“Debemos darles placer, el mismo que tienen
cuando se despiertan de una pesadilla”
(Alfred Hitchcock, hablando del público)
Hoy me pondré nostálgico para hablar de una serie que me ha quedado grabada para siempre en el cerebro, quizás por el hecho de haberla visto de pequeño y también, por qué no decirlo, por el impacto que me causaron la mayoría de sus episodios, tan intenso que más de 20 años después todavía recordaba perfectamente todos los detalles, aunque sólo los había visto una vez. Recuerdo aquellos lunes por la noche pegado al televisor con unos ojos como platos y esperando a ver qué me contaría aquel hombre gordito, que me divertía con sus comentarios pero que también me provocaba una especie de extraño respeto, un cierto misterio que no sabía explicar.
A estas alturas no quiero insultar a los lectores explicándoles quién es Alfred Hitchcock y qué ha representado para el mundo del cine. Hoy sólo hablaré de su vertiente menos conocida, la televisiva. Hitchcock fue uno de los primeros realizadores cinematográficos que vio claro el potencial de la televisión y su fuerza popular, aunque era un medio que se encontraba todavía en pañales. Con su habitual sentido del humor, solía decir que “salir en televisión es una vergüenza, pero mi familia quiere comer”. Cabe decir que cuando se estrenó la serie, el 2 de octubre de 1955, Hitchcock llevaba ya más de 3 décadas dirigiendo películas y ya contaba en su currículum con obras maestras absolutas como “Rebeca”, “Extraños en un tren”, “Crimen perfecto” o “La ventana indiscreta”.
El mago del suspense sólo dirigió 17 episodios de los 268 de la primera etapa de la serie, que duró desde el año 1955 hasta 1962, y uno de la segunda etapa (de 1962 a 1965, con 93 episodios más y rebautizada con el nombre de The Alfred Hitchcock Hour –“La hora de Alfred Hitchcock”– porque pasó de los 30 minutos habituales a los 60), pero su mano maestra se nota tanto en la elección de las historias como en la puesta en escena y el estilo cinematográfico.
Sin duda una de las cosas que más se recuerdan de la serie es la pieza musical que sonaba al principio y al final de cada episodio: Funeral March for a Marionette (“Marcha fúnebre para una marioneta”), de Charles Gounod. Si las imágenes me han quedado grabadas en la retina, la música me ha quedado grabada en los oídos porque encajaba perfectamente con la filosofía de la serie: divertida y misteriosa a la vez. Y no menos famosa es la secuencia inicial: se ve una sencilla silueta de Hitchcock (por cierto, dibujada por él mismo) y su sombra aparece por la parte derecha de la pantalla y avanza hasta rellenar el perfil, mientras va sonando la musiquilla. ¿No lo habéis visto nunca? Pues aquí lo tenéis:
Todos los episodios tienen la misma estructura: al principio Sir Alfred nos presenta la historia que veremos, después viene la historia en sí y al final vuelve a aparecer el maestro para despedirse y hacer alguno de sus irónicos comentarios relativos a lo que acabamos de ver. Incluso en muchas ocasiones puede decirse que es él quien termina la historia explicándonos algún detalle adicional que no hemos podido ver, como por ejemplo que la policía terminó deteniendo al malhechor. Parece ser que él mismo consideraba estas aclaraciones como una especie de “deber moral necesario” hacia el telespectador, para que se quedara tranquilo.
Las historias, a diferencia de otras producciones de la época como The Twilight Zone (“La dimensión desconocida”), que tocaban una temática más bien de ciencia ficción o sobrenatural, solían basarse en gente normal y corriente que por diferentes circunstancias (en muchas de ellas por interpretar un papel que no les corresponde en este teatro en que todos vivimos, como decíamos en el artículo anterior) se veían implicados en situaciones anormales, a menudo un asesinato. El misterio, el suspense o directamente el terror eran las temáticas preferidas, aunque también tenemos alguna incursión en el mundo sobrenatural, y todo ello casi siempre aliñado con unas gotas de humor negro. En cualquier caso, eran unas historias sencillas que siempre, siempre, tenían un desenlace original e inesperado (alguno de los cuales, como he dicho, resulta imposible borrar de la memoria). Aquí tenéis unos cuantos ejemplos para ir haciendo boca:
Breakdown (“Colapso”)
Un hombre de negocios tiene un accidente de coche y queda en estado catatónico, completamente inmóvil pero con la capacidad cerebral, la vista y el oído intactos. A partir de este momento los espectadores podremos oír sus pensamientos y seremos testigos directos de cómo va aumentando su sufrimiento y su angustia cuando ve que no puede comunicarse con las personas que lo rodean, que lógicamente piensan que ha muerto. El tiempo pasa y cada vez queda menos para saber si finalmente alguien se dará cuenta de que no está muerto, o bien si lo terminarán enterrando... vivo.
