Image by Hortensia V. via Flickr
Ultimamente la gente está muy alterada. Y no me extraña. Todos tenemos que hacer malabarismos para llegar a final de mes. La crisis se nos está comiendo el sentido del humor, las sonrisas, por no hablar de las carcajadas que hace siglos ya no oigo.
Salir a la calle se ha convertido en una terrible hazaña donde en cualquier momento puedes ver explotar a una, dos o cien personas por el motivo menos insospechado. Las grandes cadenas comerciantes cierran sucursales, las tiendas bajan sus precios, y hasta yo he tenido que mirar mi triste monedero antes de comprar un paquete de donetes para desayunar mañana.
Es la crisis económica que ha degenerado en una crisis emocional. Hace tiempo veías a la gente con miedo y tristeza. Poco a poco se convirtió en apatía. Pero ha llegado el triste momento en que a día de hoy, eso se convierta en cabreo cada primeros de mes (que es cuando llegan los muchos pagos y pocos cobros).
Cuando empezó la crisis me juré que iba a intentar pasar de puntillas por ella, sin molestar a nadie, con mi ridículo sueldo y mis entradas de dinero ocasionales. Iba a ser cauta, responsable y no me iba a acobardar sin tener motivo. A día de hoy, ya me ha tocado la hora a mí también. He aguantado bastante creo… pero no lo suficiente. Demasiado larga esta crisis para tal plan suicida.
Soy una persona trabajadora, con muchas ganas, ideas y comprometida a matar. Pero no tengo trabajo ni ayudas sociales. Nunca en mi vida me ha faltado el trabajo. Siempre he podido volver a las empresas donde he estado ya que todas tienen un muy buen concepto de mí, como persona y como profesional. Pero no encuentro trabajo. Y como yo, hay mucha gente.
No sé cómo vamos a acabar si esta situación no empieza ya a mejorar porque la crispación empieza francamente a dar miedo. Hoy solo he visto a una persona sonreír en la cola del super y porque yo lo he hecho antes. Segundos después se ha encarado con la cajera porque no le ha pedido la tarjeta para añadir dinero a sus descuentos. Pero es que la cajera tampoco se ha quedado corta. También ha explotado porque, yo se lo he visto, la presión ha podido con ella.
Las rondas y las carreteras son campos reales de batalla y los bocinas no paran de sonar por cualquier chorrada. Hoy he pasado por delante de un kiosco. ¿Alguien compra ya en un kiosco o aprovechamos leer el periódico en el bar o el trabajo? El otro día cogí un vuelo y ya nadie factura maletas. En fin, si sigo con estas cosas no acabo.
La crispación ha llegado a tal extremo que ya no se si quedarme en casa hasta que acabe la crisis. Porque salir empieza a darme francamente terror. No quiero ver lo que está pasando. Disimular, como hacen otros.
Así que, por mi parte, esperaré a ver si después del próximo partido de futbol se les pasa el mal rollo a todos.