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Soy madrileña. He nacido, crecido, y espero morir aquí. Mis padres son madrileños, y no conocemos cómo es la vida diaria y cotidiana en otras ciudades, porque solamente hemos vivido aquí. Por lo tanto, nos tocó de forma muy directa el 11-M.
No es la primera vez. No conozco madrileño mayor de 20 años que no haya sufrido en sus carnes un atentado o conozca a alguien cercano que lo haya vivido. No en vano vivimos en la capital, que es objetivo permanente de E.T.A.
Concretamente en mi caso, he visto pasar de cerca 3, sin contar con el 11-M. Uno, el atentado de Vallecas, lugar de trabajo de mi padre, que vio la explosión por el retrovisor de su coche cuando iba a currar, unos minutos de retraso y le hubiera pillado de lleno. El segundo, yo misma, con una explosión en Campo de las Naciones que reventó los cristales del cole donde daba clase, el tercero, coche bomba que dañó parte del negocio de mi madre.
Muchos amigos de otras comunidades me han comentado muchas veces el miedo que les daría vivir aquí, y es algo que no solamente no comparto, sino que no entiendo. Como ya he dicho, he crecido aquí y es parte de la vida, y no creo tampoco que sea posible quedarse encerrado en casa “porsi”, no creo que ningún madrileño comparta ese pensamiento.
Lo del 11-M, sin embargo, es harina de otro costal. A mí me pilló en mis años de estudiante universitaria, y pese a que era un día de huelga y no había universidad (ya no logro recordar si nos quejábamos nosotros o los profesores), habíamos quedado para hacer un trabajo en la biblioteca...
Habitualmente yo cogía el cercanías en Nuevos Ministerios, sin embargo había quedado en Atocha para ir con otra compañera y hacernos compañía en ese pequeño viaje que tantas veces se nos hacía eterno. Decir que yo hubiera estado ahí si no fuera porque me quedé dormida sería un victimismo innecesario: no sé si hubiera cogido ese tren, si habríamos entrado ya en la estación, o si estaría de camino en el metro. Pero sí es cierto que cuando me despertó mi madre histérica en el teléfono fijo, lo primero que pensé fue: ese es mi tren. Todavía me tiemblan las manos al pensar en todo lo que vivimos los madrileños ese día. En las llamadas a móviles intentando localizar a los que sabíamos que tenían que estar ahí, que acababan en nada ya que todas las líneas estaban colapsadas. En los pensamientos cruzados: es mi tren, ¿hubiera cogido ese?, ¿dónde está Paula?. En las lágrimas sin sentido que te cruzaban la cara En la frase recurrente y carente de sentido: Dios mío, Dios mío.
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La segunda fase fue las culpas: Que si ha sido Pepito, que si ha sido menganito. Sinceramente no viví esa etapa. Si recuerdo a mi padre indignado con el gobierno popular y arengando en mi casa sobre sus mentiras. Me recuerdo a mí misma confiando en la palabra del gobierno, no porque fuera, ni muchísimo menos seguidora de esa línea política, sino porque la alternativa a la mentira me daba muchísimo miedo: ¿nosotros objetivo mundial?
La tercera fase, fue la de los conocidos: Cuando te enteras que el hijo de María, la clienta de mi madre que siempre me traía la merienda a la peluquería cuando era pequeña, iba en ese tren. Que mi maestra de Primaria, iba en ese tren. Que el vecino de mi novio por aquel entonces, iba en ese tren. Hubo 192 personas muertas en ese atentado, todos y cada uno de los madrileños, tuvimos a alguien en esos trenes.
Todo eso que vives, se queda para siempre, y es algo con lo que hemos tenido que aprender a vivir todos los madrileños. Pero en todo este dolor, hay algo y alguien, que persigue el escocer esas heridas: Los medios de comunicación.
Fue totalmente PENOSA la actuación de todos los medios que cubrieron la noticia: ¿Era necesario emitir las imágenes de los heridos? ¿De los muertos? ¿Era necesario el vídeo de la agonía en el mismo momento de la explosión? ¿Era necesario ver los cuerpos apilados? En el mismo momento de la noticia se cebaron, con imágenes, con videos que yo tengo grabado en mi alma. Ya en su día se pidió que dejaran de emitir, y al parecer, remitió ligeramente.
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Pero cómo no, la cadena de siempre, años más tarde, no iba a dejar pasar la ocasión para hacer una miniserie que le reporte dinero sin importar en absoluto la gente que se lleve por delante. Señores, NO necesitamos ver una serie con actores que hagan de las víctimas de algo que todavía tenemos clavado dentro, y ¿saben por qué no? A día de hoy, una de las víctimas que he nombrado anteriormente, que actualmente tiene 27 años, siete años después de aquel día, sigue meándose en la cama por sus terrores nocturnos, a día de hoy, cada vez que ve un tren de cercanías tiene un ataque de ansiedad, a día de hoy, sigue sin encontrar trabajo porque no es capaz de trasladarse de su domicilio en ningún tipo de transporte.
No. No necesitamos ver a una niña en nuestras pantallas que hace de todas esas niñas que murieron ese día, no nos hace falta porque los muertos nos duelen, pero de ese atentado quedan muchas víctimas por ahí, intentando sobrevivir diariamente sin que una cadena de televisión aproveche un penoso aniversario para hacer otra de sus patéticas tv-movie. ¿No se queja la casa real de la suya? Perfecto. ¿No se quejan los alba? Más perfecto; pero muy señores míos, los madrileños no solamente nos quejamos, sino que nos parece denigrante, oportunista y auténticamente penoso que sigan echando sal en una herida que es tan nuestra como suya.
No en nuestro nombre, porque todos nosotros somos las víctimas.
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Nueva sección: defensa del espectador
Esa seria la diferencia entre hacer un documental (que me parecería correcto), y hacer lo que estos hacen: morbazo puro y duro. No tienen ningún tupo de interés en contar ninguna historia (no es lo que van a hacer), sino van a "reconstruir" los hechos y hacer que lo revivamos. De nuevo.