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“El suicidio médicamente asistido requiere que los fármacos—pentobarbital o secobarbital—sean prescritos por un doctor. Tras la ingesta de las medicinas, la mitad de los enfermos fallecieron en los primeros 25 minutos; el resto en las primeras dos horas, y uno murió a las 31 horas.
En ningún caso fue necesario llamar a los servicios de urgencia. Las estadísticas demuestran que al cabo de los años el número de personas que optaron por el suicidio asistido se ha incrementado muy poco: uno de cada 800 enfermos ha elegido esa vía. El hecho de que no se haya generalizado la práctica del suicidio médicamente asistido contradice la opinión de los grupos antieutanasia, quienes habían asegurado que la aprobación de este tipo de leyes incrementaría mucho las solicitudes para morir voluntariamente. La lección es importante: abrir las puertas para una muerte digna le posibilita a quien lo requiera acudir a esa instancia, pero de ninguna forma implica abrir las puertas para que ese acto se generalice.”
En 1994, Oregón se convirtió en el primer estado en EE UU en legalizar el suicido médicamente asistido. Hasta ese momento, sólo dos países, Suiza y Holanda, permitían la eutanasia. Desde la promulgación de la ley en Oregón, más de 500 ciudadanos del Estado han acabado con su vida bajo el amparo de esta legislación de muerte digna.
El documental cuenta la historia de algunos enfermos terminales de Oregón que se ha acogido a la Ley, a través de los testimonios de los propios pacientes, sus familias, sus amigos y los médicos que los atienden.
Además, el filme también muestra la historia de una mujer que lucha por conseguir opciones similares en el vecino estado de Washington, cumpliendo así el último deseo de su esposo.
Gran premio del jurado al mejor documental en el Festival de Sundance 2011
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