Poison (“Veneno”)
El propietario de una plantación llama a un amigo desde la cama y le cuenta que al despertarse ha visto que tenía una serpiente altamente venenosa durmiendo encima de su pecho. El amigo no se lo cree del todo y piensa que son imaginaciones suyas, producto de las frecuentes borracheras. A pesar de ello, va a la plantación e incluso acepta llamar a un médico por si la historia fuese cierta y la serpiente terminara mordiendo al hombre. Nosotros tampoco sabemos si está diciendo la verdad, por lo que nos pasaremos todo el episodio dudando si realmente el pobre hombre tiene razón o no. Hasta el final, claro está...
Man from the South (“El hombre del sur”)
Dos hombres se encuentran en Las Vegas y uno le propone una curiosa apuesta al otro: si consigue encender su mechero diez veces seguidas le regalará su coche nuevo, pero si falla una sola vez le cortará el dedo meñique de la mano. Un ejemplo magistral de la capacidad de Hitchcock para aumentar el suspense a medida que pasan los minutos, y una buena oportunidad para los fans de Steve McQueen para ver una de sus primeras apariciones en pantalla.
Banquo’s Chair (“La silla del invitado”)
Un hombre es sospechoso de haber asesinado a su adinerada tía, pero la policía no ha podido demostrarlo nunca. Dos años después del crimen, un investigador retirado idea un plan para hacer confesar al sobrino: le invita a cenar a la casa de la difunta mujer (el escenario del crimen) y contrata a una actriz que interpretará el papel del fantasma de la muerta, para que vaya apareciendo de vez en cuando por la puerta situada justo enfrente de los ojos del sobrino. Los demás invitados, claro está, actuarán como si no se dieran cuenta de nada. Mientras escribo estas líneas tengo todos los pelos de punta sólo de pensar en el final del episodio. ¡Sencillamente genial!
Final Escape (“La última fuga”)
Un prisionero quiere escaparse de la cárcel y aprovecha su amistad con el enterrador del centro para planear la huída. El trabajador le propone al prisionero que el día que muera un interno se meta en el ataúd junto con el cadáver; una vez terminado el entierro y cuando todo el mundo se haya marchado, él irá a desenterrarlo y podrá escapar. Sólo le pide a cambio que pague la operación de su nieta. El plan parece perfecto, pero evidentemente siempre hay aspectos que no pueden preverse... Sin duda, éste es el episodio más aterrador que recuerdo de toda la serie, y uno de los finales más geniales que he podido ver en mi vida. Todavía ahora tengo escalofríos cuando lo recuerdo...
¿Por qué nos gustan las historias de miedo y de suspense? ¿No tenemos ya bastantes sufrimientos en la vida cotidiana como para tener que sufrir, además, delante del televisor o en la sala de cine? Es uno de los misterios que acompañan al ser humano. La lástima es que muy a menudo los aficionados al género vemos como una y otra vez se nos presentan las mismas historias, con cuatro adolescentes estúpidos encerrados en una casa perdida en el bosque y subiendo al piso de arriba para investigar qué es aquel ruido que han oído. Son producciones centradas en el susto fácil o en una banda sonora a un volumen infernal, que intentan disimular la debilidad de un guión que se ha visto mil veces. Por eso esta serie resulta tan gratificante y, aunque tiene ya más de 50 años, en mi opinión ha soportado el paso del tiempo con una dignidad envidiable. El año 1985 se hizo una nueva versión en color, y para mí no tenía ni de lejos la magia y el encanto del original en blanco y negro. Esta serie es la demostración perfecta de que no hacen falta grandes presupuestos ni efectos especiales para disfrutar de una buena producción. El secreto: buenos guiones (a veces geniales), buenos actores y buenos directores. Espero que la disfrutéis tanto como yo lo hice. Ah, y que la sufráis, también...
