarlo; aunque de hecho ya lo he probado: en dos ocasiones, en el instituto, y no me gustó; demasiado soso.
- Siempre es bueno tener a alguien que te cuide - dije por decir algo.
Habíamos llegado. Fui hasta un parking al aire libre, que vigilaba un mejicano vestido con librea, algo que sólo puede verse aquí, en California. Le dí una moneda de un dolar y el tipo me miró como si no tuviera derecho a respirar el mismo aire que él. Ella volvió a estremecerse y pegó, creo que sin conciencia de hacerlo, su cuerpo al mío.
- ¿ Sabe, Marlowe? Estoy nerviosa: nadie me ha escrito el guión para esta actuación.
- Estoy convencido de que lo hará muy bien. Es usted una chica lista.
Angelo' s estaba todavía medio vacío. Los distinguí casi al fondo del local, junto a la ventana. No parecía que se hubieran cambiado de ropa. Tal vez sólo tuvieran esa. Nos sentamos frente a ellos. Ava no se había quitado las gafas. De algún modo se las había arreglado para que su espléndido cuerpo mostrara sumisión y arrepentimiento. La señorita Carson temblaba, y las aletas de su nariz vibraban. Ralph me miró a mí y después a Ava, inexpresivo pero con un brillo de interrogación en la mirada. Estuvimos así en silencio casi un minuto. Por fin dije.
- Señorita Carson... esta es su hermana.
Su voz se habia teñido con un horrible matiz metálico.
- Ya la veo, señor Marlowe.
Ava intervino.
- Hola, Mary Lou. Ya ves que he venido.
- Sí, has venido. He tenido tiempo de ver lo que haces en esta ciudad. Exhibiéndote ante los hombres, comerciando con tu carne, como una... cualquiera.
Jamás me imaginé que una palabra tan anodina pudiese sonar como un puñetazo. Ava incluso se encogió. Levantó el mentón y dijo.
- Pero tú no lo entiendes, querida. El cine es mi vida. Mi vida. Me moriría si no pudiera actuar nunca más.
- Sí, eso decías también allí en Virago. Papá, en cambio, te dijo que se moriría si te marchabas, pero tú te marchaste igual. Murió la primavera pasada.
Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Ava.
- Eso no es justo - dijo- no lo es. Yo quería a papá.
- ¡ Pues no lo parece, buscona! - chilló la señorita Carson. Ralph la sujetó por los brazos y le pidió por favor que no levantara la voz - Suéltame tú ¿ Es que te parece bien lo que hace esta puta?
- ¡ No soy una puta! - exclamó Ava- ¡ Soy una actriz! Una actriz ¿ te enteras? Y lo soy y siempre lo seré, te guste o no.
Mary Lou trató de abofetearla y Ralph la sujetó, obligándola a permanecer sentada. Las lágrimas afloraron tras las gafas de maestra de escuela y el temblor se intensificó. Después pareció aflojarse y Ralph la soltó.
- Dame el bolso, Ralph. Ralph le acercó el bolso. Sacó un talonario de cheques y empezó a escribir con una letra menuda y nerviosa. Arrancó el cheque y me lo arrojó. Era un cheque al portador por valor de cien dólares- Su dinero, señor Marlowe, se lo ha ganado.
- No quiero su dinero - dije, tratando de no ofenderla- Puede ingresar el cheque en una organización que se encargue de cuidar actrices arrepentidas, por ejemplo.
- Hijo de perra - dijo con una calma glacial, inhumana.
- Mary Lou - dijo Ralph- Espérame fuera, por favor. - para mi sorpresa, obedeció. Ralph se pasó la lengua por los labios un par de veces antes de empezar a hablar- Nuestra hermana, Lula Mae, vino a Hollywood hace tres años. Hace dos la encontraron muerta en Hancock Park. Nunca han encontrado al asesino... Mary Lou nunca ha podido aceptarlo. Hará unos seis meses empezó a decir que la señorita Gardner era nuestra Lula Mae, y se empeñó en venir a Hollywood para hablar con ella. Tiene usted muy buen corazón, señorita Gardner.
- Gracias - dijo Ava, sollozando.
- Y usted, Marlowe, ha hecho su trabajo, así que los cien dólares son suyos. Les pido disculpas.
Ava empezó a temblar y me dijo: " Sácame de aquí."
Fuimos hasta el parking del almirante mejicano y subimos al coche.
- ¿ Dónde quiere que la deje?
- Sólo conduce, por favor.
Me metí en el tráfico de Vine y giré al norte, buscando las colinas. Dejamos atrás los barrios del centro y entramos en las calles podridas de Bunker Hills y aun después las calles empezaron a subir y las casas a desparecer. Durante todo este tiempo, ella estuvo llorando de cara a la ventanilla. Al fin detuve el coche en un mirador de las colinas. Había empezado la tarde y la niebla parecía levantarse. Bajé del coche y la dejé allí llorando. Me fumé un Camel y después otro y después otro. Estuve a punto de hacerme amigo de una ardilla que tal vez era una rata.
Me llamó haciendo sonar el claxon dos veces. Volví a entrar en el coche. Se estaba sonando. Se había quitado las gafas. Si Helena de Troya hubiera tenido sus ojos habría sido más creíble que mil barcos se hubieran arrojado a su rescate.
- Gracias - dijo.
- ¿ Por qué?
- Por no haber intentado abalanzarte sobre mí aprovechando que estaba llorando.
- No soy partidario de esa táctica.
- ¿ Sabes, Philip Marlowe? Eres un hombre extraño que habla de una manera extraña.
- Nos pasa a todos los hombres que vivimos solos. Acabamos hablando como los fantasmas.
- ¿ Qué vas a hacer con los cien dólares?
- Los ingresaré en el fondo para huérfanos de la policía. No me gustan los policías, pero uno no tiene la culpa del oficio de su padre.
- Creo que le gustarías mucho a un amigo mío. Un poeta inglés que vive en la isla de Mallorca, España.
- Bueno, yo no lo he probado nunca, pero no estoy interesado en esa vertiente del amor.
Ella recuperó su risa.
- No, idiota. Me refería a que le interesaría tu manera de ser: el caballero andante de Sunset Boulevard.
- Ese, cariño, no soy yo.
Estuvimos unos minutos en silencio, mirando por el parabrisas cómo corrían las nubes sobre la ciudad.
- Marlowe.
- ¿ Qué?
- Me pregunto algo.
- ¿ El qué?
- ¿ Cuándo piensas invitarme a una copa, cretino?
THE END.