CEC cumple, este 17 de febrero de 2016, 7 años de vida. No vamos a hacer nada en especial para celebrarlo, a excepción de agradecer a todos nuestros lectores la confianza depositada en la idea y los principios que la rigen.
Tan solo queremos recordar como empezó TODO. Y fue ASÍ:
"Nos pasamos la vida diciendo adiós"
Nos pasamos la vida diciendo adiós. Para empezar, llega un día en que hay que decir adiós a la supuesta inconsciencia de la infancia, y digo supuesta porque ahora sabemos que nuestros 5 primeros años de vida determinarán nuestros vacíos, debilidades y aptitudes el resto de nuestras vidas. Nos convertimos en adultos, lo cual significa despedirse de esa inocencia ininterrumpida, ya que el mundo actual así lo demanda al no tener plazas para inocentes.
A partir de ahí, la vida se convierte en un conjunto de despedidas en cadena: adiós a la escuela donde tan poco aprendimos de la vida REAL; adiós a aquella universidad que nos hizo descarrilar de nuestra verdadera vocación; adiós a los padres cuando nos marchamos a saber quiénes somos (para acabar descubriendo quienes creemos que somos); adiós a nuestra família y a nuestro entorno para conseguir las tan ansiadas independencia y libertad; adiós a la independencia y a la libertad cuando no sabemos qué hacer con ellas ni gestionar bien nuestras emociones y deseos; adiós a los estudios obligados para pasar a los trabajos forzados;adiós al primer trabajo (en el pasado era con la engañosa intención o falsa ambición de mejorar, en el presente porque te echan a la calle al que pueden).
Adiós a nuestro primer amor (casi siempre fallido pero casi siempre traumáticamente inolvidable); adiós a tu propio territorio (léase invasores de tu espacio), adiós a nuestra perseguidora soledad (no todos lo consiguen); adiós a la soltería (cualquier especímen neandertalítico puede lograrlo, otra cosa es vivir algo de verdad en estos terrenos pantanosos del corazón); adiós al matrimonio tantas veces como te cases (nueva regla de tres de la era "post-moderna"); adiós a tus sueños (la puta vida se encarga de follártelos todos); y adiós a tus propios principios e ideales (la sociedad obliga y la vida te va liando, que diría el Dios Excusas).
Decimos adiós a un espacio propio que amamos cuando nos obliga una mudanza (física o emocional); adiós cuando viajamos a conocer otras culturas (tan subjetivas y obsesionados con sus tradiciones como la nuestra); adiós a tu propia vida (hipotecas de todo tipo y de todos los colores, en mil formas variadas tipo pareja, casa, niños, trabajos, obligaciones, apariencias y otros escupitajos vitales); adiós al mundo laboral (hay que jubilarse cuanto antes del trabajo que te esclaviza y hacer algo que a uno le llene de verdad); adiós a todas aquellas personas que se van de nuestra vida, ya sea por motivos de salud, de traición o de incompetencia; adiós a la buena salud en un momento ¡sorpresaa! (puto cuerpo humano), y no nos olvidemos del adiós final, aquel que tanto nos cuesta aceptar, aquél que nos han enseñado a ignorar (cuando en realidad determina nuestra forma de sentir y vivir la puta vida): aquel momento mortal que viviremos todos los mortales (incluso los que comen kilos de verdura y hacen mucho ejercício) en que tenemos que decir adiós a una vida que básicamente nos ha timado al máximo y nos ha enseñado a decir adiós, aunque no por ello lo hayamos aprendido a hacer.
Y quizás no es fácil decir adiós en según qué ocasiones, pero hay que hacerlo, de forma obligatoria y radikal, cuando algo ya no tenga ningún sentido, cuando así lo sientas, cuando te toque o cuando no haya más opciones.
Hay que podar, despedirse de todo aquello que ya no repetirías un millón de veces más, que es lo único que vale la pena: una fórmula matemática y espiritual que jamás falla. Si no tienes ganas de hacerlo un millón de veces más, ya no sirve. ¡FUERA!
Dejar atrás todo aquello que ya no hace balance positivo en tu vida, decir adiós con un par de huevos a aquello que ya no funciona o no cuadra, a aquello que no te hace sentir vivo, sea por lo que sea, por más que te dé seguridad, comodidad o estúpida apariencia en este baile de disfraces social que cada día tenemos que soportar. Hay que decirle adiós a todo lo que no sirva, por más que te suelte a las cloacas de la vida, al igual que hay que saber decir que no y aprender a dudar menos cada vez que tomamos decisiones. Hay que re-inventarse constantemente: la rutina no perdona.
Dejas una parte segura de tu vida para entrar en la incertidumbre, y eso es lo que a muchos les frena en el momento que hay que decir adiós. Pero vivimos muchas vidas dentro de una sola, y hay que empezar a aceptarlo, que ya somos mayorcitos. No somos los que fuimos, pero tampoco los que seremos. Hay que tomárselo todo como algo transitorio, porque mañana puede haberse modificado o incluso desaparecido.
Es bueno poner fechas de caducidad a las cosas y autoengañarnos con el "siempre" pero, aunque sea muy en el fondo, hay que pensar que todo puede terminar, y aunque igualmente nos va a coger en un "de repente", ya tendremos el adiós medio razonado.
¡Pero ojo! No vayas a decirle adiós a aquello que, precisamente, no tienes que echar de tu vida. Este es el fallo humano más típico y más tópico, siempre inducido por el congreso de los sabios que te rodean, en el que no deberías caer nunca. Lo pagarás caro y habrás hecho un ridículo dificil de soportar cuando pases por delante de tu propio espejo.
Decir adiós a anteriores proyectos compartidos significa, en este caso, darle la bienvenida a nuestra cadena cultural. Tenemos las ideas muy claras, y todas las ganas de ejecutarlas. Cada una a su tiempo. Pero sin perder de vista, nunca, el objetivo. Sin salirnos, por nada, de nuestro centro de gravedad ni del latido de nuestras esencias.
Y es con este espíritu queremos empezar a encadenarnos con todos vosotros. Algunos creyentes dirían que ha sido la voluntad de Dios, y otros más esotéricos que todo fue por cuestiones de la providencia. Que lo ponía en las cartas marcadas que nos repartieron. Pero ya hace mucho tiempo que les dijimos adiós a las falsas creencias y somos muy conscientes de que la mayoría de inventos son obra del ser humano, desde la tecnología hasta la vagancia más extrema. La idea que llevamos en la cabeza no está tan avanzada como los super-ordenadores, pero intenta romper con la vagancia y con todas aquellas actitudes humanas a las que hay que decirles adiós.
Con estas bases tan claras, con un espíritu luchador y rompedor, con total vocación de servicio, con la ilusión intacta de los niños que aún somos y con un adiós como punto de partida, empezamos nuestra conducción con rumbo definido hacia la próxima despedida.